Por Tyler Cowen
Incluso antes de que el presidente Donald Trump anunciara que tiene la intención de suspender temporalmente la inmigración a Estados Unidos debido al Covid-19, era evidente que el efecto del virus en la migración sería poderoso, duradero e infortunado.
Muchos países, además de EE.UU., ya han cerrado o limitado severamente la entrada de extranjeros, y muchas de esas restricciones no se levantarán tan fácilmente cuando haya pasado lo peor de la pandemia.
Primero que todo, no hay garantía de que una buena vacuna esté lista rápidamente, incluso dentro de dos años. Todavía no hay vacuna, por ejemplo, para el resfriado común o el VIH/SIDA. Incluso si EE.UU. llega a tener bajo control el virus Covid-19, podría haber bolsillos menos amplios para esta batalla en otras naciones, incluidos países poblados y pobres como India, Pakistán y Nigeria. EE.UU. podría mostrarse reacio a recibir nuevos migrantes de esas partes del mundo.
Independientemente de que la reacción sea o no racional, es fácil imaginar que el público tema que el potencial de la inmigración contribuya en un resurgimiento pandémico. Parece que las regiones capaces de restringir la inmigración con relativa facilidad, como Nueva Zelanda, Islandia y Hawai, han tenido problemas menos graves de Covid-19. La ciudad de Nueva York, que recibe a personas de todo el mundo, ha tenido el brote más grave de Estados Unidos. Además, la reciente aparición de una segunda ola de Covid-19 en Singapur ha sido relacionada con la migración en curso allí.
Nunca pensé que el gobierno federal construiría el muro de Trump en la frontera entre EE.UU. y México. Pero ahora me pregunto si bien podría suceder, tal vez en forma electrónica.
Por supuesto, este problema también tiene otra cara: muchos países podrían decidir seguir limitando la entrada de visitantes de EE.UU. El Gobierno estadounidense podría entonces responder restringiendo la inmigración desde dichos países. Este tipo de represalias no siempre es racional, pero es un fenómeno bastante común en las relaciones internacionales.
Alternativamente, quizás muchos países más pobres (¿y más ricos?) adquirirán “inmunidad colectiva” incluso sin un buen acceso a una vacuna. Pero eso será difícil de probar, y las bajas que se acumulan en el camino podrían desanimar al público estadounidense de permitir una mayor inmigración de esos países, incluso si sus ciudadanos son apuestas más seguras que los estadounidenses.
En los últimos tiempos, China ha sido la mayor fuente de inmigrantes a EE.UU. Por estos días es difícil imaginar que un miembro del Congreso de EE.UU. tome la palabra y exija que EE.UU. abra nuevamente sus costas a la población china, sin importar el nivel real de seguridad.
Además de estos efectos, muchos migrantes que actualmente viven en EE.UU. podrían regresar a sus países de origen. Digamos que usted es del sur de India y vive en Atlanta, y generalmente sus padres o abuelos vienen a visitarlo una vez al año.
Eso es ahora mucho más difícil para ellos y lo será en el futuro previsible. India también podría dificultar que indioamericanos regresen a visitar a sus familiares, tal vez exigiendo un certificado de inmunidad para poder ingresar al país. Muchos de estos migrantes actuales terminarán regresando a sus hogares para vivir en sus países de origen.
Incluso si una vacuna aparece en unos pocos años, las restricciones a los inmigrantes se habrán convertido en el statu quo legal, y en una democracia con muchos controles y equilibrios, el sesgo del statu quo puede llegar a ser muy fuerte. Es probable que esas restricciones no se reviertan muy rápidamente.
A pesar de todas las posibles restricciones, la pandemia en sí plantea nuevas razones para adoptar algunas formas de migración, aunque solo sea para ayudar a que las economías occidentales sigan funcionando. Muchos trabajos ahora son más peligrosos que antes, porque implican un contacto cara a cara y pasar tiempo en espacios cerrados.
Profesiones como auxiliares de enfermería y odontología, por ejemplo, ya atraían a muchos inmigrantes incluso antes de Covid-19. Trabajar en granjas podría ser aun más peligroso si el virus ataca en comunidades agrícolas. Los nuevos migrantes de los países más pobres estarán dispuestos a asumir estos riesgos, por un ingreso adicional, por supuesto, pero la mayoría de los ciudadanos estadounidenses no se acercarán a ellos.
La realidad podría ser un repunte en algunas formas de migración, principalmente para trabajos relativamente peligrosos. Podría haber un programa nacional de trabajadores invitados, administrado por cuota y por profesión, para garantizar que dichas vacantes se llenen.
Es poco conocido que el mes pasado el Gobierno de EE.UU. suavizó las normas de visado H-2, en parte para facilitar que trabajadores agrícolas mexicanos entren a este país y trabajen con el fin de garantizar la cadena de suministro de alimentos. Esto fue propuesto por una administración que se opone a una mayor inmigración.
Entonces, sí, es probable que la inmigración se mantenga en niveles deprimidos en los próximos años. Al mismo tiempo, las empresas probablemente seguirán atrayendo furtivamente a trabajadores extranjeros para sectores peligrosos, contratándolos y luego manteniendo a muchos de ellos a distancia de la dominante sociedad estadounidense. Esto, al menos tanto como cualquier reducción en los niveles generales, podría ser el panorama de la próxima ola migratoria.