Una red de acequias excavadas durante el Medioevo ha permitido a los agricultores de la aldea de Letur, en la ladera de una colina al sur de España, cultivar olivos, tomates y cebollas en una de las regiones más áridas de Europa por siglos. Ahora, la sequía que se extiende por todo el continente amenaza incluso a este antiguo oasis.
El intrincado sistema ha mantenido húmedas y frescas las tierras del pueblo durante guerras, invasiones extranjeras y desastres naturales. Pero los 200 agricultores que dependen de él empiezan a preocuparse por primera vez a medida que el nivel del agua en muchos de las gigantescas presas españolas desciende a niveles sin precedentes y los canales construidos en la década de 1970 que convirtieron la región circundante en una potencia agrícola empiezan a secarse.
Si la sequía se prolonga mucho más, Luis López, un agricultor de olivos de 43 años, teme que las explotaciones industriales cercanas, que utilizan el moderno sistema de irrigación para cultivos intensivos en agua, como lechugas y sandías, empiecen a explotar el bien conservado suministro de Letur.
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“Siento como si somos el ultimo pueblo galo de Asterix”, dice López, refiriéndose al terruño del personaje de ficción, el último en resistir a los romanos. “Me preocupa que cuando la agricultura intensiva se quede sin agua van a venir a por la nuestra”.
España, que alberga el único desierto de la Unión Europea, ha sufrido sequías más graves y prolongadas que las demás grandes economías del bloque. Su proximidad a África la sitúa en la trayectoria de las corrientes de aire caliente que se dirigen hacia el norte desde el desierto del Sahara.
Pero el calor no se detiene en España. Un clima más caluroso y seco se está convirtiendo en la norma en toda Europa. La batalla por el agua que se libra en Letur es un presagio de conflictos que se suscitarán en otros lugares, y lo que ocurra con la industria agrícola española -una de las principales fuentes de alimentos para sus vecinos- se dejará sentir en toda la región.
“España es el granero de Europa y la falta de agua allí, la falta de producción agrícola, es una cuestión de supervivencia”, dice Nathalie Hilmi, economista medioambiental del Centre Scientifique de Mónaco. “También se convierte en un problema financiero, porque hay que gastar más dinero en buscar alimentos”.
Las sequías que se extienden por varios años pueden ser devastadoras porque sectores como la agricultura no tienen tiempo de recuperarse, de modo que los impactos se acumulan temporada tras temporada, creciendo exponencialmente. Según Gabriel Trenzado, director del grupo industrial Cooperativas Agro-alimentarias de España, la producción española de aceite de oliva -que representa el 45% del suministro mundial- se reducirá probablemente a más de la mitad esta temporada, mientras que se prevé que cereales como el trigo y la cebada caigan hasta un 60%.
La situación aún no es tan grave en otras partes de la Unión Europea, donde la previsión oficial es que la cosecha de cereales en su conjunto repunte un 7% respecto a la temporada anterior.
Las precipitaciones en Francia, el mayor productor de cereales del bloque, han mejorado desde la sequía invernal, y las previsiones para la cosecha de trigo de 2023 son las más altas de los últimos diez años. En algunas zonas, incluso ha llovido demasiado: en algunas partes de Alemania, la siembra de cebada y remolacha azucarera se ha visto retrasada por el mes de marzo más lluvioso desde 2001.
Los agricultores de toda la región no sólo tienen que hacer frente a la sequía, sino también a un tiempo menos predecible en general, afirma Trenzado. El año pasado, España experimentó una ola de calor similar a la que azotó al país en abril, hasta que la tormenta Cyril provocó un inusual descenso de las temperaturas, que ocasionó pérdidas multimillonarias a los productores de frutas y frutos secos. “Que haya sequía no significa que no llueva, significa que a veces lo hace de forma inesperada”, afirma Trenzado. “Ahora todo es muy sensible”.
