Cada nueve días, los bogotanos pasan 24 horas seguidas sin agua corriente. Esto altera el ritmo de restaurantes, salones de belleza e incluso de los taxis. Bajo esta iniciativa, los habitantes y las empresas de Bogotá, la capital colombiana, contribuyen a restablecer el nivel de los embalses tras una larga sequía.
El cambio climático viene alterando los patrones meteorológicos en todo el mundo, y las principales áreas metropolitanas —desde Ciudad de México a Montevideo y de Johannesburgo a Bangalore— han tenido que enfrentar escasez de agua. Bogotá, que cuenta con más de 7 millones de habitantes, lleva dos meses racionando el agua.
Las autoridades dividieron Bogotá en nueve zonas. Cada día, a partir de las 8 a.m., una se queda sin agua corriente durante 24 horas. El objetivo es que el sistema Chingaza, que incluye el embalse de Chuza y es de donde la ciudad obtiene la mayor parte de su agua, alcance al menos el 70% de su capacidad total en octubre, cuando llegaría a su punto máximo. Ahora está justo por encima del 40%, tras haber subido constantemente desde menos del 15% cuando empezó el racionamiento en abril.
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“Estamos enfrentados a una realidad que es el cambio climático”, afirma Natasha Avendaño, directora de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB). “Las condiciones han sido tan atípicas, tan abruptas, que nos tenemos que preparar para esa nueva realidad”.
Por la radio y en las redes sociales, se le pide a los residentes que se duchen en tres minutos o menos, que solo utilicen la lavadora con la carga completa y que cierren el grifo mientras se lavan los dientes. Se les recuerda constantemente que “cada gota cuenta”.
Un viernes soleado en el barrio de la Macarena, conocido por sus restaurantes, galerías de arte y librerías, David Carima está detrás de la barra de Casa Frida, un restaurante mexicano. En el piso, a su izquierda, hay varios recipientes llenos de agua que utiliza para lavar tazas y vasos. A su derecha hay baldes con agua que entrega a los clientes que necesitan ir al baño.
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Más al sur, en el histórico barrio de La Candelaria, la estilista Miriam Villán cuenta que, debido a la falta de agua corriente ese día, el salón de belleza solo ofrece secados y otros servicios que no requieren mucho lavado. Acuden menos clientes, pero el negocio se recupera el resto de la semana. Las restricciones “no son tan duras”, ya que son espaciadas, indicó.
Para Adriana Rico, que transporta a clientes por Bogotá en su camioneta Hyundai blanca, la crisis hídrica significa que ya no debe lavar su auto semanalmente. Ahora utiliza un balde pequeño de agua y un paño para limpiar el exterior del vehículo cada una o dos semanas, y dice que esta nueva rutina es su “granito de arena” para ayudar a ahorrar agua.
Ahora que El Niño —que provocó una sequía e incendios forestales— llega a su fin, las lluvias han vuelto y ayudan a restablecer parcialmente los niveles de los embalses. En una publicación diaria en X, la oficina del alcalde Carlos Fernando Galán informa a los ciudadanos sobre la situación de la ciudad en cuanto a sus objetivos.
Bogotá quiere reducir el consumo de agua a un promedio de 15 metros cúbicos por segundo, pero está difícil. Dado que muchos edificios de apartamentos y otras propiedades de la ciudad mantienen en funcionamiento los tanques de agua, algunos residentes ni siquiera sienten los cortes, ya que los vuelven a llenar cuando se reanuda el servicio al día siguiente.
Es el caso de la casa que Camille Gaven comparte con otras 15 personas en La Candelaria. En los días en que cortan el servicio de agua en su barrio, dice que los residentes franceses como ella no se duchan mientras que los locales sí lo hacen, aprovechando el colchón que proporciona el tanque.
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“Creo que en Francia tenemos más conciencia ambiental”, dijo Gaven, que está en Bogotá de intercambio universitario.
Para el alcalde, la crisis del agua es una inusual oportunidad de encontrar una causa común con el presidente Gustavo Petro, un rival político que centra gran parte de su retórica en la lucha contra el cambio climático. En un vídeo publicado en su cuenta de X la semana pasada, Galán aplaudió una reciente visita de funcionarios del Banco Mundial en la que compartieron las lecciones aprendidas de la crisis del agua en Ciudad del Cabo hace unos años.
A 2,600 metros sobre el nivel del mar, Bogotá está rodeada por tres lados de páramos, ecosistemas únicos y frágiles de alta montaña que absorben el agua y la filtran hacia abajo. Algunos se encuentran en el parque nacional de Chingaza, parte del sistema que históricamente proporciona el 70% del agua que consume Bogotá. La mayor parte del resto procede del sistema Tibitoc, que incluye una planta del mismo nombre que trata las aguas contaminadas del río Bogotá.
Pero como la deforestación de los bosques amazónicos y de la región de Orinoquía se traduce en menos nubes que llegan a los páramos, Bogotá también tiene que recurrir más al agua tratada. Aunque es más costosa, la EAAB ha aumentado la capacidad de la planta de tratamiento en un intento por preparar el sistema para satisfacer una mayor parte de las necesidades de la ciudad.
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Según Fabio Arjona, director de la filial colombiana de Conservación Internacional, se prevé que el aumento de lluvias en las zonas situadas al norte de la ciudad compense una menor cantidad de precipitaciones en el sistema de Chingaza.
En las dos últimas décadas, la organización sin ánimo de lucro ha llevado a cabo varios proyectos piloto en la zona, pagando a agricultores para que ayudaran a conservar sus tierras permitiendo así el desarrollo de estanques o plantando árboles, al tiempo que mantenían el grueso de sus actividades agrícolas. Bogotá, dijo Arjona, tendrá que empezar a hacer algo similar para ayudar a proteger la cuenca del río.
El racionamiento de agua “nos abre la mente para tener soluciones de largo plazo”, comentó. “La conservación de los ecosistemas que generan los servicios ambientales es fundamental”.
Por ahora, Avendaño dice que a medida que Bogotá se acerque al cumplimiento de sus objetivos, un primer paso puede ser relajar las restricciones espaciándolas más. Pero una vez que se levanten, la jefa de la EAAB dice que desaparecerán para siempre.
El problema del agua es tan acuciante que el Gobierno municipal, que lleva seis meses de mandato cuatrienal, está elaborando un plan que establezca de dónde se abastecerá la ciudad en la próxima década y más allá.
“Esto tiene que ser un cambio de nuestra relación con el agua a largo plazo”, afirmó Avendaño.
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