Venecia está recuperando gradualmente el número de turistas que recibía antes de la pandemia. (Foto: historiasconvida.com)
Venecia está recuperando gradualmente el número de turistas que recibía antes de la pandemia. (Foto: historiasconvida.com)

A pocos pasos de la famosa plaza San Marcos de , una niña llena su botella en una fuente del patio de su hotel, un remanso de paz antes de encarar las hordas de turistas, que consumen litros y litros de .

“Odio las botellas de plástico hay mucho plástico en los océanos y en todos lados”, lamenta Keira, de 11 años, quien llegó desde Tucson, en Arizona, con su padre Charlie Michieli.

“Cargar la propia cantimplora es algo fácil, porque no es pesada y la llevo siempre”, explica la ecologista en ciernes de larga cabellera rubia.

Su padre también es un ecologista: “Es que durante un viaje largo puedes consumir litros y litros de botellas de plástico”, afirma, mientras muestra con orgullo su termo fucsia.

En una ciudad como Venecia, que recibe a millones de visitantes cada año, el turismo contribuye a la producción de entre el 28% y 40% de las basuras, según cifras del ayuntamiento.

126 fuentes

Por ello, la disminución del consumo de botellas de plástico es un asunto prioritario y las autoridades locales han decidido promover el uso de las cantimploras y valorizar la red de fuentes de agua potable que se pueden encontrar en plazas y callejones de toda la ciudad de los canales.

“En el centro histórico hay 126 fuentes repartidas por todos los barrios, son fáciles de encontrar, hay una casi cada cien metros”, asegura desde su despacho del ayuntamiento con vistas al concurrido puente de Rialto el arquitecto Alberto Chinellato, encargado del sector urbanismo.

Para facilitar la tarea de los turistas, Veritas, la empresa de distribución de agua, ha desarrollado una aplicación para teléfonos inteligentes, “que brinda acceso a un mapa que enumera todas las fuentes disponibles en el territorio veneciano”.

Al activar la función localización, el turista “puede encontrar el camino más corto para llenar su botella de agua”.

Y por supuesto es por el bien de la ciudad, porque “fomentar el uso de agua potable gratuita permite producir menos residuos y también transportar menos botellas al centro histórico, lo que significa menos contaminación y menos transporte”, destaca Chinellato.

Al salir del ayuntamiento, una botella de agua de plástico vacía que flota entre las góndolas que navegan por las aguas del Gran Canal recuerdan que la batalla contra el plástico está lejos de ser ganada.

Una pequeña gota azul

En el Hotel Flora, donde residen los dos turistas estadounidenses, el propietario también ha decidido contribuir a la cruzada contra el plástico.

“Imprimimos un mapa en el que indicamos las fuentes de Venecia con una pequeña gota azul”, cuenta Gioele Romanelli, mostrando una copia.

“Sirve una cantimplora, pero también se puede reciclar una botella pequeña de agua, que puede durar todo el día”, asegura el hotelero, de 49 años.

En el momento de la llegada se informa a todos los clientes de la iniciativa y la “reacción siempre es entusiasta”, se regocija. “Y a veces se sorprenden al saber que el agua de Venecia es potable”, confiesa.

“Con este pequeño gesto, nuestros clientes sienten que participan activamente en la batalla contra el plástico” y además los “responsabilizamos” frente a una ciudad única “que tiene una afluencia de turistas loca”, añade.

Romanelli ha eliminado también las dosis de champú y gel de ducha en las habitaciones a favor de los dispensadores recargables.

Y para servir el desayuno ha eliminado todos los envases de plástico y “utilizamos todo de cristal para los frutos secos, yogur, cereales, etc.”.

Venecia está recuperando gradualmente el número de turistas que recibía antes de la pandemia. La ciudad, de solo 50,000 habitantes, acogió en el 2019 más de 5.5 millones de visitantes.

La alcaldía quiere limitar el número de visitantes a partir de enero del 2023 e introducir un impuesto para todos los que llegan a pasar el día y evitan pagar la tasa turística.

Se trata de un impuesto, que se paga on line y permite obtener un código QR controlable en los accesos a la ciudad, el cual pasa de tres a diez euros según la afluencia.

Va a ser la primera ciudad grande de Europa que experimenta esa medida, de manera de evitar que las multitudes invadan uno de los lugares más delicados y bellos del viejo continente construido sobre el agua.