Más de una década después de que Sergio Gómez comenzó a excavar un túnel bajo una imponente pirámide mexicana, el arqueólogo sigue dedicando la mayor parte de su tiempo a estudiar el enorme arsenal de artefactos sagrados que los sacerdotes colocaron allí cuidadosamente hace unos 2,000 años.
El volumen y la variedad de los objetos escondidos en el túnel sellado bajo la ornamentada Pirámide de la Serpiente Emplumada de Teotihuacán han batido récords de descubrimientos en la antigua ciudad, que fue la metrópolis más poblada de América y que ahora es una de las principales atracciones turísticas de las afueras de la actual Ciudad de México.
Hasta el momento se han catalogado más de 100,000 artefactos del túnel, desde estatuas finamente talladas, joyas, conchas y cerámicas, así como miles de objetos de madera y metálicos que, en su mayoría, han sobrevivido intactos el paso del tiempo.
En una reciente visita al túnel y a los talleres de conservación, donde su equipo de 30 miembros examina el tesoro, Gómez mostró algunos de los hallazgos más espectaculares de la excavación, que hasta ahora no se habían reportado.
Todos ellos son parte de las ofrendas ceremoniales dejadas a lo largo del pasadizo subterráneo de 100 metros de longitud que terminaba en tres cámaras justo debajo del punto medio de la pirámide.
“¿Sí se ve?”, preguntó Gómez, iluminando con la luz de su teléfono móvil una esfera de ámbar tallada y del tamaño de una pelota de tenis que recogió de una mesa del taller. Iluminada, parece lava fundida.
Es la primera vez que un adorno hecho de ámbar aparece en Teotihuacán. Encontrado con una pequeña tapa y un residuo en su interior que será analizado -el arqueólogo especula que puede ser tabaco-, es probable que colgara del cuello de un sacerdote.
Como en otras sociedades mexicanas antiguas, los sacerdotes que entraron al túnel probablemente ingirieron plantas u hongos alucinógenos como parte de rituales, dijo el especialista.
El túnel, que en la mayoría de los lugares es suficientemente alto como para atravesarlo de pie y se encuentra a unos 12 metros bajo tierra, fue diseñado para deslumbrar, explicó. Las paredes e incluso el suelo estaban recubiertos de finos trozos de pirita de hierro, conocida popularmente como “oro de los tontos” por su parecido con el metal precioso.
“Tratemos de imaginar cuando los sacerdotes entraban con una antorcha, cómo esto se iluminaba y cómo lo que ellos veían al moverse la llama; el cielo y las estrellas del inframundo, titilaban”, dijo Gómez, quien cree que el túnel se hizo para recrear el inframundo en su cosmovisión y se utilizó en la iniciación de nuevos gobernantes.
Investigaciones científicas demuestran que el espacio húmedo y nunca ocupado estuvo en uso durante más de dos siglos hasta el 250 d.C.
Teotihuacán, una próspera ciudad, contemporánea de la antigua Roma y de la China Han, floreció desde el año 100 a.C. hasta el 550 d.C.. Llegó a albergar hasta 200,000 personas que vivían en su mayoría en complejos multifamiliares de piedra pintados con coloridos murales.
Se conoce poco sobre sus habitantes, como qué idioma hablaban y si desarrollaron un sistema de escritura similar al de los aztecas, que dominaron la zona unos ocho siglos después de la caída de Teotihuacán y veneraban las ruinas.
Descubrimiento final
Caminando por el túnel ahora vacío, Gómez se detiene donde se encontró una gran ofrenda. Describe 17 capas separadas de conchas colocadas meticulosamente por los sacerdotes, una encima de la otra, con los niveles inferiores aplastados.
“Ellos mismos los estaban pisando, al estar colocando más y más objetos encima, ellos pisaron los objetos que habían colocado antes”, relató el experto.
El arqueólogo enfatiza en que su excavación durante doce años del túnel, que se había llenado de barro a lo largo de los siglos, fue tan meticulosa que probablemente se recuperaron trozos de cabello humano e incluso piel.
Parece que las ceremonias en el pasadizo implicaban el ofrecimiento de obsequios a los señores del inframundo y a la deidad principal de la ciudad, el dios de la lluvia.
Se han descubierto varias docenas de frascos negros brillantes casi idénticos esculpidos para parecerse a la imagen del dios.
Entre las ofrendas más ricas se encuentran cientos de objetos hechos del llamado jade imperial, una de las gemas más caras del mundo, que incluyen orejeras, collares y colgantes, uno en forma de cocodrilo.
Se desenterraron varios miles de piezas de pirita de hierro relucientes. Importados posiblemente de lugares tan lejanos como Honduras, incluyen cuentas, discos y hasta la mitad inferior de una taza.
Alrededor de 8,000 objetos de madera (platos, cuencos y más) fueron extraídos también del lugar, así como cráneos y garras de unas tres docenas de especies animales, especialmente depredadores como jaguares y pumas.
Más allá del trabajo de restauración tradicional, el equipo de Gómez también está desarrollando recreaciones digitales tridimensionales de los artefactos tal como habrían aparecido originalmente, para que eventualmente se pueda acceder a ellos en línea.
El descubrimiento final realizado en los últimos días de julio resultó especialmente satisfactorio para el arqueólogo.
En un pozo circular excavado en el suelo del túnel que antes no se veía por los escáneres láser, los sacerdotes habían arrojado cuatro ramos de flores. En la parte superior, colocaron un montón de madera, puñados de semillas de maíz, chile y nopal, además de una pirámide tallada en piedra en miniatura.
Finalmente, le prendieron fuego a todo.
Gracias a la madera carbonizada, Gómez pronto podrá precisar el año en que se llevó a cabo el ritual con humo.
Lo de las flores no tenía precedente; es la primera vez que se encuentran restos vegetales intactos en Teotihuacán.
“Es algo tan único”, afirmó, agachándose justo al lado del pozo, secándose la frente.
“Te hace sentir muy cerca de la gente que estuvo, trabajando, utilizando estos materiales”.