Los mercados de Estados Unidos están cerrados hoy por el feriado del Día del Trabajo, y el índice del dólar subió a un nuevo máximo de tres décadas.
Este es un recordatorio de que el dólar es un precio relativo —y no absoluto—, es decir que mide el valor del dólar en relación con otras monedas. Pero esto también indica que, si bien es probable que Estados Unidos supere a otros países en la mayoría de los escenarios macroeconómicos globales para el próximo año, las autoridades de política monetaria y los participantes del mercado aún deben estar atentos a lo que sucede en otras partes del mundo, ya que los acontecimientos globales tendrán un impacto significativo en el bienestar general de Estados Unidos.
El lunes, el índice DXY se apreció a un nivel que no se había visto desde el 2001. El movimiento fue impulsado por la debilidad generalizada de otras monedas, con movimientos particularmente notables frente a la libra esterlina (que alcanzó un nuevo mínimo histórico frente al dólar) y el euro (que cotizaba por debajo de 0.99 por dólar).
El principal impulsor de la fortaleza del dólar el lunes fue otra interrupción en el mercado europeo del gas, ya que Rusia anunció una extensión del cierre del gasoducto Nord Stream. Los precios del gas abrieron la sesión bursátil europea un 25% más altos que el viernes antes de moderarse un poco.
Ahora que Rusia utiliza los suministros de gas para reaccionar a las restricciones de Occidente a su acceso al sistema de pagos internacionales y su formulación de precios tope de la energía, un corte total del suministro en los próximos meses —que sería altamente perjudicial— se ha convertido no solo en una posibilidad alarmantemente real, sino muy probable.
Esto sucede en un momento en que aún falta que Europa diseñe un plan de asignación para minimizar el daño de los altos precios de la energía para las vidas y los medios de subsistencia. Sin embargo, durante el fin de semana, varios países anunciaron diferentes medidas, y pronto seguirán otras.
La reacción del índice del dólar no debería sorprender. La sensibilidad de la economía europea a las interrupciones en el suministro de gas es mucho mayor que la de Estados Unidos, lo que aumenta la brecha en el desempeño del crecimiento probable.
El Banco Central Europeo se enfrentará a disyuntivas aún más severas, ya que busca responder a una tasa de inflación para la eurozona que, al estar ya en 9.1%, supera la de Estados Unidos. El Banco de Inglaterra enfrenta el mismo desafío.
En los viejos tiempos, habría habido una gran reacción política a una apreciación del dólar de alrededor del 20% en 12 meses en el índice a un nivel no visto en décadas. Las preocupaciones sobre Estados Unidos y que perdiera su competitividad internacional habrían estado acompañadas de acusaciones sobre prácticas monetarias desleales.
Pero hoy en día no porque la fortaleza del dólar ayuda a Estados Unidos a combatir su problema inmediato de inflación alta y persistente, que se ubica en 8.5%, según la más reciente lectura mensual del índice de precios al consumidor de julio.
Aunque EE.UU. puede consolarse con el impacto antiinflacionario del dólar en alza, debería preocuparse por lo que dice la fortaleza de la moneda sobre las perspectivas para el resto del mundo.
Cuanto más avance el dólar y por más tiempo por encima del resto, mayor será el riesgo de una estanflación global más prolongada, problemas de deuda en el mundo en desarrollo, más restricciones al libre flujo de bienes a través de las fronteras, mayor agitación política en economías frágiles y mayores conflictos geopolíticos. Todo esto afectaría a Estados Unidos tarde o temprano a través de una combinación de menor demanda de sus exportaciones, cadenas de suministro más inciertas, pérdidas financieras y mayores preocupaciones en términos de seguridad nacional.
Estados Unidos no puede hacer gran cosa para contrarrestar directamente los impulsores de la debilidad de la moneda en otros lugares. Pero puede, y de hecho debe, hacer dos cosas en respuesta.
En primer lugar, debería intensificar el esfuerzo de política interna para garantizar que el rendimiento superior (muy probable) de Estados Unidos vaya acompañado de salvaguardias contra un rendimiento absoluto decepcionante.
Esto, más importante aún, implica que la Reserva Federal luche contra la inflación de manera más efectiva, promulgando medidas estructurales adicionales a favor del crecimiento y la productividad, ofreciendo una mayor protección para los segmentos más vulnerables de la sociedad y mejorando la supervisión de las entidades no bancarias.
En segundo lugar, Estados Unidos debe liderar el camino en la coordinación con los aliados sobre políticas para contener la escala y el alcance del daño a la economía global. Hay una falacia en la inclinación actual de muchos países a “autoasegurarse” contra los impactos globales comunes en ausencia de una cooperación multilateral adecuada. Cuanto más continúa esto, mayor es la presión general sobre todos.
Un dólar fuerte ayuda a Estados Unidos a reducir la inflación importada, pero está lejos de ser una panacea. Un choque cambiario demasiado grande podría socavar y, en algunos aspectos específicos, desestabilizar una economía mundial que aún no se ha enfrentado por completo a las consecuencias de un menor crecimiento y una inflación alta.