Lejos de la invasión de Rusia a Ucrania, la primavera parece florecer tranquilamente en la capital rusa, donde los moscovitas se reúnen en restaurantes, teatros y calles soleadas.
Aunque muchos muestran indiferencia, otros no ocultan la preocupación que les inspiran los enfrentamientos, las sanciones internacionales contra Rusia y la represión contra cualquier forma de crítica al poder.
Pero pese a todo los restaurantes están llenos. En un café amarillo y rosa, luciendo unos sombreros festivos, tres jóvenes celebran un cumpleaños. Entre carcajadas, se inmortalizan en un selfi.
“No se puede leer las noticias todo el rato”, dice una de ellas, llamada Olessia, que no quiere dar su apellido. “Tenemos que seguir viviendo. Llegan los cumpleaños y los festejamos”, agrega, sin querer dar su opinión sobre Ucrania.
Rusia ha sido objeto de varias olas de sanciones occidentales, cuyos efectos se dejarán sentir con especial fuerza dentro de algunos meses. Por ahora, la inflación sube.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, que asegura gozar del apoyo de la población, afirma que estas medidas punitivas han fracasado, pese a la subida de los precios y el cierre de numerosas empresas.
En Moscú, más allá de la desaparición de las grandes firmas occidentales, no se siente la falta de bienes de consumo de primera necesidad. Y los moscovitas no han dejado de lado el ocio.
Los lugares culturales son tan populares como los bares. Alexander ha quedado de verse con sus amigos en una feria de arte contemporáneo, cerca de la Plaza Roja. También se ha acicalado cuidadosamente, deseoso de conocer a alguien interesante.
“Hay que viajar, mirar cuadros bonitos, concentrarse en lo positivo”, afirmó este hombre de 40 años, que acaba de perder su trabajo en el sector del comercio internacional debido a las sanciones.
Además, según él, estar al tanto de lo que ocurre en Ucrania con la televisión oficial es imposible porque “te transformas en un zombi”, subraya, sin querer dar su nombre completo.
Frente al Kremlin está el GES-2, museo de arte contemporáneo que abrió sus puertas en el 2021 en una antigua central eléctrica gracias a la inversión de un oligarca del sector gasífero.
Fue inaugurado por Putin y el lugar quería separar la libertad artística del contexto político cada vez más represivo. Pero el conflicto en Ucrania hizo que este objetivo fuera inalcanzable.
“La normalidad era antes”
Desde el inicio de la ofensiva, el 24 de febrero, el museo puso punto final a sus exposiciones e invitó a los visitantes a venir a relajarse escuchando una instalación sonora.
Andrei, piloto civil de 26 años, ha venido a despejarse un rato porque si no “lee demasiadas noticias”. Debido a las sanciones que afectan al transporte aéreo, este hombre casi no realiza vuelos. La mayoría de los Airbus y Boeing que tiene Rusia serían confiscados si salen del territorio ruso.
“No tengo ninguna perspectiva en mi carrera”, dice. “La normalidad era antes del 24 de febrero”, agrega, explicando que los primeros días de la ofensiva estaba conmocionado y no pudo separarse de las noticias.
“Estaba en el ejército cuando (la península ucraniana de) Crimea fue anexada” por Rusia en el 2014, recuerda. “Estaba contento, era patriota y pensaba: ‘tenemos un super país, tendremos un super futuro’”, detalla, sin querer dar tampoco su nombre completo.
Después llegó el desencanto: “Vi la represión y pensé: ‘¿Cómo es posible esto en el siglo XXI?’”
No lejos, Eleonora Jalmetova, informática de 25 años, se pasea a orillas del río Moskova. La joven, que trabaja en Londres, vino a visitar a sus padres por primera vez en dos años. Para ella, la vida en Moscú ha cambiado mucho.
“La gente hablaba libremente. Ahora, una amiga profesora me dijo: ‘Salgamos a la calle para hablar’ por miedo a ser escuchada”, dijo.
“La gente que iba a las manifestaciones ya no le ve sentido. Todo está prohibido. Muchos amigos se fueron, primero por razones morales y segundo para tener una vida mejor”, asegura.