En la Conferencia de Seguridad de Múnich del año pasado, una reunión anual de jefes militares y líderes políticos, el exvicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, hizo una promesa a los aliados de Estados Unidos: “Esto también pasará”, les aseguró, “volveremos”.
Había pocas dudas sobre a qué se refería “esto”, Donald Trump, o quién regresaría. Biden, ahora candidato a la presidencia y con la ventaja en las encuestas de opinión para la votación de noviembre, podría tener la oportunidad de cumplir su promesa.
Sin embargo, regresar a Estados Unidos y sus alianzas a una época anterior a Trump es probablemente inalcanzable, y solo en parte porque ha cambiado a Estados Unidos desde su toma de posesión en enero del 2017 de maneras que pueden ser irreversibles. Igual de importante es que el resto del mundo también cambió.
Más aliados de Estados Unidos tienen sus propias versiones de Trump en el cargo, desde Polonia hasta Filipinas, mientras que otros han absorbido al menos elementos de su agenda nacionalista. Incluso los socios cercanos han aprendido a desconfiar de un socio estadounidense menos predecible.
Sobre todo, China ha renunciado a su antigua reticencia para enfrentar a Washington —incluso hay informes recientes de un acuerdo para financiar y armar a Irán—, lo que crea un paisaje geopolítico radicalmente alterado para cualquier ocupante de la Casa Blanca.
“Incluso bajo Biden será un largo camino de regreso para Estados Unidos, y algunas cosas han cambiado para siempre”, dice Adam Thomson, exembajador del Reino Unido en la Organización del Tratado del Atlántico Norte que ahora encabeza European Leadership Network, un grupo de expertos que reúne a exfuncionarios de defensa de todo el continente.
“Los europeos nunca estarán tan seguros de la garantía de seguridad de Estados Unidos; los iraníes y muchos otros nunca confiarán completamente en la firma de Estados Unidos en un tratado; y todos querrán ser menos dependientes, si pueden, del comercio con Estados Unidos y del dólar estadounidense”, dice Thomson.
Por supuesto, una victoria de Biden se celebraría en muchas capitales, aunque inicialmente solo porque significaría el fin de tratar con la administración actual. Es un secreto a voces en Berlín que la canciller Angela Merkel ha renunciado a tratar de trabajar con Trump.
Además, Biden ha dicho que buscaría reparar el daño. Su campaña se compromete a volver a comprometer a Estados Unidos con el Acuerdo de París sobre cambio climático del 2015, del que Trump retiró el apoyo de Estados Unidos, y convocar una Cumbre Mundial de las Democracias con el objetivo de renovar un sentido de propósito común.
En Medio Oriente, el exvicepresidente dice que se opondría a la campaña del gobierno israelí para anexar alrededor del 30% de Cisjordania y “revertiría el debilitamiento a la paz de Donald Trump” allí.
También dice que adoptaría un enfoque más escéptico respecto al presidente de Rusia, Vladimir Putin, y volvería a comprometerse con el acuerdo nuclear del 2015 con Irán, que Trump abandonó en el 2018, siempre que la República Islámica regrese al cumplimiento.
Si bien tal acción aliviaría algunas áreas significativas de discordia, es poco probable que sea suficiente.
El candidato demócrata reconoce que tendría que salir de un profundo agujero, desde la recesión económica profundizada por el mal manejo de la pandemia hasta los tratados de control de armas abandonados con Rusia, las alianzas debilitadas y el tiempo perdido sobre el cambio climático, según el asesor de campaña Jeff Prescott.
Merkel, por ejemplo, es consciente de que las relaciones con Estados Unidos no pueden volver a la normalidad, según un funcionario alemán de alto rango que pidió no ser identificado por discutir relaciones bilaterales. Han pasado demasiadas cosas y el mundo ha avanzado, dijo el funcionario.
Nord Stream 2
Un ejemplo es la pelea por Nord Stream 2, un ducto marino de 1,200 km que permitiría a Rusia enviar más gas natural directamente a Alemania, lo que le arrebataría a Ucrania y otros países de Europa del Este las tarifas de tránsito y socavaría la capacidad del gas natural líquido de Estados Unidos para competir.
