En tan solo cien días, el exembajador Edmundo González pasó de ser un completo desconocido en Venezuela a convertirse en uno de los principales candidatos para las elecciones presidenciales, de la mano de la mayor coalición opositora, la Plataforma Unitaria Democrática (PUD), que busca recuperar el poder tras veinticinco años de Gobierno chavista.
González Urrutia, un funcionario público retirado, de 74 años, ha repetido que no esperaba ser el candidato presidencial, ya que jamás había competido por un cargo de elección popular, ni siquiera cuando fue estudiante de la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde se graduó como licenciado en Estudios Internacionales en 1970.
“Acepto el inmenso honor y la responsabilidad de ser el candidato de todos los que quieren un cambio por la vía electoral”, proclamó González, luego de haber sido elegido como el abanderado opositor para las presidenciales.
Durante la campaña, González Urrutia ha mostrado ser un político inusual para las costumbres venezolanas, pues es de hablar pausado y a todos los lugares donde va llega con su discurso preparado, breve pero contundente, para leerlo ante la multitud.
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Su mensaje de campaña se ha centrado en la promesa de mejorar los deficientes servicios básicos, como la luz y el agua, así como la educación y la sanidad, pero el énfasis lo ha puesto en la reinstitucionalización del Estado y la reconciliación entre los venezolanos. El diálogo también ha sido uno de los puntos que ha destacado, indicando que está dispuesto a conversar con cualquiera, entre ellos, los representantes del chavismo.
Un hombre independiente
González Urrutia se define ideológicamente como un hombre de centro, que cree en los valores de la democracia, pero que nunca en su carrera diplomática militó en partido político alguno, lo que, según explicó recientemente, le ha dado independencia y al mismo tiempo, amigos en casi todas las formaciones políticas.
El candidato comenzó su carrera diplomática en el primer Gobierno de Rafael Caldera (1969-1974) y eso le permitió ejercer diferentes cargos, como el de director general de Política Internacional, director general de la Oficina de Análisis y Planificación Estratégica, y director general del Comité de Coordinación y Planificación Estratégica, así como consejero en Argentina y El Salvador.
Entre 1991 y 1993 fue embajador de Venezuela en Argelia y, a finales del segundo mandato de Caldera (1994-1999), fue nombrado embajador en Argentina, donde terminó su labor en 2002, ya con Hugo Chávez en el Gobierno.
González Urrutia mantuvo las relaciones propias de un embajador durante su trabajo en la Administración Chávez e, incluso, tras el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, escribió un artículo en La Nación de Argentina en el que agradeció al entonces presidente interino, Eduardo Duhalde, por su rechazo del alzamiento
En 2005, al cumplir treinta años de servicio, González Urrutia pidió su retiro como funcionario público para dedicarse a dar clases como profesor invitado de la Universidad Metropolitana (Unimet), formar parte del Consejo Editorial del diario El Nacional, y en 2010, ser el coordinador de Enlace Internacional de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD, ahora PUD).
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Sin retrato en vallas
El retrato de González Urrutia no se ve reflejado en ninguna valla del país ni en carteles, a diferencia de lo que sucede con los de Nicolás Maduro u otros candidatos a la Presidencia.
Ha participado en contados actos de calle en diferentes ciudades de Venezuela, en compañía de María Corina Machado, y ha sostenido reuniones con diferentes sectores del país como pensionados, estudiantes, personal sanitario y maestros, entre otros.
Las redes sociales han sido un punto de campaña importante para la PUD, donde el candidato pasó de tener 7,500 seguidores en la red social X, con una actividad prácticamente nula, a más de 153,000 en tres meses. Es por eso que al principio, sus oponentes se afanaron en crear cuentas falsas, tanto en X como en Instagram, motivo por el cual ha tenido que salir a desmentir rumores difundidos por el chavismo acerca de una supuesta enfermedad grave.
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