La Iglesia Católica, que este año celebra la Semana Santa con misas sin fieles, transmitidas por internet, fue otrora un vector de la propagación de epidemias con procesiones de flagelantes o masacres de gatos.
El papa Francisco celebra los días más importantes del año litúrgico cristiano --desde la misa del Jueves Santo hasta el Domingo de Pascua-- en el interior o frente a la Basílica de San Pedro de Roma, que está cerrada. Lo hará sin fieles.
Antes de la medicina moderna, las epidemias se consideraban "venganzas divinas", recuerda Christophe Dickès, un historiador especializado en el catolicismo. "Incluso durante la gripe española (1918-1919), en el mundo rural perduraba la sensación de castigo por las malas acciones", señala.
El papa León XII (1823-1829), que restauró la Inquisición condenando a los herejes y volvió a crear guetos judíos en Italia, se opuso a la vacunación contra la viruela. Lo consideraba una novedad diabólica.
Con la explosión del sida en la década de 1980, la posición de la iglesia estuvo "claramente centrada en el sufrimiento de los enfermos, a pesar de ciertos comentarios aislados de algunos clérigos sobre los orígenes divinos de la enfermedad", destaca Dickès.
Hoy en día una gran catedral del centro de Nueva York se convirtió en un hospital de campaña contra la Covid-19. Una imagen que seguro agrada al papa Francisco, que pidió a los sacerdotes que tengan “el valor de salir e ir a ver” a los enfermos con coronavirus. La iglesia gestiona muchos centros sanitarios en todo el mundo.
El papa argentino es muy sensible a la religiosidad popular. El 15 de marzo caminó hasta la iglesia de San Marcelo al Corso, en el centro de una Roma confinada. Fue a rezar ante un "Cristo milagroso" de madera policromada, rescatado de un incendio y sacado en procesión durante 18 días por las calles de Roma para frenar la peste en 1522.
La gran peste del siglo XIV, que habría diezmado entre un tercio y la mitad de los europeos a partir de 1348, propició las procesiones religiosas de fieles descalzos y las misas.
Dos papas víctimas
Fue la época en la que los fanáticos "flagelantes" se azotaban públicamente en procesiones para expiar sus pecados, con el riesgo de propagar, sin saberlo, la enfermedad.
Estos devotos motivaron pogromos contra los judíos, designados chivos expiatorios, acusados de envenenar los pozos. Hasta el punto de que el papa Clemente VI de Aviñón acabó defendiendo a los judíos emitiendo dos bulas papales.
La práctica supersticiosa de matar gatos (la encarnación de Satanás, especialmente cuando son negros según un papa del siglo XIII) también ha contribuido a prolongar las epidemias de peste propagadas por las pulgas de las ratas, dicen los historiadores. En el ámbito rural, los gatos mantenían alejados a los roedores.
Los papas parecen haberse salvado de las epidemias a lo largo de los siglos, pero no todos.
El papa de la Primera Guerra Mundial --Benedicto XV (1914-1922)-- murió de gripe española.
Mucho antes que él, Pelagio II (579-590) fue el único papa que murió de la peste que asoló la cuenca mediterránea.
Su sucesor, un monje erudito, Gregorio Magno (590-604), tuvo más suerte, aunque su método sería difícil de repetir hoy.
Cuenta la leyenda que organizó una gran procesión para purificar el aire de la peste llevando un icono de la Virgen. Cuando el cortejo pasó por delante del mausoleo del emperador Adriano se le apareció el arcángel San Miguel que enfundó su espada, señal de que pronto terminaría la epidemia...