Joseph Ortiz, rastreador de contactos del Departamento de Salud y Hospitales de la Ciudad de Nueva York, utiliza su tableta para reunir información antes de visita la casa de un posible paciente de coronavirus, en Nueva York. La ciudad ha contratado más de 3.000 rastreadores y ha alcanzado su objetivo de rastrear en torno al 90% de los nuevos pacientes y completar las entrevistas con el 75% de ellos. (Foto: AP)
Joseph Ortiz, rastreador de contactos del Departamento de Salud y Hospitales de la Ciudad de Nueva York, utiliza su tableta para reunir información antes de visita la casa de un posible paciente de coronavirus, en Nueva York. La ciudad ha contratado más de 3.000 rastreadores y ha alcanzado su objetivo de rastrear en torno al 90% de los nuevos pacientes y completar las entrevistas con el 75% de ellos. (Foto: AP)

Joseph Ortiz se dirigía a la casa de un desconocido que había dado positivo en COVID-19, sin saber cómo resultaría su inesperada visita.

La persona no había respondido a las llamadas del equipo de rastreo de contactos de la ciudad de , un gran esfuerzo para frenar los contagios de que requiere que los pacientes recién diagnosticados identifiquen a otros a los que puedan haber infectado, antes de que esas personas lo expandan aún más.

Ortiz había salido para intentar incluir a esa persona entre los casos controlados.

“Hay de todo. No sabes lo que vas a encontrar”, dijo Ortiz, de 30 años, mientras se acercaba este mes al apartamento de esa persona en Queens.

“A veces tienes gente que lo agradece mucho. Les gusta que estemos aquí intentando poner fin a la pandemia para que todo el mundo pueda volver a la normalidad. Pero otras veces, puedes tener un cliente que cierra de un portazo”, señaló.

Así es la labor sobre el terreno para lo que parece ser el mayor programa de rastreo de contactos en una ciudad estadounidense. Más de 3,000 personas hacen llamadas, llaman a puertas y comprueban la salud y la reclusión de la gente.

El alcalde Bill de Blasio, que es demócrata, ha atribuido un “por ahora, enorme éxito” al programa. Tras un arranque irregular en junio, la ciudad dice haber alcanzado su objetivo de rastrear en torno al 90% de los nuevos pacientes y completar las entrevistas con el 75% de ellos.

Pero en los dos primeros meses de la iniciativa, más de 11,000 personas infectadas -en torno a la mitad de los nuevos casos- no dio los nombres de otras personas a las que pudiera haber infectado. Cuando la gente ha identificado a sus contactos, los rastreadores han completado las entrevistas con 6 de cada 10 de ellos, por debajo del objetivo. Las autoridades locales no han aclarado cómo de rápido están localizando a la gente ni cuáles parecen ser las posibles fuentes de contagios.

Resulta difícil comparar los programas de rastreo de ciudades y estados de porque hay enormes diferencias en los datos que publican, pero algunos académicos de salud pública señalan que las cifras presentadas por son prometedoras. Aun así, algunos expertos externos sugieren que Nueva York debería conseguir mejores resultados.

“Por lo que se oye de las estadísticas y el progreso descrito, es como si su trabajo hubiera terminado después de hacer estos contactos. Pero eso no es una misión cumplida en absoluto”, dijo el doctor Denis Nash, profesor de epidemiología de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

Él cree que la ciudad está desaprovechando oportunidades para evaluar lo bien que se está aislando la gente y extrapolar patrones de exposición para aprender “dónde están los agujeros en la red de seguridad y cuán grandes son”.

El doctor Ted Long, director del programa, admite que queda trabajo por hacer. Pero Long, médico y directivo del sistema hospitalario municipal Health + Hospitals, estima que los esfuerzos de los rastreadores han evitado miles de casos de coronavirus y ayudado a mantener relativamente bajos los contagios, hospitalizaciones y muertes.

En algunos días de abril se confirmaron hasta 6,000 casos, frente a la media actual de unos 200 diarios, a pesar de que se hacen muchas más pruebas. “Eso es lo que me dice que lo que hacemos funciona”, dijo Long.