Los preparativos de Europa para un futuro más seco tienen dificultades para seguir el ritmo del rápido cambio climático. Según la Organización Meteorológica Mundial, el continente se ha calentado casi el doble de rápido que el resto del mundo en las tres últimas décadas, y el impacto económico ha sido significativo.
El descenso de los ríos a niveles récord ha provocado pérdidas multimillonarias por la interrupción del transporte de mercancías. También ha perjudicado a la generación de electricidad en centrales hidroeléctricas y nucleares, agravando la escasez de energía provocada por la invasión rusa de Ucrania y contribuyendo a la peor crisis del costo de vida a la que se ha enfrentado Europa en generaciones. Las malas cosechas provocadas por la sequía podrían hacer subir aún más los precios de los alimentos.
Según el Servicio de Cambio Climático Copernicus, la disminución de la entrada de agua a lagos y mares europeos también agrava los riesgos medioambientales al aumentar la temperatura del agua y dañar los ecosistemas. Y luego está la mayor probabilidad de incendios forestales, que el año pasado quemaron paisajes europeos tres veces más grandes que Luxemburgo.
Es el segundo año consecutivo de condiciones extremadamente secas y calurosas para el suroeste de Europa, impulsadas por una ola de calor previa al verano que inició tres meses antes de lo habitual. En España se acaba de registrar el mes de abril más cálido y seco de la historia.
En otros lugares, la nieve acumulada en los Alpes, fuente crucial de agua para Francia e Italia, es la más baja en más de una década, lo que exacerba años de lluvias y nevadas por debajo de la media. Más al norte, Alemania y el Reino Unido han sufrido anomalías pluviométricas tan graves como las de España.
Para Andrea Toreti, investigador del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea, un organismo científico independiente que asesora a los funcionarios del bloque, los cambios meteorológicos coinciden con las previsiones científicas de menos precipitaciones y temperaturas más altas en Europa en un planeta más cálido. Pero este nivel de sequía se esperaba se produjera con regularidad hasta 2043. Ahora, “si no se hace nada, prevemos que este fenómeno pueda producirse casi todos los años”, dijo.
En Italia, donde la falta de agua asfixia a la región agrícola más productiva del país, la crisis se ha convertido en una prioridad gubernamental gestionada por una unidad especial dirigida por el vice primer ministro Matteo Salvini. Francia, que este año ha sufrido la racha más larga sin lluvias durante un invierno de la que se tiene registro, se ha fijado el nuevo objetivo de reducir el consumo de agua un 10% para finales de esta década.
“La sequía del año pasado fue excepcional en comparación con lo que habíamos vivido, pero no será excepcional en comparación con lo que viviremos”, dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, en un discurso en marzo. “Nadie dice que esta situación vaya a mejorar”.
En España, el Gobierno se ha afanado por encontrar soluciones. A pesar de gastar miles de millones en las últimas décadas para mejorar su sistema de gestión del agua, las precipitaciones que han estado un 19% por debajo de la media histórica desde el pasado octubre han dejado los embalses de España a aproximadamente la mitad de su capacidad. Las medidas previstas para paliar la escasez de agua costarán más de 22,000 millones de euros.
Lo más polémico es que el Gobierno limitará la cantidad de agua utilizada para regar los cultivos. La medida ha enfurecido a los agricultores y ha envalentonado a los políticos conservadores antes de las elecciones locales de este mes, que se consideran un indicador de las perspectivas del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que aspira a la reelección en diciembre.
Sánchez, que ha impulsado medidas más contundentes contra el cambio climático, también se ha enfrentado a legisladores de derecha que pretenden ampliar los derechos de agua de los agricultores en uno de los humedales más vírgenes de Europa, situado en el sur de España.
Sánchez ha reconocido que no hay una respuesta fácil. “El debate de la sequía va a ser uno de los debates que durante los próximos años van a centrar el debate político y territorial en nuestro país”, dijo a los legisladores en abril.
La competencia por el acceso al agua en España enfrenta ya a varios grupos: grandes empresas agrícolas y pequeños productores, activistas medioambientales y grupos de presión proempresariales, políticos locales y gobierno central.
