El pequeño equipo de trabajadores sanitarios estatales se movía entre las piezas de automóviles esparcidas por un desguace de Río de Janeiro, buscando agua estancada donde los mosquitos pudiesen haber puesto sus huevos.
Forman parte de una iniciativa nacional para frenar el repunte del dengue, transmitido por mosquitos, durante la temporada alta del turismo en Brasil, que terminará a finales de febrero.
El entomólogo Paulo Cesar Gomes encontró algunas larvas de mosquito nadando en el agua de lluvia acumulada dentro de la defensa de un auto.
“A este tipo de lugares los llamamos puntos estratégicos” por la gran cantidad de objetos que llegan de todas partes, dijo. “Es difícil que no haya mosquitos aquí”.
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A principios de mes, unos días antes de que Río inaugurase su mundialmente conocido Carnaval, la ciudad se unió a varios estados y a la capital, Brasilia, en la declaración de epidemia de salud pública por la cifra récord de casos de dengue registrados este año.
“Tuvimos más casos en enero que en ningún otro mes de enero”, apuntó Ethel Maciel, directora de vigilancia sanitaria del Ministerio de Salud, en una entrevista con The Associated Press.
En lo que va de año, Brasil ha registrado 512,000 casos en todo el país, entre confirmados y probables, casi cuatro veces más que en el mismo periodo de 2023.
Además, se han investigado 425 posibles decesos por dengue, con 75 confirmados, frente a los pocos más de mil de todo el año pasado.
El dengue es una infección vírica que se transmite a los humanos por la picadura de un mosquito. Las lluvias frecuentes y las altas temperaturas, que aceleran la eclosión de los huevos del insecto y el desarrollo de sus larvas, hacen que la calurosa ciudad de Río sea especialmente susceptible a los brotes.
Muchos de los infectados nunca llegan a desarrollar síntomas, pero el dengue puede causar fiebre alta, dolores de cabeza y musculares, náuseas y erupciones en la piel, según la Organización Mundial de la Salud. Aunque la mayoría mejoran al cabo de una semana, algunos desarrollan un cuadro grave de la enfermedad que requiere hospitalización y pude resultar letal.
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Trabajadores sanitarios como Gomes, equipados con mascarillas y guantes de plástico, registran meticulosamente el desguace en una calurosa mañana, pateando y sacudiendo suavemente las piezas de autos apiladas en busca de cualquier rastro de Aedes aegypti, el mosquito que puede transmitir el dengue.
Cada vez que se topaba con agua estancada, Gomes tomaba una pipeta de mano de su bolsa y buscaba larvas que recogería en un recipiente de plástico blanco. Los mosquitos y las larvas capturados se mantienen con vida y se llevan a un laboratorio de la ciudad para analizar si portan el virus.
En los lugares donde hay positivos, los agentes rocían las paredes con un producto que mata los mosquitos y vigilar el lugar durante semanas.
Maciel apuntó que el primer aviso sobre una posible pandemia se produjo en septiembre.
El principal instituto de investigación del país, la Fundación Oswaldo Cruz, o Fiocruz, que cuenta con financiación estatal, planteó varios escenarios que indicaban que Brasil podría llegar a los 4.2 millones de casos este año, desde los 1.6 millones de 2023.
Según Maciel, el repunte se debe al excesivo calor y a las intensas lluvias. Ambos podrían ser consecuencia del cambio climático o de El Niño, un calentamiento natural, temporal y ocasional de parte del océano Pacífico que modifica los patrones meteorológicos en todo el planeta.
En la actualidad circulan cuatro serotipos del virus al mismo tiempo, uno de los cuales no se veía desde hacía 15 años, apuntó Maciel.
En Río, más del 80% de los lugares donde se crían los mosquitos están en propiedades residenciales, indicaron las autoridades sanitarias. Por lo tanto, los esfuerzos para combatir el dengue deben comenzar en los hogares, y la concienciación es clave, apuntó Mário Sérgio Ribeiro, un supervisor sanitario del estado de Río de Janeiro.
Las autoridades regionales lanzaron la iniciativa “10 minutos que salvan vidas” para animar a los residentes a inspeccionar sus viviendas, oficinas y lugares de cultos en busca de agua estancada.
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Trabajadores sanitarios y voluntarios fueron puerta por puerta recorriendo las estrechas calles de la favela de Tabajara de Río para difundir la información. Repartieron octavillas y subieron a azoteas en busca de recipientes con agua de lluvia.
Una mujer mayor, Vilza da Costa, dijo a la AP que creía haber contraído la enfermedad.
“Empecé con fiebre, después me picaba todo el cuerpo, estaba débil y tenía mucho dolor. Estaba muy muy mal”, contó. “Aquí hay muchos mosquitos”.
Durante el Carnaval, que terminó el miércoles, los empleados de salud recibieron a los visitantes con repelente gratuito. Una camioneta con un mosquito tachado y las palabras “Contra el dengue todos los días” agrió y cerró los desfiles varias noches para que la vieran millones de telespectadores.
Los efectos del Carnaval no se verán hasta dentro de una semana, dijo Maciel. Aunque el dengue no se transmite entre personas, el incremento del turismo puede impulsar la propagación de la enfermedad a zonas que no se habían visto afectadas antes.
No estaba claro si el repunte de los casos ha alcanzado su apogeo y “van a empezar a bajar, o si se está dando el peor escenario posible”, agregó Maciel.
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