Por Marcus Ashworth
La Reserva Federal de Estados Unidos ha comenzado a comprar bonos corporativos en el mercado secundario, pero no es el primero de sus pares en hacerlo.
El Banco Central Europeo ha estado comprando deuda corporativa con grado de inversión durante más de cuatro años, acumulando el equivalente en euros de una cartera de US$ 250,000 millones. Casualmente, esa es la cantidad que el programa de la Fed de tres meses podrá comprar.
Las principales lecciones del BCE son que es más fácil comenzar esta dinámica que detenerla y que los beneficios inmediatos de estas herramientas monetarias desaparecen con el tiempo.
Jerome Powell, presidente de la Fed, también ha aprendido sobre la necesidad de claridad. Al usar su propio índice de elegibilidad, la decisión de la Fed sobre qué emisores de bonos califican debería ser fácil de entender. Esto suena como un enfoque más transparente que el del BCE, que proporciona mucha información retrospectiva que no es muy útil para analizar lo que posee o lo que comprará.
Los esfuerzos de Powell deberían ayudar a mantener bajo control los rendimientos de los bonos corporativos de EE.UU., o bajarlos, lo que significará créditos más baratos para las empresas y una mejor oportunidad de recuperación económica a medida que EE.UU. comienza a salir de la pandemia.
Hay que esperar una avalancha de nuevas emisiones. Ese ha sido el caso en Europa este año, donde las emisiones corporativas siguen el ritmo del mercado estadounidense, que generalmente es más grande.
Sin embargo, poner esto en marcha será la parte fácil. Detener estos programas de flexibilización cuantitativa será más difícil, como la Fed bien sabe por intentos anteriores de reducir sus tenencias de bonos del gobierno.
Para ver cómo podría funcionar esto en EE.UU., la experiencia del esquema de compra de bonos corporativos del BCE que se desarrolló entre el 2016 y 2018 es muy reveladora.
A medida que los inversionistas anticipaban el cierre del programa a fines del 2018, los diferenciales crediticios (es decir, la diferencia entre los rendimientos de los bonos corporativos y su índice de referencia) estallaron nuevamente, por lo que volvieron a ser tan amplios como lo habían sido tres años antes.
Así, si bien fue bueno para aquellas empresas que emitieron toda la deuda que necesitaban, con la ayuda del BCE, los efectos fueron transitorios. El banco central se vio obligado a reiniciar sus programas de flexibilización cuantitativa en noviembre del año pasado por temor a una recesión en la eurozona, y los ha incrementado enormemente para responder al COVID-19.
El programa corporativo ha quedado en segundo plano ante la compra más urgente de bonos gubernamentales, particularmente de bonos italianos, pero el BCE está restaurando constantemente el equilibrio donde puede.
Un área donde la Fed ha tomado la delantera es en la compra de bonos de “ángeles caídos”, compañías que han caído en nivel de basura BB desde que el coronavirus golpeó por primera vez. La presidenta del BCE, Christine Lagarde, bien podría seguir el ejemplo de Powell en algún momento, ya que parece injusto penalizar a las empresas sanas y que han recibido menor calificación por causas ajenas a su voluntad.
En otras áreas, el BCE está siendo más audaz que la Fed. Por ejemplo, el banco central de EE.UU. solo comprará bonos corporativos con un vencimiento de hasta cinco años y solo tomará hasta 10% de la deuda pendiente de cualquier compañía, mientras que el BCE es mucho más flexible en lo que puede comprar.
Esta es solo la primera incursión de la Fed en la compra de bonos corporativos, y sus planes bien podrían evolucionar. La verdadera lección del BCE es que es poco probable que sea una dinámica que se ejecute una sola vez.