Lima es ciudad de grandes ceviches: desde el más sofisticado que se quiera pagar en un salón con vista al Pacífico hasta el de la receta familiar, previa parada estratégica en el puesto de mercado de confianza. Hace poco conversaba con un grupo de jóvenes ejecutivos (la mayor rondaría los 35 años) y el tema iba de restaurantes y huariques imprescindibles. Cada quien tenía su lista, pero me sorprendió que la mayoría no hubiera pisado el Fiesta. Tenían la referencia, mas no la experiencia.