La vida en Estados Unidos ha cambiado casi totalmente en los 16 meses transcurridos entre el lanzamiento de la campaña de Joe Biden y su discurso como candidato presidencial demócrata. Una pandemia ha matado a 175,000 estadounidenses, volteando patas arriba el trabajo, la educación y otras cosas. La economía que estaba por los cielos se ha desplomado.
Lo que no ha cambiado es la apuesta de Biden sobre la campaña hacia las elecciones de noviembre próximo: la convicción de que la nación está menos dividida y más abierta al diálogo de lo que aparece en las redes sociales o en los paneles de la TV por cable. Apuesta a que los votantes favorecerán la decencia sobre la ideología, un nuevo inicio sobre una revolución. Adicionalmente, cree que después de cuatro años de gobierno de Donald Trump, lo que más importa a los demócratas es ganar.
Muchos ponían en duda esa premisa durante las elecciones primarias, al considerar que el político de carrera de 77 años estaba fuera de sintonía —por su edad, raza e ideología— con un partido cada vez más diverso, inclinado hacia la izquierda y ávido de un cambio generacional. Algunos siguen temiendo que pocos jóvenes y progresistas voten en noviembre.
Pero las cuatro jornadas de la convención demócrata abundaron en pruebas que validaron su enfoque: la rencorosa oposición a Trump es capaz de unir a una amplia franja del electorado en torno a un candidato imperfecto, pero que goza de amplio respeto y es conocido por su empatía.
La programación virtual de la convención incluyó de manera destacada desde republicanos conservadores como el exgobernador de Ohio, John Kasich, hasta algunos de los legisladores más liberales como el senador Bernie Sanders, todos los cuales validaron el carácter y la experiencia de Biden. Los oradores destacaron su capacidad para superar las diferencias entre los partidos y videos bien producidos elogiaron sus planes para enfrentar el cambio climático, la violencia armada y la inmigración.
Cuando aceptó la candidatura de su partido el jueves, 33 años después de su primer intento, prometió que daría prioridad al país por encima de todo, no al partido ni al poder personal.
“Soy un demócrata orgulloso y tendré el orgullo de portar el estandarte de nuestro partido en la elección general”, dijo Biden. “Pero si bien seré un candidato demócrata, seré un presidente estadounidense”.
La concepción política de Biden de la gran carpa que alberga a todos puede parecer un retroceso a una época que ha quedado atrás, o una interpretación errónea del ambiente político que lo aguarda en Washington si gana. Un triunfo amplio en el Colegio Electoral podría interpretarse como un repudio a Trump más que como una aceptación de los conceptos de Biden. Los republicanos que lo aceptan como alternativa al presidente actual podrían estar menos dispuestos a votar por su plataforma para la política interior y la economía.
Y ya aparecen señales de malestar interno en el Partido Demócrata en medio de los festejos de la convención. Algunos progresistas que respaldaron con renuencia al moderado Biden después de las primarias reaccionaron con irritación a la cantidad de oradores republicanos en la lista de oradores y no ocultaron que esperan arrastrarlo hacia la izquierda si gana en noviembre.
“Buena parte de lo que se ve es como el comienzo de la tensión que saldrá a la luz en un gobierno de Biden”, dijo Waleed Shahid, vocero del grupo progresista Demócratas por la Justicia.
Pero al centrarse en el criterio político del exvicepresidente de “que vengan todos”, la convención buscó ir más allá del Biden capaz de negociar y conseguir los votos en el Congreso. Lo mostró en contraste directo con Trump, que divide a los políticos y a los estadounidenses en general en dos bandos: los que lo apoyan inequívocamente y los que no.
“La gente pudo ver el carácter de Biden, el alma del hombre”, dijo Jesse Ferguson, un estratega demócrata que trabajó en la campaña de Hillary Clinton en el 2016. “El contraste con Trump saltaba a la vista de todos”.
El contraste será aún más nítido en la convención republicana la semana próxima y el último tramo de la campaña. Trump ha hecho escasos esfuerzos concretos por ampliar su mensaje más allá de su base leal; en todo caso, sus dificultades para contener la pandemia de coronavirus han puesto en riesgo su ventaja con los votantes mayores y algunos republicanos moderados.
No sólo no habrá demócratas conocidos que lo apoyen en la convención, sino que los estadistas de su propio partido como el expresidente George W. Bush y el candidato del partido en el 2012 Mitt Romney tampoco lo validarán públicamente.
Parte de la estrategia de Trump en el último tramo consistirá en retratar a Biden como un hombre cuyo mejor momento ha quedado atrás, un candidato disminuido mentalmente que serviría de conducto para las prioridades de la extrema izquierda, pero el jueves esa estrategia pareció contraproducente, ya que el candidato superó de lejos las bajas expectativas presentadas por su rival al pronunciar un discurso bien enfocado y serio.
“Si ustedes me confían la presidencia, apelaré a lo mejor de nosotros, no lo peor”, dijo Biden. “Seré un aliado de la luz, no de las tinieblas”, agregó.