Vista de un cartel que dice "Arica siempre Arica, más grande es mi lealtad", desde la playa Las Machas, en Arica, Chile, en la frontera con Perú, el 30 de noviembre de 2025. (Foto: RODRIGO ARANGUA / AFP)
Vista de un cartel que dice "Arica siempre Arica, más grande es mi lealtad", desde la playa Las Machas, en Arica, Chile, en la frontera con Perú, el 30 de noviembre de 2025. (Foto: RODRIGO ARANGUA / AFP)

En Arica, la ciudad más al norte de Chile, la población siempre convivió con extranjeros. Paloma Cortés no tenía recelo de ellos hasta que migrantes indocumentados ocuparon unos predios y el miedo y el crimen se instalaron en su barrio.

La inseguridad y la migración irregular son temas centrales del balotaje presidencial del 14 de diciembre entre la izquierdista Jeannette Jara y el ultraderechista José Antonio Kast, favorito en las encuestas y quien promete expulsar a cientos de miles de indocumentados.

A unos 10 km de Arica, en el desierto de Atacama, se encuentra uno de los pasos fronterizos más transitados del país: 5,000 chilenos, peruanos y bolivianos van y vienen a diario. 

Pero desde 2020 empezaron a llegar más indocumentados para instalarse en Chile, en su mayoría venezolanos. Si en 2018 eran 200, para 2023 sumaban 5,000, según el Servicio de Migraciones.

Turistas caminan hacia la bandera nacional chilena en el Morro de Arica, en Arica, Chile, en la frontera con Perú, el 30 de noviembre de 2025. (Foto de RODRIGO ARANGUA / AFP)
Turistas caminan hacia la bandera nacional chilena en el Morro de Arica, en Arica, Chile, en la frontera con Perú, el 30 de noviembre de 2025. (Foto de RODRIGO ARANGUA / AFP)

Su arribo hizo trizas la tradicional calma en Arica, una ciudad de 250,000 habitantes con costa en el Pacífico donde casi no llueve, dicen pobladores a la AFP.

Antes tú podías ir hasta la playa en la noche y devolverte caminando. Ahora ya no”, asegura Cortés, una vendedora de maquillaje de 27 años.

El tren de Aragua

Si bien una parte de los indocumentados se insertó en la economía de servicios, también irrumpió el Tren de Aragua, la banda internacional venezolana que siembra terror con secuestros, extorsiones y asesinatos.

Sus miembros se apoderaron de un conjunto de viviendas abandonadas del cerro Chuño, cerca de donde vive Cortés, y montaron allí su base de operaciones.

Antes te asaltaban y te quitaban tus cosas. Ahora te pegan, te apuñalan, te mandan al hospital”, sostiene Cortés.

Arica enfrentó un explosivo aumento del crimen. En 2019 registraba una tasa de 5.7 homicidios por cada 100,000 habitantes, y en 2022 fue de 17.5, casi el triple del promedio nacional.

El sicariato, el secuestro, son cosas que no estaban”, corrobora Alfonso Aguayo, un guardia de seguridad, de 49 años.

En 2022, la policía desmanteló la cúpula del Tren de Aragua en Arica y allanó el cerro Chuño. Allí las autoridades encontraron una casa transformada en un centro de torturas y restos de tres cadáveres.

En marzo pasado, la justicia impuso condenas que sumaron casi 560 años de cárcel a 31 venezolanos y tres chilenos de la organización.

La población sintió un alivio. El año pasado el índice de homicidios cayó a 9.9, pero todavía supera el promedio nacional de 6.6 casos por 100,000 habitantes.

El mes pasado, en la primera vuelta de las presidenciales, los candidatos de la derecha sumaron en Arica tres cuartas partes de los votos, liderados por el economista Franco Parisi, que planteaba expulsar a los inmigrantes irregulares e instalar minas antitanques en la frontera.

Kast promete deportar a los 337,000 indocumentados que viven en Chile en el marco de su plan anticrimen, y quiere construir una zanja en la frontera.

El lado noble

Aunque la sensación de temor es común en Arica, los migrantes también son una fuerza de trabajo valorada.

La inseguridad “no tiene que ver con la inmigración, sino con la bondad o la maldad de las personas”, afirma a la AFP Fermín Burgos, un profesor jubilado de 75 años.

Su hijo tiene un restaurante que contrató a dos venezolanas sin papeles como meseras. “Están ilegales, pero son excelentes”, remarca. 

En Chile, los migrantes irregulares pueden acceder a servicios médicos y sus hijos a la escuela pública. También suelen emplearse en el comercio informal o como repartidores. Ninguna autoridad los persigue.

La venezolana Fernair Rondo, de 35 años, vive en Chile hace siete años. “Cuando yo llegué, había cordialidad. No había esa xenofobia (...) antes era más seguro, pero por unos pagan todos y nos etiquetan a todos los venezolanos de malos”, dice esta vendedora de una tienda de licores.

Vista de un cartel que dice "Arica siempre Arica, más grande es mi lealtad" en Arica, Chile, en la frontera con Perú, el 30 de noviembre de 2025. (Foto de RODRIGO ARANGUA / AFP)
Vista de un cartel que dice "Arica siempre Arica, más grande es mi lealtad" en Arica, Chile, en la frontera con Perú, el 30 de noviembre de 2025. (Foto de RODRIGO ARANGUA / AFP)

Muchos extranjeros se integraron en la sociedad chilena. En áreas como la salud, un 5.8% de los médicos en todo el país son migrantes, según la autoridad reguladora del sector.

Un “aporte” clave, dice Claudia Villegas, directora de la salud municipal de Arica. “En zonas como la nuestra, que son extremas, la demanda de médicos no la podemos cubrir con los egresados de la región”, afirma a la AFP.

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