”¡Ya llegamos tarde a nuestro vuelo!”, exclama un turista británico, cuando un grupo de policías de paisano, aparecido de la nada, detiene su taxi clandestino en la rampa de acceso al aeropuerto parisino de Orly.
Para esta familia que visitó Disneyland Paris, su estancia en Francia terminó con una atracción de otro tipo: la caza de taxis falsos por parte de una unidad policial especializada, conocida como “Boers”.
A tres meses de los Juegos Olímpicos, previstos del 26 de julio al 11 de agosto, los taxis clandestinos son uno de los primeros desafíos para los millones de espectadores que viajarán a París.
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A pesar del refuerzo de la señalización y de los llamados de advertencia contra estos conductores sin licencia, que pueden cobrar tarifas desmesuradas, el fenómeno se mantiene, al igual que el pulso con los agentes.
“Nos hacemos pasar por pasajeros para detectar a cualquiera que no encaja en el lugar. En un aeropuerto no se espera a nadie durante 5 o 6 horas”, explica a AFP el capitán Patrice Desbleds, de 47 años.
En sus oficinas del aeropuerto de Orly, un grupo de “Boers” observa a los conductores de taxis clandestinos en una pantalla de videovigilancia. “Este conoce mi cara de memoria”, dice un agente señalando a un individuo.
En esta mañana de primavera, un discreto dispositivo vigila la llegada de los vehículos al segundo aeropuerto más grande de Francia, con agentes de paisano entre los viajeros.
En medio del atasco de vehículos que intentan dejar a sus pasajeros en la zona de salidas, los agentes se dirigen de repente hacia una furgoneta con las ventanillas ahumadas y matrícula checa.
Disposiciones olímpicas
Mientras se colocan un brazalete naranja fluorescente de “policía”, los agentes obligan a la furgoneta, que carece de los símbolos de taxi o de vehículo de transporte con conductor, a estacionar a un lado.
Tras inspeccionar a su conductor, comprueban que es un ciudadano georgiano que no tiene licencia, pero tampoco permiso de conducir ni seguro para el vehículo.
Dentro, los clientes británicos entran en pánico al ver a los policías. “Es una pesadilla”, susurra la madre de familia.
El conductor debía cobrar 140 euros (US$ 150) por un trayecto de unos 50 kilómetros entre Disneyland y Orly, un precio en la parte alta del propuesto normalmente por los transportistas legales.
Mientras los turistas corren con sus maletas de ruedas hacia el mostrador de la aerolínea, una policía les sigue para tomarles declaración en una hoja de papel.
Tras un cacheo y comprobar sus documentos, los agentes detienen al conductor y conducen al resignado hombre a comisaría en un vehículo de policía sin distintivos.
Las sanciones suelen ser multas de entre 800 y 1,500 euros (entre US$ 855 y US$ 1,600), pero pueden llegar hasta la comparecencia ante un tribunal.
Este tipo de dispositivos se suele saldar últimamente con medio centenar de detenciones por mes, según la prefectura de policía. Creada en 1938, la unidad de control del transporte de pasajeros, como se la conoce oficialmente, emplea a cerca de 90 policías de paisano.
La leyenda atribuye su apodo de “Boers” a los rusos que huyeron de la revolución bolchevique de 1917. Reconvertidos en cocheros en París, no sabían pronunciar la palabra “bourre”, policía en la jerga de entonces.
Durante los Juegos Olímpicos, además de su presencia en estaciones de ferrocarril y aeropuertos, estos policías también estarán presentes en las sedes olímpicas.
“Vamos a mantener la experiencia de esta unidad (...) hemos tomado disposiciones, nos estamos adaptando al acontecimiento”, afirma el capitán Desbleds.
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