Por Cathy O’Neil
El resurgimiento acelerado del COVID-19 en Estados Unidos me está llenando de temor. Pero lo que es aún más aterrador es la propensión de los estadounidenses a ignorar o minimizar una enfermedad que está causando decenas de miles de muertes completamente evitables.
Tiene mucho sentido que el resto del mundo quiera mantener a los estadounidenses alejados por estos días. Gracias, al menos en parte, a las personas, jóvenes en su mayoría, que socializan en bares y discotecas, el país ha establecido récords de casos diarios, que ahora se acercan a los 3 millones. En los estados que reabrieron pronto –Arizona, Florida, Texas– los nuevos casos de COVID-19 aumentan cada día más rápido, lo que sugiere que la enfermedad se está extendiendo de manera exponencial.
Los horribles datos sugieren que no hemos aprendido nada de la trágica experiencia de los últimos meses, que las cosas están fuera de control y que desear lo mejor es una locura. Cuando yo, como científica de datos, veo números como estos –y reconozco que incluso subestiman la realidad– automáticamente los extrapolo al peor de los casos, en el que mueren millones de personas. Empiezo a oler la muerte.
Aparentemente, sin embargo, otros humanos son capaces de evitar sentimientos tan terribles. De alguna manera, logran ver los datos de manera diferente o no mirar los hechos en lo absoluto.
Algunas personas, por ejemplo, dan una mirada positiva a las tasas de mortalidad, que no han aumentado en conjunto con los casos. Dicen que estamos registrando más casos porque las pruebas han mejorado, que estamos tratando mejor a los pacientes, que los afectados son más jóvenes y, por lo tanto, tienen más probabilidades de sobrevivir.
Yo no lo veo de esa forma. Sí, las pruebas se han triplicado en Arizona, pero también lo ha hecho el porcentaje de personas que dieron positivo (de aproximadamente 7.5% a aproximadamente 25%). Esto sugiere que una mayor parte de las personas que van a hacerse la prueba tienen una razón importante para pensar que están enfermas y que las pruebas están pasando por alto aún más personas con síntomas leves o sin síntomas. En resumen, las tasas de positividad se triplican y las pruebas deberían haber aumentado al menos 9 veces. Las cifras en Florida (tasa de positividad de 19%, frente a 4%) y Texas (tasa positividad de 14%, frente al 6%) sugieren que la situación en esos estados es similar. A medida que la capacidad de prueba no satisface la demanda y el proceso se vuelve cada vez más arduo, un mayor número de personas se quedará en casa en lugar de esperar en la fila durante horas para confirmar lo que ya sabe. Perdemos cobertura de datos cada día, junto con nuestra comprensión de la realidad.
Es cierto que los tratamientos son mejores, pero no he escuchado a ningún profesional médico decir que puedan remediar un caso fatal. Principalmente ayudan a sacar antes del hospital a los pacientes no terminales. Los medicamentos como Remdesivir en realidad no afirman haber mejorado las tasas de mortalidad.
La historia con las estadísticas de muertes muestra un desfase: los jóvenes, que se enferman primero, tienden a sobrevivir y las personas mayores pueden tardar un poco más en morir. Este hecho obvio está empeorando mi temor, no lo mejora. A medida que la sociedad se llene de cada vez más personas enfermas, será más probable que contagien a los ancianos y a las personas con condiciones subyacentes. Es solo cuestión de tiempo antes de que la enfermedad vuelva a filtrarse en hogares de ancianos, centro de rehabilitación y cárceles.
En el extremo opuesto del optimismo viene la negación total. Algunas personas afirman que los rastreadores de contratos cuentan automáticamente todos los contactos como casos positivos (no es cierto), o utilizan los problemas metodológicos como una excusa para suponer un conteo excesivo. Esto es un escepticismo falso de las estadísticas, buscar intencionalmente la confusión para evitar malas noticias, fomentar el miedo y la pasividad en lugar de la acción.
Nada de esto es un buen augurio para la especie humana. Si podemos ignorar y cegarnos frente a una amenaza que nos está mirando directamente a la cara, ¿cómo afrontaremos peligros más distantes como el cambio climático o el abastecimiento de agua? Claro, una perspectiva optimista puede ser psicológicamente útil a veces, pero este es uno de esos momentos en los que tenemos que ser realistas sobre las malas noticias, en lugar de levantar las manos y fingir que no está sucediendo.