Al presidente Joe Biden le fue muy mal en el debate presidencial, pero lo que se ha dicho después ha sido todavía peor. Fue una agonía ver a un anciano confundido tener problemas para recordar palabras y hechos. Su incapacidad de transmitir sus argumentos frente a un opositor débil fue desalentadora. Pero que sus operadores de campaña hayan negado lo que decenas de millones de estadounidenses vimos con nuestros propios ojos es más tóxico que esas dos cosas, porque su deshonestidad resulta despreciable.
La consecuencia es que ahora la Casa Blanca está al alcance de Trump. Las encuestas más recientes muestran que los electores de los estados en los que Biden debía ganar ahora están en su contra. Su ventaja podría estar en peligro incluso en estados donde su victoria era segura, como Virginia, Minnesota y Nuevo México.
Biden merece ser recordado por sus logros y su decencia en lugar de su declive. Así que los demócratas veteranos que han comenzado a pedirle abiertamente que se retire están en lo correcto. Sin embargo, estas expresiones públicas no son nada en comparación con la creciente ola de consternación privada. Cada vez son más los que deben aceptar con urgencia que, de no alzar la voz ahora, Trump ganará. Para lograr la renovación política que Estados Unidos sin duda necesita, deben exigir el cambio. No es demasiado tarde.
Los demócratas argumentan con razón que Trump no es apto para ser presidente. Pero el debate y sus secuelas demostraron que Biden tampoco lo es. En primer lugar, debido a su declive mental. Biden todavía puede verse dinámico en apariciones breves, con un discurso preparado. Pero no se puede gobernar a una superpotencia con un teleprónter. Y no se puede poner en pausa una crisis internacional porque el presidente tuvo una mala noche. ¿Deberían confiarse los códigos nucleares en manos de alguien que no puede terminar una frase sobre Medicare?
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Biden no tiene la culpa de la disminución de sus capacidades, pero sí de una segunda descalificación, que es su insistencia, instigada por su familia, sus asesores de alto nivel y las élites demócratas, en que sigue estando a la altura del trabajo más difícil del mundo. La afirmación de Biden de que esta elección es entre el bien y el mal pierde validez ante el hecho de que la existencia de su campaña depende ahora de una mentira.
Los demócratas menosprecian al Partido Republicano por su cobardía ante Trump. Una vez más, tienen razón. Demasiados republicanos han repetido como loros sus falsedades y no han tenido el valor moral de denunciar sus abusos. Convencidos de que podrían durar más que él, o de que otro pagaría el precio de expulsarlo, senadores y congresistas han puesto sus ambiciones por encima de su país.
El Partido Demócrata debería verse en el espejo, empezando por el propio Biden, quien alega que fracasó en el debate porque estaba cansado de dar la vuelta al mundo en avión, como si su debilidad fuera prueba de su vitalidad. Sus partidarios argumentan que esos espantosos 90 minutos no deberían eclipsar los últimos tres años y medio. Pero lo que importa es si auguran los próximos cuatro. Los demócratas más veteranos que repiten estos argumentos con desesperación o que esperan en silencio a que alguien hable primero quizá piensan que están siendo leales. ¿Son leales a su país o a sus carreras?
Los demócratas podrán decir que sus tácticas son solo politiquería. Sus feos medios están justificados por sus honorables fines de salvar la democracia estadounidense de las depredaciones de Trump. Esa defensa no le hace ningún favor a Estados Unidos. La táctica de encubrir los defectos propios satanizando al oponente lleva mucho tiempo empañando la política estadounidense, pero recurrir a que Trump es una amenaza por ser un “dictador” para compensar la evidente debilidad de Biden es una forma de chantaje.
Como jefe de Estado, el presidente de Estados Unidos encarna las virtudes de la república. Cuanto más se le vea como un viejo testarudo que deja el trabajo de verdad en manos de sus cortesanos, más socavará la fe de los estadounidenses en su sistema de gobierno. Como representante de Estados Unidos en el extranjero, Biden proyectará decrepitud, para regocijo de China y Rusia y consternación de los aliados de Estados Unidos.
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Hay otra alternativa. Biden debería retirarse de la campaña. De ese modo, las elecciones podrían refrescar el cuerpo político. La virtud de la democracia es que los votantes pueden elegir a sus gobernantes, pero Biden y Trump ofrecen una elección entre lo incapaz y lo innombrable. Los estadounidenses merecen algo mejor.
Como explica nuestro nuevo pódcast “Boom!”, la política presidencial es presa de la rutina. A excepción de Barack Obama, todos los presidentes de Estados Unidos, a partir de Bill Clinton en 1992, nacieron en la década de 1940. Biden (1942) hizo campaña por primera vez a la presidencia hace 37 años, aunque no tuvo mucho éxito. En aquel entonces, Trump (1946) también pensaba contender. Su generación alcanzó la mayoría de edad durante la guerra de Vietnam. Arrastra el bagaje de las protestas en las universidades, la era de la codicia en Wall Street y las viejas luchas raciales y feministas. Esas luchas son muy diferentes hoy en día, y no solo porque se libren más a menudo en TikTok.
El estancamiento es un fracaso del sistema de partidos. Se supone que los partidos son vehículos que unen facciones e intereses para pujar por el poder. Han sido secuestrados. Primero los Clinton y los Bush se apoderaron del volante. Cuando los votantes se cansaron de ellos, Obama y Trump organizaron rebeliones de las masas. En el Partido Demócrata de hoy, Biden y su gente se han apoderado del asiento del conductor. La renovación solo podrá empezar si los demócratas recuperan el control y lo convencen de hacerse a un lado.
The Economist dijo por primera vez en 2022 que Biden no debía postularse a la reelección porque era demasiado viejo. Inmediatamente después del debate, expusimos nuestros argumentos con más fuerza. Un nuevo candidato tendría poco más de diez semanas después de la convención para presentar su candidatura. Claro está que, en esas circunstancias, un candidato podría perder, aunque aun así la catarsis que supondría el sacrificio de Biden ayudaría a restaurar la política estadounidense.
Pero nosotros creemos que ese candidato tendría muchas posibilidades de ganar, mejores que las de Biden, incluso si la candidata fuera Kamala Harris, la relativamente impopular vicepresidenta. Otro candidato sería apto para gobernar y, a excepción de Harris, dejaría a Trump sin sus argumentos más fuertes en contra de Biden: es el culpable de la inflación, la inmigración y la supuesta “cacería de brujas” que condujo a su procesamiento. La renovación de Estados Unidos tiene que empezar ahora. No hay mejor manera de hacerlo que eligiendo a un nuevo candidato para derrotar a Trump.
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