La oposición al proyecto en Washington va mucho más allá de Trump. Un grupo de senadores demócratas y republicanos propuso en junio ampliar las sanciones destinadas a evitar la finalización del oleoducto. Alemania ha considerado pedir a la Unión Europea que tome represalias, en caso de que se convierta en ley estadounidense.
Nord Stream 2 es solo una de varias áreas que han hecho que los europeos se pregunten qué parte del cambio en el trato de Estados Unidos a sus aliados en los últimos años fue solo sobre Trump y cuánto es permanente, según Jonathan Hackenbroich, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores ECFR, por sus siglas en inglés.
“Es algo completamente nuevo que Estados Unidos llegue a sancionar a los funcionarios alemanes por transacciones económicas en última instancia”, dijo Hackenbroich, quien encabeza la Fuerza de Tarea para la Protección de Europa contra la Coerción Económica del ECFR.
El resultado es un impulso a largo plazo para reducir la dependencia del dólar que hace que incluso los aliados cercanos sean vulnerables a la presión económica del Tesoro de Estados Unidos. La Comisión Europea ha comenzado a diseñar vehículos para evitar el dólar con el objetivo de frenar su poder.
El cambio más importante desde que Biden dejó el cargo radica en China. El presidente Xi Jinping ha reforzado el control en el país y ha afirmado su poder en el extranjero de una manera que dificultaría la reproducción de una relación más cooperativa entre Estados Unidos y China.
Funcionarios actuales y anteriores en Pekín dicen que los líderes del Partido Comunista preferirían que Trump ganara en noviembre, por temor a que Biden pudiera unificar mejor a los aliados orientales para resistir la influencia de China. Y según el equipo de campaña de Biden, tienen razón.
“Ha sido muy claro en que tenemos que reunir a nuestros aliados para asumir el comportamiento de China”, dijo Prescott, asesor de Biden. “No podemos insultar a nuestros amigos y esperar que nos sigan”.
Aliados
Los principales aliados de Estados Unidos tampoco son exactamente lo que eran. El presidente francés, Emmanuel Macron, dijo el año pasado que la alianza de la OTAN dominada por Estados Unidos “tiene muerte cerebral” e hizo eco de Trump al poner en duda la garantía de seguridad colectiva que la motiva.
Macron ha estado presionando para que los estados miembro de la UE integren sus recursos de defensa y política exterior, de modo que dependan menos de las garantías de seguridad de Estados Unidos.
Es probable que el Reino Unido, atrapado entre la dislocación económica amenazada por el Brexit y una recesión inducida por el coronavirus, carezca de los medios para continuar como socio militar estadounidense para operaciones remotas.
Ciertamente, la perspectiva de un nuevo compromiso estratégico de Estados Unidos bajo Biden sería bien recibida en África, que Trump descartó en 2018 como el hogar de “países de mierda”, dice Andrea Zanon, exjefa de gestión de riesgos de Medio Oriente en el Banco Mundial.
“Estados Unidos está en una buena posición para ofrecer una alternativa a China al unir desarrollo, tecnología y capitalismo”, dijo. “Biden tendrá que ser audaz”.
Sin embargo, lo audaz que Biden podría darse el lujo de ser en un momento de crisis gemelas de salud y económica en el país es cuestionable.
“Si Biden fuera posesionado en la tercera semana de enero a la edad de 78 años, enfrentaría desafíos interrelacionados en un orden de magnitud mayor que los que un joven y enérgico Obama tuvo que enfrentar en el 2009”, asegura Constanze Stelzenmueller, miembro sénior del Centro para Estados Unidos y Europa de Brookings Institution en Washington.
De hecho, según la campaña de Biden, su principal prioridad, y su principal herramienta para abordar los desafíos de la política exterior, sería invertir en casa.
El próximo presidente “tendrá que dirigirse al mundo tal como esté en enero del 2021”, escribió Biden en un artículo a principios de este año. “Recoger los pedazos será una tarea enorme”.