A fines de marzo, el presidente argentino, Alberto Fernández, envió a su hombre clave a Washington a arreglar las cosas. Con las negociaciones estancadas, el ministro de Economía, Martín Guzmán, sostuvo reuniones con funcionarios estadounidenses y con el Fondo Monetario Internacional sobre su préstamo de US$ 45,000 millones.
Ese mismo día, la vicepresidenta populista de Fernández tomó el micrófono para dejar clara una cosa. “No podemos pagar porque no tenemos plata para hacerlo”, dijo Cristina Fernández de Kirchner, quien lideró el país entre el 2007 y 2015. Los términos del FMI son “inaceptables”.
Fue un momento revelador. Cuando Fernández, de 62 años, asumió el cargo a fines del 2019, se presentó como pragmático. Es cierto que brevemente fue jefe de gabinete de Kirchner dentro de la izquierda peronista, pero había dado cabida al capitalismo y no permitiría que Kirchner y sus leales marquen la agenda.
Pocos dirán que lo ha logrado.
En los últimos días, Kirchner hizo valer aún más su influencia al frenar la destitución de un aliado, un subsecretario de energía a cargo de los precios clave de la electricidad.
“Es evidente que el presidente está respaldando al ala más dura de su coalición”, dice Jimena Blanco, directora de investigación para América Latina de la consultora Verisk Maplecroft en Buenos Aires. “Eso generará más tensión e incertidumbre”.
De hecho, a seis meses de las elecciones de medio término, el pragmatismo es un recuerdo lejano. Una estrategia que pone las decisiones políticas por encima de todo ha aplastado cualquier plan para impulsar las exportaciones, reducir la inflación y reactivar el crecimiento. Exacerbada por la pandemia y la escasez de vacunas, una economía sin rumbo se está vengando.
El escenario está marcado por disturbios sociales, escuelas cerradas, hospitales llenos, disputas de gabinetes y un deterioro del clima empresarial. Cerca del 70% de las camas de terapia intensiva están ocupadas. Alrededor del 42% de los argentinos viven en la pobreza, superando con creces el 26% en el 2017.
Las dificultades económicas son tan comunes, que son tema de conversación hasta en los parques infantiles. Los niños en Buenos Aires saben el tipo de cambio del dólar, el nivel de inflación y lo que significa un default.
Esto se debe a que Argentina ha incumplido nueve veces en el pago de su deuda y la mayoría de ellas ha estado liderada por quienes son hostiles al consenso de Washington. Eso cambió brevemente en el 2015 cuando ganó Mauricio Macri. Intentó abrir la economía, pero la recesión desmoronó su presidencia y trajo de vuelta a los populistas. La gente esperaba que Fernández encontrara un término medio. Pero ya se perdieron las esperanzas.
Hace más de un año que las empresas no pueden despedir a los trabajadores y enfrentan el congelamiento de algunos precios. Los ahorristas solo pueden cambiar hasta US$ 200 al mes en pesos. Si los argentinos usan su tarjeta de crédito en el extranjero, pagan un “impuesto solidario” del 30%. Las personas más acaudaladas luchan contra un nuevo impuesto a la riqueza. La inflación llegará nuevamente al 50% este año, mientras que la confianza del consumidor se hunde.
La fatiga por la pandemia y los recursos limitados están agravando la mala coordinación interna.
Sin duda, Fernández heredó desafíos hercúleos. En el 2018, Macri aceptó un acuerdo con el FMI con supuestos poco realistas y no logró estabilizar la economía. También pasó a su sucesor la alta inflación, así como Kirchner había hecho con él.
Fernández, quien pasó años criticando el liderazgo de Kirchner y luego dejó de lado esas diferencias, ganó la presidencia sin haberse presentado nunca a elecciones de gobernador, alcalde o legislador.
Un funcionario cercano a él dice que espera conseguir que los salarios superen la inflación, pero reconoce que algunas de sus políticas, como los controles de precios, no son ideales.
Juntos por el Cambio es su mayor oponente en la votación, en la que se elige la mitad de los escaños en la Cámara de Diputados y un tercio del Senado. El alcalde de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, el principal líder de la oposición, presionó para reabrir las escuelas y vio un fuerte incremento de su popularidad.
Fernández podría beneficiarse del aumento de los precios de las materias primas y de algunos estímulos del FMI. Pero después de reestructurar US$ 65,000 millones con acreedores privados el año pasado, las conversaciones con el FMI se han estancado y no ha surgido ningún plan.
Tras el escándalo de las vacunas VIP, la aprobación de Fernández cayó a 36.7% a fines de abril desde un máximo de 57% hace casi un año, según la encuestadora de Buenos Aires Management & Fit.
Gran parte de la caída se debe a la economía. Los argentinos vienen de sufrir una recesión de tres años, donde el peso perdió el 80% de su valor y la gente retiró la mitad de sus depósitos en dólares, lo que llevó al Gobierno a imponer controles de capital.
La economía se contrajo en febrero, y se está produciendo una recuperación de baja calidad: en Argentina, se crearon 1.3 millones empleos informales en el segundo semestre del año pasado, pero se eliminaron 189,000 empleos formales.
Las empresas, sobre todo las multinacionales, están cada vez más enfrentadas con el Gobierno, que busca implementar una canasta de 100 productos esenciales que tendría los precios congelados durante medio año, según personas con conocimiento directo del tema.
“La incertidumbre se transforma en desconsuelo, el desconsuelo en frustración y la frustración en pocas ganas de invertir”, dice Alejandro Díaz, CEO de AmCham Argentina, el grupo que representa a las empresas estadounidenses en el país. Cuando los costos de las empresas suben más del doble del precio de sus productos, “la política coyuntural se convierte en estructural”.
En medio de la nueva ola de COVID, Argentina tiene que realizar pagos de deuda con reservas de divisas limitadas. Debe US$ 2,400 millones al grupo de países ricos conocido como el Club de París, que vencen este mes. En setiembre, debe realizar pagos al FMI.
Ningún acuerdo con el Fondo recibe luz verde sin el apoyo de Estados Unidos. Por ahora, Argentina recibió un respiro de la Administración de Joe Biden. Un esfuerzo de EE.UU. para aumentar las reservas del FMI, conocidas como derechos especiales de giro (DEG), puede ofrecerle margen de maniobra, algo de efectivo extra en su participación en el FMI que podría usar para cubrir dos pagos de capital este año.
“El acuerdo con el FMI puede cerrar no sólo las diferencias entre oposición y oficialismo, sino las diferencias entre el propio oficialismo”, dice Emmanuel Álvarez Agis, ex subsecretario de economía de Kirchner. “Los inversores ven que Argentina tomó una deuda con el FMI que no es compatible con el tamaño de la economía. La cuestión es, ¿cómo se sale de este problema?”