Cuando Claudia Guzmán empezó a sospechar que había contraído el coronavirus, amigos y familiares la llenaban de recomendaciones: No te encierres. No te hagas pruebas. Un tecito casero te ayudará a curarte.
“Me decían que no fuese a un hospital porque si eres admitida te inyectan el virus en tu cuerpo”, expresó Guzmán, hija de mexicanos nacida en Chicago y que ahora vive en Memphis, Tennessee.
Las afirmaciones falsas y las teorías conspirativas que abarcan desde curas ficticias hasta la noción de que el virus es un invento, han complicado los esfuerzos por contener la pandemia desde un primer momento.
Y si bien la mala información es un problema para todos, plantea una amenaza particular en las comunidades minoritarias que son las más golpeadas por el virus.
La desinformación encuentra terreno fértil entre los hispanos, que tienden a desconfiar del gobierno, no tienen tanto acceso a la atención médica y necesitan que las autoridades de salud pública les hablen en español, lo que no siempre es posible.
Es una combinación peligrosa que puede desalentar a la gente y hacer que no tome precauciones, que no participe en los esfuerzos para rastrear los contactos y no reciba tratamiento.
“No hay demasiada información basada en pruebas concretas en español. Y esta es una enfermedad nueva. La ciencia evoluciona todos los días”, dijo William Calo, investigador de la Universidad Estatal de Pensilvania que estudia a los hispanos y la salud pública. “Ya nos cuesta ofrecer buena información en inglés. Imagínese agregar otro idioma”.
Hay 60 millones de hispanos en los Estados Unidos, que tienen cuatro veces más posibilidades que los blancos no hispanos de ser hospitalizados por el COVID-19, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Otros estudios indican que los hispanos de ciertas regiones tienen el doble de probabilidades de morir por esta enfermedad. (Lo mismo se puede decir de los descendientes de los pueblos originarios y de los afroamericanos).
Estas vulnerabilidades responden a varias causas. Entre ellas el hecho de que muchos hispanos no tienen seguro médico o acceso a atención médica de calidad, a veces porque no pueden pagarla y otras por su status inmigratorio.
Muchos trabajan en sectores considerados indispensables y que requieren la presencia física del empleado, como servicios de comidas, limpieza, procesamiento de carnes, la construcción y los comercios. Y a menudo viven con familiares de varias generaciones y en casas grandes, donde es difícil mantener el distanciamiento social.
A esto se suma la gran desconfianza de los hispanos --y de otras minorías-- en las autoridades, que contribuye a la propagación de información falsa sobre el virus.
“Si escucho algo del gobierno, de gente en la que, por una serie de razones, no confío, no voy a hacer nada de lo que me dicen”, expresó Mónica Feliú-Mójer, una neurobióloga puertorriqueña que estudió en Harvard y que alienta a otros hispanos a que estudien carreras científicas. “Pero escucho algo de un amigo, en quien sí confío, y es mucho más probable que le haga caso”.
Para muchos, la reticencia a hacerse pruebas o a buscar tratamiento deriva del miedo a ser deportados en una comunidad con una importante cantidad de extranjeros.
Este temor se intensificó bajo el gobierno de Donald Trump, según el senador estatal de Nueva York Gustavo Rivera, un demócrata que representa un distrito mayormente hispano del Bronx.
Trump prometió combatir la inmigración tanto ilegal como legal y en numerosas ocasiones ha dicho que los inmigrantes, sobre todo los de minorías, representan una amenaza para la salud pública y la seguridad.
Esa desconfianza puede hacer que la gente no busque tratamiento o no coopere con los empleados del gobierno que rastrean los contactos y tratan de identificar las personas que han estado en contacto con alguien contagiado.
“Es una preocupación”, dijo Rivera. “Hay que asegurar esa información y hay que tener garantías de que no es compartida”.
Barreras idiomáticas agravan las cosas. En muchos sitios escasean los empleados de los servicios de salud que hablan español y la información más confiable disponible está en inglés.
Así, los hispanos que quieren informarse en español dependen de portales del internet poco confiables. La Associated Press publica algunos de los resultados de su corroboración de datos en español.
Todo esto implica que los hispanos tal vez no reciban información correcta acerca de cómo frenar la propagación del virus o que no tomen medidas si la reciben.
Guzmán, por ejemplo, cree que se contagió en una vigilia del mes pasado para su abuelo, quien falleció de cáncer poco después. Muchos de los presentes no lucían tapabocas o no se los colocaban bien. A una decena de familiares se les diagnosticó el virus después de esa vigilia.
Guzmán, quien es asistente de médico, trata de aclarar las cosas cuando sus amigos o parientes mencionan datos o teorías falsos. Por ejemplo, sus padres plantearon que no debería encerrarse si tomaba un té casero de limón, miel y jengibre.
“Les tuve que decir, ‘no, eso no es cierto. Dejen de decir esas cosas. Hay que quedarse en la casa’”, comentó Guzmán, quien tiene 27 años y tuvo síntomas leves los últimos días. Estuvo confinada antes de regresar a su trabajo.
Su jefe, el médico venezolano Pedro Velásquez-Mieyer, es el director médico de dos clínicas de Memphis que sirven mayormente a pacientes hispanos y afroamericanos. Cuenta que tiene pacientes que le dicen que no piensan usar barbijos o que asocian el COVID-19 con la varicela. Algunos le dicen que quieren contagiarse así se hacen inmunes a la enfermedad.
“Son parte de su propia red de desinformación y nadie les dice ‘esto es falso, no te confíes’”, expresó. “Siguen difundiendo el mensaje”.
Feliú-Mójer dice que controlar los rumores es tan importante como contener el virus.
“Así como la gente puede quedarse en su casa, lavarse las manos y mantener distancia física de los demás para evitar la propagación del virus, también puede tomar medidas simples para evitar la propagación de desinformación”, manifestó.