En el Perú, la industria textil y de confecciones representa uno de los principales impulsores de las exportaciones no tradicionales a Estados Unidos, superando los US$ 700 millones en exportaciones a este mercado en el 2019 y generando, además, más de 400 mil puestos de trabajo, señaló la Oficina Comercial (Ocex) del Perú en Nueva York.
La industria textil es la segunda más contaminante del mundo después de la petrolera, produce el 20% de las aguas residuales y el 10% de las emisiones de carbono en el mundo, representando este dato más que todos los vuelos internacionales y los barcos de carga combinados.
De acuerdo a expertos, un pantalón puede necesitar más de 3,000 litros de agua para su fabricación, y, una camiseta, 2,500 litros de agua. Igualmente, la producción de 1 kg de prendas de algodón utiliza hasta 3kg de químicos y, cuando son lavadas, las prendas emiten microfibras plásticas que contribuyen a la contaminación del mar.
Cada año se venden 80,000 millones de prendas en el mundo. Desde que empresas como Zara y H&M impusieron el fast fashion, “el consumo y producción de prendas se ha disparado, mientras toneladas de ropa vieja se acumulan sin que nadie sepa bien qué hacer con ellas”, de acuerdo a XL Semanal.
En la actualidad, se consume el 80% más de la ropa que hace una década, sin embargo, se usa la mitad de veces. Durante los últimos años, las prendas se han considerado desechables, más de US$ 500 billones se pierden cada año debido a la subutilización y a la falta de reciclaje; como promedio, cada estadounidense se deshace de 35 kg de ropa al año.
El consumidor de hoy, más consciente de la conservación del medio ambiente, exige productos y procesos ‘sostenibles’.
El modelo fast fashion en la moda está siendo reemplazado por slow fashion. Slow fashion representa una filosofía acorde a las tendencias del siglo XXI: producción responsable y sostenible, cuidado del medio ambiente y de los trabajadores, y prendas de calidad, duraderas y reciclables.
Ante este escenario debemos hacer un alto y reflexionar hacia dónde queremos ir.
¿Cómo podemos hacer una industria responsable y sostenible?
¿Cómo introducir tecnología e innovación, tanto en la producción de nuevas fibras como para asegurar credibilidad a los procesos sostenibles?
¿Podemos desarrollar sistemas de trazabilidad?
¿Podemos innovar en la cadena de suministro?
¿Podemos desarrollar materias primas más duraderas y reciclables?
Preguntas que tenemos que responder sin dejar de lado la búsqueda de diferenciación y ventajas competitivas.
La fundación Ellen MacArthur estima que “la demanda global de fibras naturales y hechas a mano crecerá en un 84% entre el 2010 y 2030”.
¿Podríamos diferenciarnos utilizando algodones nativos de colores naturales y colorantes ecológicos?
¿Podríamos utilizar los conocimientos ancestrales, preincaicos, para asegurar el futuro de la industria textil?