En cierto sentido, la pandemia de COVID-19 fue una incidencia pasajera. Tras dispararse en 2020, el desempleo en todo el mundo desarrollado cayó con rapidez a los mínimos anteriores a la pandemia. Los países ricos recuperaron en poco tiempo sus niveles de producto bruto interno (PBI) previos al COVID-19. Y, sin embargo, tras más de dos años de que terminaron los confinamientos, al menos un cambio parece perdurar: los hábitos de consumo en todo el mundo desarrollado han cambiado de forma determinante y, quizás, permanente. Bienvenidos a la era del ermitaño.
En los años anteriores al coronavirus, la proporción del gasto que los consumidores destinaban a los servicios aumentó de forma constante. A medida que las sociedades se enriquecían, exigían más experiencias de lujo, atención médica y planificación financiera. Luego, en 2020, el gasto en servicios, desde estancias en hoteles hasta cortes de pelo, se desplomó debido a las cuarentenas. Como la gente pasaba más tiempo en casa, se disparó la demanda de bienes, sobre todo en lo que respecta a los equipos informáticos y las bicicletas estáticas.
Tres años después, el gasto en servicios sigue por debajo del nivel anterior a la crisis. En relación con la tendencia anterior a la pandemia, el descenso es aún mayor. Los consumidores del mundo desarrollado están gastando cerca de US$ 600,000 millones menos al año en servicios de lo que cabía esperar en 2019.
En particular, la gente está menos interesada en gastar en actividades de ocio que suelen tener lugar fuera del hogar, incluidas la hotelería y las actividades recreativas. El dinero ahorrado se está redirigiendo a bienes, desde bienes duraderos como sillas y refrigeradores, hasta cosas como ropa, comida y vino.
En los países que pasaron menos tiempo en confinamiento, los hábitos ermitaños no se arraigaron. Por ejemplo, el gasto en servicios en Nueva Zelanda y Corea del Sur sigue coincidiendo con la tendencia anterior al coronavirus. Sin embargo, en el resto del mundo, el comportamiento ermitaño parece ahora patológico.
En la República Checa, que fue azotada por el COVID-19, la proporción de servicios está tres puntos porcentuales por debajo de la tendencia. Estados Unidos no está muy lejos. En Japón se ha producido un descenso del 50% en las reservaciones de restaurantes para entretenimiento y otros fines empresariales. Lástima del asalariado borracho que se tambalea por los distritos de ocio de Tokio: ahora es una especie en peligro de extinción.
A primera vista, resulta difícil conciliar las cifras con las anécdotas. ¿Acaso no es más difícil que nunca conseguir una reserva en un buen restaurante? ¿Y no están los hoteles llenos de viajeros, lo cual redunda en que los precios se disparen? Sin embargo, la verdadera causa de la saturación no es una demanda desorbitada, sino una oferta limitada.
Hoy en día, hay menos gente que quiera trabajar en la industria hotelera: en Estados Unidos, el empleo total en el sector sigue siendo inferior al de finales de 2019. Y la interrupción de la pandemia significa que muchos hoteles y restaurantes que habrían abierto en 2020 y 2021 nunca lo hicieron. El número de hoteles en el Reino Unido, en torno a 10,000, no ha crecido desde 2019.
Las empresas advierten el cambio de US$ 600,000 millones. En una reciente llamada sobre resultados, un ejecutivo de Darden Restaurants, que dirige una de las mejores cadenas de restaurantes en Estados Unidos, Olive Garden, señaló que, en relación con los tiempos anteriores a la crisis, “quizá estamos en ese rango del 80% en términos de tráfico”.
En Home Depot, que vende herramientas para mejorar el hogar, los ingresos aumentaron cerca de un 15% en relación con 2019 en términos reales. Los inversionistas se percatan. El banco Goldman Sachs da seguimiento a los precios de las acciones de las empresas que tienden a beneficiarse cuando la gente se queda en casa (como las empresas de comercio electrónico) y las que prosperan cuando la gente está fuera (como las aerolíneas). Incluso hoy, el mercado ve con buenos ojos a las empresas que prestan servicios a quienes no salen de casa.
¿Por qué continúa el comportamiento ermitaño? La primera razón posible es que algunos temerosos siguen teniendo miedo a la infección, ya sea por coronavirus o por cualquier otra cosa. En todo el mundo avanzado, la gente está cambiando el abarrotado transporte público por la privacidad de sus propios vehículos.
En el Reino Unido, el uso del auto coincide con la norma previa a la pandemia, mientras que el uso del transporte público ha disminuido mucho. La gente también parece menos aficionada a los servicios cercanos y personales. En Estados Unidos, el gasto en tratamientos de peluquería y cuidado personal está un 20% por debajo de la tendencia anterior a la crisis, mientras que el gasto en cosméticos, perfumes y productos para las uñas ha aumentado una cuarta parte.
La segunda razón tiene que ver con los patrones laborales. Según Cevat Giray Aksoy, del King’s College de Londres, y sus colegas, en todo el mundo avanzado se trabaja alrededor de un día a la semana en casa. Esto reduce la demanda de los servicios que se adquieren cuando se está en la oficina, incluidas las comidas, y aumenta la demanda de artículos de mejoras para el hogar. El año pasado, los italianos gastaron un 34% más en cristalería, vajilla y utensilios domésticos que en 2019.
La tercera se relaciona con los valores. Puede que la pandemia en verdad haya hecho a la gente más ermitaña. Según datos oficiales de Estados Unidos, el año pasado la gente durmió unos 11 minutos más que en 2019. También se gastó menos en clubes de membresía y otras actividades sociales, y más en pasatiempos solitarios, como la jardinería, las revistas y las mascotas. Mientras tanto, las búsquedas globales en línea de “Patience”, un juego de cartas también conocido como solitario, más o menos se han duplicado de su nivel prepandémico. Parece que el mayor legado de la COVID ha sido separar a la gente.