Hubo un tiempo en que el mundo de las criptomonedas era un curioso espectáculo, un lugar donde los delincuentes hacían negocios y los entusiastas se lanzaban por su cuenta y riesgo. Pero ya no. Rápidamente se está convirtiendo en un auténtico Westworld de las finanzas, en el que simulacros defectuosos de fondos de inversión, bancos y derivados permiten a los visitantes asumir inmensos riesgos que, en última instancia, podrían extenderse a los mercados tradicionales y a la economía en general.
Los reguladores se han esforzado por controlar todo esto. Cada vez es más importante que lo logren, y pronto.
Todavía no está claro si las criptomonedas serán, en conjunto, algo bueno. Como dinero, hasta ahora han fracasado: la volatilidad, los costos de las transacciones y la huella de carbono del bitcóin, por ejemplo, las han convertido en algo inútil para otros fines que no sean la especulación y el ransomware (e incluso ahí tiene defectos).
Dicho esto, la tecnología subyacente de la cadena de bloques, que permite a personas de cualquier lugar realizar transacciones y crear registros indelebles sin depender de un intermediario de confianza, puede tener todavía usos más allá de la venta de copias “oficiales” de videoclips y la conmemoración de la quema de obras de arte valiosas. A su debido tiempo, podrían ayudar a los Estados soberanos a mejorar sus monedas oficiales.
Sin embargo, últimamente los habitantes de las criptomonedas han replicado el trabajo de las instituciones financieras tradicionales, sin ninguna de las barreras reguladoras diseñadas para mantenerlas bajo control. Si no se les presta atención, probablemente esto no acabará bien.
El primer ejemplo son las ‘stablecoins’, representaciones de monedas fiduciarias que operan en la cadena de bloques. Imitan los depósitos bancarios al pretender valer, por ejemplo, exactamente un dólar estadounidense por moneda. Pero, a diferencia de los bancos, las organizaciones que las administran no tienen un seguro de depósitos, no pueden recurrir a préstamos de emergencia de la Reserva Federal ni tienen límites sobre dónde invertir las reservas de dinero fiduciario que supuestamente las respaldan.
Tether, la entidad que está detrás de una de las ‘stablecoins’ más populares, ya ha sido sorprendida prestando sus reservas de dólares a su plataforma de intercambio de criptomonedas afiliada, y sigue afirmando que posee activos potencialmente volátiles como metales preciosos y otros tokens digitales.
La historia ha demostrado en reiteradas ocasiones lo peligrosa que puede ser esa manifiesta combinación de pasivos similares a depósitos e inversiones de riesgo. Hasta el rumor de pérdidas puede desencadenar una carrera para rescatar la inversión antes de que el dinero se acabe, con consecuencias sistémicas.
Supongamos, por ejemplo, que las ‘stablecoins’ se convirtieran en grandes compradores de pagarés, deuda a corto plazo que las empresas emiten para fines como comprar suministros y pagar a los empleados. (Tether dice que ya tiene decenas de miles de millones de dólares de este tipo de pagarés).
Una oleada repentina de rescates podría privar al mercado de dinero en efectivo, haciendo que las empresas no pudieran pagar las nóminas, algo similar a lo que ocurrió en el 2008, cuando la quiebra de Lehman Brothers desencadenó una corrida de fondos del mercado monetario que devastó el mercado de pagarés (una vulnerabilidad que aún no se ha abordado por completo).
El segundo ejemplo es el floreciente mundo de las finanzas descentralizadas, o DeFi por sus siglas en inglés. Trabajando en la cadena de bloques Ethereum, utilizando “contratos inteligentes” capaces de automatizar las transacciones, equipos de desarrolladores a menudo amorfos han puesto en marcha una panoplia de aplicaciones.
Entre ellas se encuentran bolsas, plataformas similares a bancos y corredores de derivados en los que la gente puede prestar, pedir prestado y hacer apuestas altamente apalancadas. Muchos de los servicios tienen sistemas de gobierno descentralizados que dejan la toma de decisiones en manos de una comunidad de usuarios en constante cambio.
Las estafas abundan. Los piratas informáticos a menudo encuentran formas de drenar los fondos, como ocurrió con la organización autónoma original de la cadena de bloques, la DAO. Piense en ello como un servicio completo de banca en la sombra sin nadie a cargo.
Hasta ahora, las sumas involucradas son relativamente pequeñas: el equivalente a decenas de miles de millones de dólares, en comparación con los cientos de billones que circulan por los mercados de capitales mundiales. Pero esto podría cambiar rápidamente, con repercusiones de gran alcance, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de apalancamiento involucrado.
Imagine que un grupo de fondos de cobertura hace una gran apuesta en criptomonedas. En DeFi, un algoritmo suele determinar la cantidad de su propio dinero, o “margen”, que tendrían que comprometer para obtener una determinada cantidad de exposición. Esto podría ser el 20%, suficiente para cubrir una pérdida de US$ 20,000 millones en una inversión de US$ 100,000 millones.
Sin embargo, en el reino altamente volátil de las criptomonedas, establecer márgenes es un asunto complicado. Un error, un hackeo o un movimiento brusco del mercado podría hacer que el algoritmo se recalculara, obligando repentinamente a los fondos de cobertura a entregar miles de millones más mediante la venta de activos en otros mercados, precisamente el tipo de contagio que tiende a desencadenar colapsos más amplios. Y ese es sólo uno de los muchos escenarios posibles.
¿Qué puede hacer un regulador?
Una solución prometedora para las ‘stablecoins’: exigirles que depositen sus reservas sólo en bancos tradicionales, que a su vez colocarían el efectivo en la Reserva Federal. Esto las haría equivalentes a los depósitos asegurados por el Gobierno federal, dejándolas competir en la calidad de los servicios de pago que prestan, en lugar de beneficiarse de inversiones indebidamente arriesgadas.
Si se regulan adecuadamente, las ‘stablecoins’ podrían tener usos beneficiosos, como facilitar y abaratar el envío de dinero a sus familias por parte de los trabajadores inmigrantes. Las plataformas de pago que ayudan a desarrollar podrían incluso servir algún día como infraestructura para el dinero digital emitido directamente por los bancos centrales soberanos.
DeFi será más complicado. Uno de los retos será definir qué hace realmente una plataforma: ¿es como un banco, una bolsa, un agente de valores, algo más? Otro será averiguar a quién hay que responsabilizar en una organización descentralizada: ¿a los desarrolladores o a los usuarios? Tendrán que cooperar múltiples organismos, y probablemente se necesitará una nueva legislación que les otorgue los poderes necesarios.
El objetivo general debería ser garantizar que servicios similares compitan por sus méritos, y no por el grado de regulación al que se enfrentan o su tolerancia a la delincuencia. En los casos en que eso no sea posible, puede que haya que prohibir algunos.
A su favor, los reguladores mundiales son conscientes de los problemas y están empezando a comprometerse. Han reflexionado profundamente sobre las opciones para abordar las ‘stablecoins’.
Se han reunido con los participantes de DeFi para comprender mejor los riesgos. Han presentado propuestas concretas para mantener la seguridad de los bancos tradicionales. Pero tienen que actuar rápidamente. Esto podría ser muy grande, y muy peligroso, muy rápido.