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En el imaginario colectivo, la riqueza dinástica es ciertamente algo frágil. El viejo proverbio "Padre rico, hijo flojo, nieto pobre" captura la creencia popular: los fundadores de fortunas familiares están condenados a ver a sus hijos ociosos malgastar el dinero, sin dejar nada para los nietos.

Pero, ¿cuán cierto es esto? Es una pregunta que vale la pena hacer, dado el debate sobre la creciente desigualdad. Alrededor de US$ 30 billones en Estados Unidos pasarían de la generación del “baby boom” a sus herederos en los próximos 30 años, y recientes cambios en el código tributario hacen que traspasar la riqueza heredada sea mucho más fácil.

Economistas y sociólogos han derramado mucha tinta estudiando cómo la riqueza y el estatus se pueden transmitir de padres a hijos.

Seguir ese proceso hasta una tercera generación, por no hablar de cuatro o cinco generaciones, plantea una serie de desafíos a cualquiera que estudie la historia del problema. Pero varios estudios lo han abordado a lo largo de los años, y han llegado más o menos a la misma conclusión.

Un estudio realizado por la economista Jenny B. Wahl en el 2003, por ejemplo, abordó el problema centrándose en las declaraciones de impuestos de sucesión federales del estado de Wisconsin de 1916 a 1981. (Wahl eligió Wisconsin porque parte del monótono trabajo de procesar los datos ya se había realizado, pero también porque la gente en Wisconsin tendía a mudarse a otros estados a un menor ritmo, lo que facilita el seguimiento del dinero).

Con el fin de vincular los datos a través de varias generaciones, Wahl procesó una gran cantidad de datos usando lo que describió acertadamente como "programación computacional creativa". En efecto, Wahl tuvo que identificar a los descendientes ricos al comienzo del rango de fechas en estudio, rastrear a sus hijos cuando ellos también murieron y luego localizar a los nietos cuando finalmente fallecieron.

Después de examinar decenas de miles de "vínculos", Wahl sometió a su grupo de tres generaciones a rigurosos análisis estadísticos. Los resultados deberían tranquilizar a los afortunados herederos. Si bien la riqueza familiar tiende a retroceder hacia la media en el largo plazo –lo que significa que los descendientes de los ricos a la larga se parecerán al ciudadano promedio–, Wahl señaló irónicamente que "la evidencia presentada aquí sugiere que el largo plazo puede ser, efectivamente, largo".

¿Cuán largo? Wahl sugirió esta hipótesis: imagine que la familia más rica en cualquier momento dado tiene un 100 por ciento más de dinero que la familia promedio. Según esta muestra, demoraría 13 generaciones –aproximadamente cuatro siglos–que esta hipotética familia adinerada vuelva a tener solo un 10% más que la familia promedio.

Por supuesto, las familias más ricas del país tienen activos miles de veces más grandes que los de la familia promedio. Si estas tasas se mantuvieran vigentes también para los súper ricos, sus descendientes tardarían inconmensurablemente más en volver a formar parte de la multitud común de la humanidad.

Vale la pena mencionar que el estudio de Wahl simplemente se centra en un período histórico en el que los impuestos más altos sobre las ganancias de capital y las herencias podrían haber acelerado la velocidad a la que se disipa la riqueza. Pero desde la década de 1980, la política tributaria ha cambiado en la dirección opuesta, haciendo que el traspaso de la riqueza de generación en generación sea aún más fácil y, presumiblemente, más perdurable.

Sus conclusiones se hacen eco en gran medida de los resultados de un estudio realizado hace varios años para evaluar la permanencia de la riqueza en Gran Bretaña entre 1858 y 2012. En lugar de centrarse en un área geográfica, los historiadores económicos Gregory Clark y Neil Cummins examinaron hábilmente a familias con apellidos poco comunes, lo que hizo mucho más fácil rastrear a los descendientes a través del registro histórico.

Sus resultados reflejaron en gran medida las conclusiones de Wahl: las familias con la mayor riqueza entre los años 1858 y 1887 lograron retener la mayor parte de su dinero, con una tasa de merma más o menos comparable al que encontró Wahl. Además, al igual que en el estudio de Wahl, esta tasa se mantuvo estable a lo largo del tiempo, incluso en períodos en los que la política tributaria –principalmente el impuesto a la herencia– se volvió mucho más punitiva.

Clark y Cummins sí encontraron un lado positivo en los datos: es posible que aquellos ubicados en la cúspide misma de la pirámide de riqueza vean cómo su fortuna se desmorona un poco más rápido que aquellos que son simplemente ricos. Las familias clasificadas como simplemente "prósperas" –el 10% superior– tendían a experimentar una debilitación más lenta de sus activos que aquellos ubicados en el 2% o 3% más alto.

Estos y otros estudios –junto con investigaciones recientes sobre la permanencia del nivel educacional y las ganancias de ingresos a lo largo de varias generaciones– ponen de relieve lo absurdo que es suponer que la desigualdad económica es efímera, y mucho menos que se desaparecerá en tres generaciones, creencia que muchos economistas de hecho compartieron hasta hace relativamente poco tiempo.

Estos estudios más recientes de los resultados a largo plazo también ofrecen evidencia de que es posible que mecanismos como el impuesto a la herencia no sirvan mucho para frustrar la permanencia de la riqueza dinástica, a pesar de las afirmaciones de los ricos de que tales políticas penalizan a sus herederos.

Por razones que siguen siendo poco claras, algo más que poseen los ricos –conexiones sociales y capital cultural– pasa de generación en generación muchas veces.

Eso no quiere decir que los súper ricos no puedan sufrir reveses. Es posible que los hijos irresponsables de un desarrollador inmobiliario multimillonario, por ejemplo, no sean tan buenos como su padre y es posible que malgasten parte de la fortuna familiar; pero es en extremo poco probable que sus hijos –por no hablar de los hijos y nietos de sus hijos–vuelvan a formar parte de la plebe en el corto plazo.

Por Stephen Mihm

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.