El rastreo de contactos es una técnica consolidada de salud pública, pero la pandemia lo está poniendo a prueba en todo el mundo. Las apuestas son especialmente claras en la ciudad estadounidense con más muertes por COVID-19, y que logró contener relativamente su brote a finales de esta primavera.

Haciendo llamadas desde su apartamento en Harlem Este, la rastreadora Maryama Diaw dijo que se esfuerza por “ser sensible y compasiva y hablar de verdad a la persona como a un ser humano, en lugar de simplemente leer un guion”.

Cuando una mujer se mostró muy afectada al saber que había dado positivo, Diaw dejó a un lado por un momento sus preguntas planificadas y le dijo: “¿Está usted bien?”.

“Hablamos un poco, de persona a persona”, dijo Diaw, de 25 años y que estudia un grado de salud pública. “Eso fue muy satisfactorio porque de verdad ayudé a alguien en lo que podría haber sido un día muy difícil para ella, y sé que cuando dejó la llamada tenía los recursos que necesitaba”.

Los rastreadores neoyorquinos también ofrecen asistencia, que puede incluir entregas de comida o habitaciones gratis de hotel.

El director de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos ha estimado que el país necesitará casi 100,000 rastreadores. Para finales de julio, el total era de algo más de 41,000, según un sondeo de NPR y la Universidad Johns Hopkins con datos de 45 estados, sin contar algunos programas locales.

El sistema ha encontrado problemas como rebrotes del virus, estrategias dispares en cada estado y una persistente lentitud en las pruebas que ralentiza todo el sistema, según los expertos.

“No estamos bien posicionados”, dijo Lori Tremmel Freema, directora general de la Asociación Nacional de Autoridades Sanitarias Municipales y de Condado. Sin embargo, señaló, “la ciudad de Nueva York es un caso positivo”.

La ciudad ya tenía a un par de cientos de personas rastreando el VIH y otros patógenos infecciosos antes de la pandemia. Pero el COVID-19 llevó esa labor a “una escala sin precedentes”, dijo el subcomisario de salud, el doctor Demetre Daskalakis.

La ciudad de parece tener el mayor programa municipal de rastreo. En comparación, 2,600 personas cubren el populoso condado de Los Ángeles. Chicago tiene unos 200 rastreadores ahora y espera ampliar el número a unos 800 para mediados de septiembre. Houston dijo esta primavera que contrataría a 300.

El departamento de salud del Condado de Los Ángeles indicó que su programa “va bien”, completa las entrevistas con aproximadamente la mitad de los nuevos pacientes y con casi dos tercios de sus contactos, aunque en Nueva York los porcentajes son mayores cuando se tienen en cuenta variables como personas sin un número telefónico disponible.

El estado de Nueva York, que tiene 2,000 rastreadores trabajando fuera de la ciudad, ha contactado con casi el 90% de los nuevos pacientes y casi el 88% de sus contactos, indicó el funcionario estatal Larry Schwartz. No estaba claro qué porcentaje de esas personas completa las entrevistas.

La vecina Nueva Jersey dijo haber entrevistado a unas 7 de cada 10 personas recién diagnosticadas en todo el estado en la primera semana de agosto, y haber obtenido contactos de la mitad de los que estaban dispuestos a hablar.

El estado ha contactado con el 90% de los pacientes más recientes en 48 horas, completando entrevistas y obteniendo contactos en entre la mitad y dos tercios de los casos.

Esos márgenes son razonables pero no muestran cómo afecta el rastreo a los contagios, señaló Emily Gurley, epidemióloga en la Facultad Bloomberg de Salud Pública de la Universidad Johns Hopkins, que ofrece a funcionarios de salud pública un curso gratuito y una app para estimar el impacto de su programa.

Ortiz, que rastreaba casos de VIH antes de la pandemia, ve el impacto de lo que hacen, por ejemplo el día en que llamó a la puerta de ese departamento en Queens.

La persona infectada aseguró no haberse dado cuenta de que le estaban llamando los rastreadores, dijo Ortiz. Como los rastreadores abrevian las conversaciones personales por privacidad y para limitar su exposición, la persona prometió llamar para una entrevista completa.

“Ya tenía el teléfono en la mano para cuando me fui”, dijo Ortiz. “Desde luego es un buen indicio”.