Las tensiones están a la vista en Almería, una provincia a dos horas al sur de Letur que registra regularmente las temperaturas más altas de Europa. Su tierra solía ser tan seca y árida que se utilizó para rodar spaghetti westerns, entre ellos “El bueno, el Feo y el Malo”, protagonizado por Clint Eastwood. Todo cambió en 1979, después de que el gobierno construyera casi 300 kilómetros de canales y tuberías -conocidos como el trasvase Tajo-Segura- que llevaron agua de la llanura central al desierto del sur.
Más de cuatro décadas después, la fértil tierra de Almería sustenta tantos invernaderos que el mar de cubiertas de plástico puede verse desde el espacio y se ha convertido en el corazón del sector español de las frutas y hortalizas frescas, que mueve 18,000 millones de euros. El proyecto de irrigación ha permitido que las granjas surtan de frutas que requieren grandes cantidades de agua para crecer, como las naranjas y los limones, a cadenas de supermercados de toda Europa a lo largo de todo el año.
Pero esa proeza de la ingeniería no ha inoculado el suministro de agua de la región frente a la pertinaz sequía. En Pulpí, un pueblo de Almería, las grandes granjas han tenido que reducir las superficies cultivadas, comprar agua a otros pueblos y alquilar tierras más al norte con suficiente acceso al agua para mantener la producción. Hace dos años, la presa del Negratín, que suministra la mayor parte del agua a Pulpí, tuvo que dejar de bombear al descender el nivel del agua.
Los productores de alimentos de Pulpí reaccionaron con enfado ante el plan del gobierno español de limitar el agua tomada del trasvase Tajo-Segura. “Sin agua, Almería retrocedería décadas”, dijo José Caparrós, directivo de una gran granja que pertenece a un grupo que gestiona el sistema de riego de la ciudad. “Necesitamos alternativas para acceder al agua y seguir alimentando al país”.
La reacción se ha extendido por todo el cinturón alimentario español -que abarca las zonas surorientales de Almería, Valencia y Murcia- y un grupo de presión afirma que las restricciones podrían costar al sector casi 6,000 millones de euros y 15,000 puestos de trabajo.
Algunos políticos han aprovechado el descontento para sus campañas para las elecciones locales del 28 de mayo. Ximo Puig, presidente de Valencia y miembro del partido socialista de Sánchez, se ha mostrado abiertamente en desacuerdo con el Gobierno central sobre el plan para restringir el acceso al agua.
En cambio, se ha hecho eco de la retórica de los candidatos de la oposición que también cortejan los votos de los agricultores. Si ganan, podría aumentar la resistencia a las políticas medioambientales y de conservación del agua de Sánchez de cara a las elecciones generales de diciembre.
Alfonso Sánchez, un profesor de matemáticas convertido en ecologista y que vive en Murcia, ha visto cómo la agricultura a gran escala, posible gracias al aprovechamiento de las aguas subterráneas y ríos cercanos, ha cambiado a su ciudad natal, Caravaca de la Cruz. En la década de 1990, cientos de pequeños agricultores no tuvieron más remedio que vender sus tierras a las grandes empresas, o unirse a ellas, para producir cultivos ávidos de agua. Años de agricultura mecanizada han reducido los recursos hídricos hasta en un 60% en la región, según un informe del grupo verde de Sánchez.
En lugar de cambiar sus prácticas y adaptarse a las condiciones más secas de los últimos años, muchos agricultores han perforado pozos ilegales para explotar aguas subterráneas. Greenpeace calcula que hay más de un millón de pozos no autorizados en toda España, utilizados principalmente para regar los cultivos. Sánchez trabaja para evitar que aparezcan más, pero teme que la situación empeore a medida que haya menos agua disponible.
“Estamos nadando contra corriente”, afirma. “La sequía va a tensionar mas la situación y agravar el conflicto por el agua”.