Por Cathy O’Neil
A menudo considero que los datos tienen una calidad narrativa, una valencia emocional. Algunos cuentan una historia de triunfo, algunos, de desamor. Sin embargo, lo que me mantiene despierta por las noches son los datos omitidos, y particularmente los datos sobre el crimen y la conducta policial.
Las omisiones a menudo no son casualidad ni accidente. Más bien, surgen vacíos de información donde se produce violencia o abuso de poder. Por ejemplo, los datos sobre agresiones sexuales y violaciones de hispanos en Houston; los incidentes reportados disminuyeron 43% en el año posterior a la elección de Donald Trump.
¿Un gran éxito? Probablemente no: el jefe de la Policía de Houston, Art Acevedo, sugirió que los hispanos no se sentían seguros al denunciar delitos en su comunidad porque no confiaban en el sistema policial o temían una deportación. De hecho, los crímenes reportados por ciudadanos no hispanos aumentaron durante el mismo período.
Otro ejemplo profundamente preocupante: el abuso infantil en Nueva York. Las denuncias han disminuido en más de la mitad desde que comenzó la pandemia, probablemente porque los niños no van a la escuela, donde las evidencias de abuso generalmente se notan y se denuncian. Sin maestros, enfermeras u otros adultos que den testimonio, los abusadores pueden mantener a sus víctimas, literalmente, como prisioneros.
Todo esto nos lleva al tema de la mala conducta policial. ¿Con qué frecuencia actúa mal la policía en Estados Unidos? ¿Con qué frecuencia abusan o matan a personas? ¿Qué fuerzas u oficiales policiales son los peores victimarios? Lamentablemente, faltan datos que ofrezcan respuestas claras y completas a cualquiera de estas cruciales preguntas.
El número de muertes a manos de la policía simplemente no se recopiló de manera exhaustiva hasta que The Guardian comenzó a hacerlo hace unos años. Los datos abarcan solo el 2015 y 2016 y se basan en informes de noticias y colaboración abierta (a diferencia de los datos oficiales, que se basan en información presentada voluntariamente por los departamentos de Policía).
No obstante, ayudaron a investigadores de Harvard a demostrar que EE.UU. había estado informando solo cerca de la mitad de las muertes.
Identificar a los oficiales responsables es aún más difícil. Cuando, por ejemplo, activistas consiguieron la publicación de datos que mostraban que las tácticas de detención y palpación de armas en Nueva York se centraban desproporcionadamente en personas de color, se eliminó toda la información que pudiera identificar a los policías involucrados (como los números de placa). Más recientemente, los policías que enfrentaron las protestas por la muerte de George Floyd efectivamente cubrieron o escondieron sus insignias, práctica que evita que las personas denuncien su comportamiento.
Las imágenes de video ayudan a exponer lo que está sucediendo, pero no ofrecen un panorama completo. Piense en el ahora famoso caso del hombre de 75 años que cayó y resultó herido después de ser empujado por la policía en Buffalo, Nueva York.
Los policías inicialmente explicaron que “tropezó y cayó”, y no está claro cómo se verá reflejado este incidente –y decenas de otros filmados y publicados en las redes sociales– en los datos oficiales, si es que llega a reflejarlo.
Por lo tanto, los esfuerzos de los testigos por documentar la mala conducta no son necesariamente suficientes. Debemos asegurarnos de que los datos se recopilen y utilicen.
Algo positivo: esta semana, la Legislatura del estado de Nueva York votó por derogar la sección 50-A de la ley de derechos civiles del estado, que permitía mantener en secreto los registros disciplinarios de los oficiales de policía. Ahora, la ciudadanía podrá monitorear la base de datos para garantizar que se registren las denuncias. Idealmente, la divulgación podría conducir a normativas sobre cuánto tiempo un oficial puede seguir comportándose mal y permanecer en la fuerza policial.
No digo esto a la ligera. A menudo critico la forma en que se utilizan datos supuestamente objetivos –pero en realidad muy deficientes– para evaluar el desempeño laboral. La calificación de maestros, por ejemplo, ha ido demasiado lejos. Con los policías, sin embargo, no hemos ido lo suficientemente lejos. Los vacíos seguirán siendo peligrosos hasta que los completemos.