La deforestación y los focos de incendio conviven, lado a lado, con las obras de asfaltado de la BR-319, la cuestionada carretera brasileña que está dejando un reguero de devastación a su paso por la Amazonía.
En el llamado “Lote C” de esta carretera federal de casi 900 kilómetros de extensión, la única que conecta la ciudad de Manaos y sus dos millones de habitantes con el sur del país, se trabaja a destajo desde hace poco más de un mes.
Es un desfile de excavadoras, máquinas pavimentadoras y camiones cargados de arena en mitad del mayor bosque tropical del planeta. El objetivo: asfaltar por lo menos doce kilómetros antes de que acabe el 2022 y un total de 52 en los próximos tres años.
“Es una guerra. Estamos corriendo contra reloj porque aquí es una región donde llueve mucho”, afirma a Efe Osmildo Machado, encargado de las obras.
Construida durante la dictadura
La BR-319, que conecta las ciudades de Manaos y Porto Velho, es uno de los proyectos de infraestructura más controvertidos de la Amazonía y amenaza con destruir una de las zonas mejor preservadas de vegetación autóctona.
Fue construida por la dictadura militar (1964-1985) dentro de su plan desarrollista para el bioma, que hoy intenta resucitar Bolsonaro, aspirante a la reelección en octubre y bajo cuya gestión la tasa de deforestación ha alcanzado niveles récord.
La falta de mantenimiento la hizo impracticable, llegando incluso a cerrarse al tránsito durante algunos años.
Hoy es una vía en pésimas condiciones, apenas asfaltada en sus dos extremos, desde donde avanza la deforestación, y en la que abundan los baches y los agujeros.
La mayor parte de su trazado es un camino de tierra que se transforma en un barrizal difícilmente transitable en temporada de lluvias.
El asfaltado de esa parte, muy criticado por organizaciones ecologistas y objeto de demandas judiciales, es hoy una prioridad para el líder ultraderechista.
En el 2020, su Gobierno sacó a concurso el contrato para pavimentar el “Lote C”, que va desde el kilómetro 198 al 250.
En su día, el entonces ministro de Infraestructura, Tarcísio Gomes de Freitas, garantizó que el proyecto serviría de “modelo” sobre cómo construir respetando la naturaleza; pero sobre el terreno la realidad es otra.
Las huellas de la deforestación
En esos 52 kilómetros se suceden escenas desoladoras: áreas de bosque derribadas y carbonizadas a un lado y al otro de la pista, con la previsible intención de transformarlas en plantíos y pasto para el ganado.
Los supuestos propietarios o invasores de las tierras que colindan con la carretera talan y queman a la luz del día o en la oscuridad de la noche.
En el kilómetro 208 las llamas llegan casi al borde la carretera. En el 217, más incendios. Cerca del 223, un tractor clarea una zona deforestada y quemada.
En el 232 el suelo, lleno de cenizas, aún está caliente y hay troncos humeantes. En el 250 solo las palmeras han quedado en pie, el resto del paisaje son árboles amputados a medio metro de altura.
Sólo en agosto, la deforestación en la Amazonía brasileña aumentó un 80% comparado con el mismo mes del 2021, hasta alcanzar los 1,661 kilómetros cuadrados de vegetación nativa devastada, según un sistema de alertas por satélite.
Futuro alarmante
Esas escenas de destrucción casi desaparecen una vez se atraviesa la comunidad de Igapó Açu. A partir de ahí empiezan 405 kilómetros en los que ya es más difícil ver la acción del hombre y la selva recupera su vigor.
Aunque los ecologistas temen que no por mucho tiempo, pues el pasado mes de julio el Gobierno obtuvo la licencia ambiental previa para asfaltar ese enorme tramo, en una decisión celebrada por Bolsonaro.
Atravesar esa parte es hoy un desafío hercúleo para los camioneros. Juliano Nunes, de 29 años, se dirigía a Porto Velho, cuando su camión se quedó atascado en el barro. Por muy pocos centímetros no cayó por un terraplén.
“¡Si es que hay que votar a Bolsonaro para que arregle la carretera!”, exclama desde la ventanilla de su vehículo Jorge Freitas, tras pasar por el lugar.
La licencia ambiental también ha sido cuestionada por movimientos ecologistas, pues, según dicen, no se habría tenido en cuenta la opinión de las comunidades indígenas de la zona, como marca la ley.
También sospechan que el asfaltado de la BR-319 generará un “efecto llamada” para madereros ilegales, pues el acceso a esas zonas vírgenes sería mucho más fácil.
En paralelo, las obras continúan su curso y Machado asegura que la población local “les aplaude”.
Según él, “no hay muchos incendios” por la región. Mientras pronunciaba esas palabras, un frente de fuego se extendía unos cientos de metros más adelante.