Desde tiempos inmemoriales, la inversión ha buscado convertir dinero en más dinero. No es un truco sencillo, de ahí los beneficios que perciben quienes lo hacen bien. La complejidad de escoger qué activos poseer —si renta variable de países ricos o bonos de países pobres, edificios de oficinas o futuros de jugo de naranja— contrasta con la simplicidad con que se juzga el éxito de esas inversiones: gana quien ha arriesgado menos para obtener más.
Que el dinero en cuestión haya servido para construir empresas ociosas o mantener gobiernos inútiles es algo casi fortuito. Pero este enfoque está comenzando a verse anticuado. Más ahorristas quieren saber qué se hace con su plata. ¿Qué tal si puede ser usado para generar una pensión de jubilación y también para mejorar el mundo? En el sentido amplio del término, los fondos de “inversión sostenible” manejaron US$ 35 millones de millones el 2020, estima la Global Sustainable Investment Alliance, una organización del sector, frente a US$ 23 millones de millones el 2016.
Ningún emisor de acciones o bonos puede ignorar la inversión virtuosa y los bancos se rehúsan cada vez más a prestar a empresas con insuficientes credenciales ambientales, sociales y de gobernanza (ASG). Proliferan consultoras que evalúan si los CEO están poniendo de su parte para combatir el cambio climático o la inequidad social. Quizás los ahorristas disfruten la sensación de que su dinero esté conduciendo al capitalismo en la dirección correcta, al tiempo que sigue generándoles retornos.
Pero el nuevo enfoque está provocando señales de rechazo. Las respuestas a dos preguntas incómodas permanecen elusivas. ¿Los supuestos fondos virtuosos están invirtiendo en empresas apropiadamente virtuosas? ¿Lo que estos benefactores financieros intentan impulsar o promover es una buena idea?
Con respecto a si el dinero que presuntamente busca inversiones amigables con los estándares ASG está logrando su cometido, las reguladoras tienen dudas. La Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (SEC) ha señalado que quiere actuar contra fondos que alardean de sus credenciales virtuosas pero no pueden probar que han hecho el trabajo debido al elegir sus inversiones (el llamado “ecoblanqueo”).
El 25 de agosto, se informó que la SEC y su contraparte alemana investigan si DWS, una gran administradora de activos alemana que se jacta de su ventaja sostenible, ha desinformado a sus clientes sobre el uso de indicadores ASG en sus inversiones. Esto ocurrió luego de que su exjefe de Sostenibilidad cuestionara declaraciones de que la mitad de los activos del fondo se invierte buscando más que meras ganancias. La firma niega irregularidades, pero gente del sector dice que hay tantas variantes de inversión sostenible que los ahorristas podrían estar confundidos.
Elegir empresas para invertir en ellas suele incluir poco más que evaluar una lista que confirme aspectos como el grado adecuado de papel reciclado usado para publicar la memoria anual. Presiones para mejorar la divulgación de datos en Europa —el lugar más entusiasta con la inversión virtuosa— hizo que los fondos definidos como sostenibles se contrajesen en US$ 2 millones de millones entre el 2018 y el 2020.
Las dificultades en torno a los indicadores ASG se eliminarían a medida que el sector madure, aunque eso no será de ayuda con la segunda y más profunda crítica: que los inversionistas que persiguen la virtud, están engañándose a sí mismos, en el mejor de los casos, y haciendo más mal que bien, en el peor. Ese es el argumento de Tariq Fancy, exejecutivo de inversión sostenible en BlackRock, publicado en un blog el 20 de agosto. Señala que la inversión ASG simplemente “responde a verdades incómodas con fantasías”.
Fancy puntualiza que a pesar de toda la jactancia en la virtud, el sector de las inversiones está enfocado en sus propios intereses: mantener esa etiqueta en los compromisos que las empresas dicen que tienen para ser mejores ciudadanas corporativas, brinda a las administradoras de activos una oportunidad para cobrarles comisiones más elevadas. Agrega que por cada inversionista descontento con una empresa que quiere vender sus acciones, hay otro que quiere comprarlas.
Incluso si el nuevo enfoque afina el costo de capital de las empresas (por ejemplo, canalizando más inversión a energía eólica y menos a petróleo), esto solo promueve la peligrosa ilusión de que los negocios pueden liderar la lucha contra el cambio climático o el racismo. Fancy piensa que si se consigue algo, será postergar el momento en que la acción gubernamental se haga realmente cargo de esos problemas.
¿Qué significa esto para los ahorristas y su dinero? No es malo que las empresas tengan compromisos, pero los fondos ASG necesitan ser monitoreados. Priorizar la postura de un CEO sobre la lucha contra el racismo frente a la viabilidad de sus planes de inversión es una receta para retornos modestos y para un flácido sector corporativo. Eso no impulsará el modelo capitalista sino que lo descarrilará.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021