En el nordeste de Brasil, la empresa china BYD Co. está terminando una planta para producir vehículos eléctricos. El terreno donde se está construyendo pertenecía a Ford Motor Co, que cerró sus operaciones en 2021 al abandonar Brasil tras más de un siglo fabricando vehículos en el país. Cuando esté listo, el nuevo centro regional de BYD se asentará, irónicamente, en la avenida Henry Ford de este polo industrial en el estado de Bahía.
Es otra vuelta de tuerca en la cada vez más compleja competencia entre Estados Unidos y China en América Latina. Pero la anécdota es un recordatorio de que cada negocio y sector al que el gobierno de Estados Unidos y las corporaciones del país renuncian en la región es una oportunidad para China.
Eso es algo que Donald Trump y su potencial secretario de Estado, Marco Rubio, deberían tener en cuenta cuando vuelvan a la Casa Blanca en enero.
Trump viene con ideas radicales que amenazan con desestabilizar América Latina, como la deportación de millones de migrantes a la región y la imposición de duros aranceles comerciales. Por muy queridas que sean estas políticas para su base, aplicarlas será un regalo del cielo para China, el mayor socio comercial de Sudamérica: Con cuatro de las cinco mayores economías de la región dirigidas por gobiernos de izquierda, la posibilidad de contrarrestar a Trump acercándose a Pekín es obvia y casi inevitable. Incluso el libertario presidente argentino Javier Milei, quien rápidamente felicitó a Trump por su triunfo electoral e irá a Florida a verlo el jueves, dio un vuelco sobre el país asiático, diciendo que ahora China “es un socio comercial muy interesante porque no exige nada”.
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La creciente influencia china en la región es algo que los funcionarios de Estados Unidos comprobarán de primera mano esta semana, cuando el presidente Joe Biden y su homólogo Xi Jinping asistan al Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico en Lima y a la posterior Cumbre del Grupo de los 20 en Río de Janeiro. En Perú, Xi inaugurará el puerto de Chancay, una instalación de aguas profundas construida por empresas chinas que permite el atraque de buques de carga ultra grandes, acortando enormemente los tiempos de transporte entre Sudamérica y Asia.
El proyecto de US$ 1,300 millones, que forma parte de la iniciativa china Belt and Road, hizo sonar las alarmas en Washington por su potencial militar. Al margen de estas válidas preocupaciones, lo importante a ojos latinoamericanos es que el puerto resuelve una necesidad concreta y estimula el comercio y la inversión. Como ejemplo, la prensa china destacó que el puerto “marcará un nuevo hito en la contribución de la cooperación Sur-Sur a la economía de la región”.
¿Qué ofrece Estados Unidos como alternativa? ¿Dónde está el Canal de Panamá del siglo XXI, el proyecto estratégico liderado por Estados Unidos que cambió la economía de la región? ¿Serán los US$ 1,000 millones que ha gastado durante más de una década en una nueva embajada en Ciudad de México que solo ahora está a punto de completarse? ¿O un préstamo de US$ 150 millones, una fracción del alcance de Chancay, para modernizar un puerto de contenedores en Ecuador? Vergonzoso.
El enfoque transaccional y las ambiciones geopolíticas de China servirán de freno para el garrote comercial y migratorio que la próxima administración de Estados Unidos quiere agitar en la región. Otro ejemplo reciente: la fea disputa entre Elon Musk, donante y asesor de Trump, y Brasil, que rápidamente llevó a las autoridades del país a cortejar a empresas chinas para equilibrar la influencia del multimillonario en el mercado de Internet por satélite.
El nuevo gobierno de Estados Unidos debe reflexionar sobre estos enigmas estratégicos: ¿Qué combinación de presión, contención y seducción debe aplicar para tener éxito en América Latina? Algunos en Washington argumentan, con razón, que los tratos de América Latina con China conllevan costos en forma de mayor opacidad y reglas democráticas más débiles. Pero como vimos en las elecciones de la semana pasada, los latinos se movilizaron por la erosión del poder adquisitivo de la clase trabajadora y su deseo de prosperar económicamente. Pues adivinen qué: los latinos del lado sur del Río Grande quieren la misma prosperidad y, desgraciadamente, tienen poca paciencia.
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No me malinterpreten, esta tendencia no es nueva; la administración Biden no presentó una agenda práctica y que buscara el crecimiento para la región, lo cual dejó espacio para que los chinos siguieran aumentando su presencia. Ello se debe, como afirma Margaret Myers, del Diálogo Interamericano, a que gran parte de la política exterior estaba condicionada por cuestiones de agenda interna de Estados Unidos, como la migración.
“La política interna ha dominado gran parte de la posición de Estados Unidos hacia América Latina, incluso en un escenario de un poder blando menguante en la región”, me dijo. “Con Trump esperaría un tono muy diferente, y una relación aún moldeada por los impulsores políticos internos de Estados Unidos”.
Es pronto, lo sé, pero me temo que con Rubio como jefe de la diplomacia, Estados Unidos puede caer en el mismo error. Me alegra que su nombramiento pueda provocar ansiedad en los autócratas de Caracas, La Habana y Managua, pero es probable que su enfoque partidista y de línea dura también acentúe las divisiones geopolíticas y dificulte el necesario proceso de cooperación e integración económica. Por cada Milei y Nayib Bukele de El Salvador para cortejar, habrá otros líderes dispuestos a tomar distancia y probablemente correr a los brazos de Pekín, como vimos bajo el primer gobierno de Trump.
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Elevar la visibilidad de la región en Washington no ayudará si la política está dominada por amenazas y malas ideas, como el uso de la fuerza militar de Estados Unidos contra los carteles de la droga en México. No olvidemos que Rubio fue uno de los proponentes de la fallida estrategia de reconocer un gobierno paralelo de Venezuela en 2019. Es comprensible que vea a América Latina a través del prisma de los intereses de Estados Unidos; eso no debe confundirse con perseguir los mejores intereses de la región. Para ello se requiere compromiso, entendimiento mutuo y mucha paciencia.
Por supuesto, Estados Unidos y China no tienen ninguna obligación de promover la prosperidad en América Latina: eso es responsabilidad de sus propios gobiernos y sociedades. Pero los problemas de la inmigración ilegal, la inseguridad y el narcotráfico en Estados Unidos no desaparecerán si sus vecinos viven en un vecindario cada vez más inestable. Un giro proteccionista de Estados Unidos iría sin duda en contra de la búsqueda regional de prosperidad y estabilidad.
Lo que nos lleva de nuevo a los vehículos eléctricos: Trump querría impedir que cualquier vehículo chino entre en Estados Unidos Está en su derecho, como presidente electo que acaba de ganar un fuerte mandato. Pero si vives en Brasil, Chile o México, sabrás que estos vehículos eléctricos ya están por todas partes porque son baratos, elegantes y respetuosos con el medio ambiente. Hace poco tomé un servicio de transporte en São Paulo; el conductor me dijo que, desde que había cambiado a un BYD Dolphin, había reducido sus gastos operativos en un 90%.
Teniendo esto en cuenta, ¿a quién elegiría como aliado y socio cercano si fuera un político latinoamericano?
Por Juan Pablo Spinetto
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