En las últimas tres semanas, jóvenes manifestantes en Irán han liderado la mayor muestra de resistencia contra el régimen teocrático del país en más de una década. Ante esto, líderes de todo el mundo han expresado, y con razón, su apoyo. A medida que el régimen intensifica su brutal respuesta, Occidente debe hacer todo lo posible para garantizar la supervivencia del movimiento.
El estallido de ira fue provocado por la muerte de Mahsa Amini, una kurda iraní de 22 años, que murió bajo la custodia de la “policía de la moral” de Irán después de ser arrestada por presuntamente violar los códigos de vestimenta locales. Tras el hecho, mujeres de todo el país salieron a las calles para denunciar el asesinato y exigir más libertades.
En los últimos días, videos en redes sociales han mostrado a niñas en edad escolar confrontando abiertamente a funcionarios del Gobierno y quitándose los pañuelos que les cubren el cabello en desafío.
A medida que las protestas se han expandido, el régimen ha respondido con una furia predecible. Las fuerzas de seguridad han matado a decenas y arrestado a cientos más; la muerte de una niña de 16 años que supuestamente desapareció después de unirse a las manifestaciones ha desencadenado otra ola de indignación. Ante esto, el Gobierno también impuso bloqueos de internet para interrumpir las comunicaciones y suprimir las denuncias de abusos policiales.
Si bien represiones similares sofocaron levantamientos anteriores, en particular las protestas antigubernamentales que siguieron a una elección presidencial fraudulenta en el 2009, hay algunas razones para creer que esta vez podría ser diferente. Los manifestantes son más jóvenes, en su mayoría mujeres y provienen de una muestra representativa más amplia de la sociedad iraní.
Bajo el yugo actual de su propio Gobierno, la represión social se ha ampliado, la economía se ha hundido e Irán se ha vuelto más aislado de Occidente, todo lo cual está alimentando una mayor ira pública.
Mientras tanto, la capacidad del régimen para abordar los reclamos de los manifestantes se ha visto obstaculizada por la delicada salud de su líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, y la inminente lucha para sucederlo.
Hasta ahora, Estados Unidos ha respondido con el tono correcto. El presidente Joe Biden expresó su simpatía por los manifestantes y alivió las restricciones a la exportación para permitir que las empresas de tecnología brinden servicios de internet a los iraníes; el Departamento del Tesoro también anunció ayer sanciones contra siete altos funcionarios del Gobierno.
En sus declaraciones públicas, la Administración ha defendido los derechos de las mujeres de Irán. Sin embargo, Biden evitó prometer una ayuda más directa a los manifestantes y resistió la presión para pedir un cambio de régimen. La moderación en ambos aspectos es prudente: una respuesta más agresiva probablemente solo reforzaría los esfuerzos de Irán para desacreditar el movimiento y le daría al régimen una excusa para desatar aún más violencia contra sus oponentes.
Al mismo tiempo, Estados Unidos puede hacer más. La Administración debería trabajar con los Gobiernos europeos para sancionar a otros miembros del régimen sospechosos de abusos contra manifestantes pacíficos.
También debería contrarrestar enérgicamente los intentos de la Guardia Revolucionaria de Irán de apuntar a las áreas kurdas de Iraq, donde Estados Unidos mantiene una presencia militar, como una forma de convertir a los kurdos en chivos expiatorios de los disturbios. Los ataques con misiles iraníes contra los kurdos iraquíes el mes pasado mataron a un estadounidense; la Administración debe dejar en claro que cualquier repetición de tales provocaciones traerá una respuesta militar punitiva.
En cuanto a las negociaciones estancadas sobre el acuerdo nuclear, Biden debería mantener la oferta actual sobre la mesa: un levantamiento parcial de las sanciones a cambio de que Irán limite drásticamente su programa nuclear y permita las inspecciones internacionales, términos a los que Teherán sigue resistiéndose. Biden debería rechazar más concesiones mientras continúe la represión del régimen.
En su lugar, Estados Unidos debería endurecer la aplicación de las sanciones, en particular cerrando las lagunas que han permitido a Irán seguir vendiendo petróleo a países como China y aumentar la coordinación militar con aliados regionales como Israel y los estados del Golfo.
El surgimiento de un Irán democrático sería un desarrollo inmensamente beneficioso, tanto para los iraníes como para el resto del mundo. En última instancia, ese es un cambio que solo el pueblo iraní puede lograr, pero Estados Unidos debería echar mano donde pueda.