Las noches hurgando basureros de Bogotá en busca de material reciclable quedaron atrás para los hermanos Suárez. Matilde y Rodrigo regresaron a la escuela, esta vez a una de alta calidad y bilingüe, un sueño difícil de alcanzar para familias pobres en Colombia.
“Llevo tres años sin estudiar, fue una gran oportunidad porque me hacía falta agarrar un cuaderno y escribir, que me enseñen”, dice a la AFP Matilde, de 12 años.
A las 4:30 el cielo sigue oscuro y su madre calienta agua en una estufa para el baño matutino. Rodrigo, de 11 años, y su hermana desayunan algunas hojuelas de maíz sin leche y parten en autobús al colegio Still I Rise, fundado por una ONG italiana homónima.
LEA TAMBIÉN: FAFSA: los cambios que tiene el formulario para universitarios en EE.UU.
Son 14 hermanos y únicamente Paula (19) ha terminado el bachillerato, lamenta tras unos gruesos anteojos Sandra Suárez, la madre soltera de la familia. Huérfana desde niña y criada por familiares en el mundo del reciclaje, Suárez cursa estudios de primaria a sus 52 años. “Nosotros vivimos con el trabajo continuo, todos los días, entonces vemos como normal” no estudiar, explica en un país donde el 37% de la población es pobre.
Los callos en sus pies delatan cuatro décadas cargando enormes costales con plástico, metal y cartón por las calles de Ciudad Bolívar, una de las localidades más pobladas de Bogotá, ubicada en el sur pobre de la ciudad. Todos sus hijos la han acompañado en algún momento.
A mediados de 2021 retiró a los tres pequeños de la escuela pública donde recibían educación a distancia, ya que “no estaban aprendiendo nada”.
Un año después trató de enrolarlos, pero la ventanilla de inscripciones se mudó a un portal virtual al que la madre no pudo acceder desde el único teléfono celular en la casa, sin computadora, ni Internet y donde viven seis familiares.
“Tan tarde, tan lejos”
Sin escuela, Matilde y Rodrigo pasaron a acompañar a su madre en extensos recorridos que iniciaban al caer el sol y se prolongaban más allá de la medianoche.
“No era porque fuera desmadrada, sino que no podía” inscribirlos, explica Sandra. Matilde asumió la nueva rutina con paciencia.
“A veces me gusta reciclar, a veces no. Me gustaría cambiar eso de ir a reciclar tan tarde, tan lejos. Volver caminando es difícil para nosotros que no tenemos quien nos lleve”, dice la menor.
La niña se acomoda una balaca (cinta para sujetar el pelo), mientras espera el autobús que los lleva a la escuela.
“Acá en Ciudad Bolívar hay niveles de vulnerabilidad que son muy complejos y muy diferentes de los que vimos en otros países como Kenia, como Congo, como Siria, como Yemen en los que operamos”, explica Giovanni Volpe, funcionario de Still I Rise.
La organización surgió en 2018 y funda escuelas gratuitas para menores en contextos de desescolarización.
Unos 470.000 estudiantes de primaria y secundaria desertaron durante el año académico 2022-2023 en Colombia, según el ministerio de Educación, que registró 140.000 abandonos más que en el periodo anterior.
El 50% de los asistentes a la recién inaugurada escuela en Ciudad Bolívar son migrantes venezolanos.
“Para un rico”
El edificio anaranjado y negro donde funciona el colegio tiene cuatro pisos y capacidad para unos 150 estudiantes. La admisión es gratuita, pero los chicos deben superar un proceso de selección de dos semanas. Los criterios son “aptitud, curiosidad y nivel de vulnerabilidad”.
La escuela de Kenia, una de las primeras de Still I Rise, está a punto de recibir la certificación International Baccalaureate (IB), un sello que distingue a algunas de las mejores primarias y secundarias del mundo. Esperan que la de Bogotá siga los mismos pasos.
“Queremos sacar esta metodología de los colegios de élite y dársela a chicos que no la podrían pagar”, indica Nicolo Govoni, director general de Still I Rise.
En Bogotá una escuela privada de este tipo cuesta unos US$ 1,000 al mes. En esta ciudad de 8 millones de habitantes, apenas nueve colegios públicos tienen certificado IB. En uno de los países más desiguales del mundo, son necesarias unas 11 generaciones (más de 300 años) para salir de la pobreza, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (2018).
El funcionamiento de la escuela Still I Rise cuesta unos US$ 25,000 dólares y se financia con donaciones de particulares, según la ONG. Tras el segundo día de clases, los pequeños Suárez practican sus primeras palabras en inglés.
“Un colegio bilingüe, para mí eso es para un rico”, expresa su madre. Los niños reciben también desayuno y almuerzo, un alivio para Sandra, quien dice ganar entre 15 y 20 dólares semanales.
“En la casa me toca una comida diaria porque no hay para más (...) Ya mis hijos no van a tener solamente una sino que van tener las tres”, celebra Suárez.
LEA TAMBIÉN: Estudios gratuitos en programación y análisis de datos: ¿Cómo postular y hasta cuándo?