El turismo es la más popular y menos controversial forma de globalización. Para quienes viajan al extranjero, esta costumbre promete una infinita variedad de placeres, desde admirar obras de Tiziano en Venecia, hasta degustar piñas coladas en Goa (India). Para los países que reciben a los vacacionistas, proporciona dinero –grandes montos–.
El turismo receptivo representa el 7% de las exportaciones mundiales y genera 300 millones de empleos; pero en estos momentos el negocio está en pausa. Por ejemplo, la venta de entradas al complejo arqueológico de Angkor Wat, en Camboya, ha caído 99.5% respecto del año pasado e incontables tumbonas permanecen vacías en playas del Mediterráneo.
Una pregunta vital se está planteando alrededor del mundo: ¿qué pasará con las vacaciones de verano (boreal)? La respuesta es que el turismo receptivo regresará –aunque no en exactamente la misma forma que tenía antes de la pandemia–, y dependiendo de que la diversión no sea estropeada por gobiernos y por quienes se oponen a actividades que consideran peligrosas en su entorno inmediato (los “nimby”).
En el último medio siglo, la industria de viajes ha crecido más rápido que lo que se gasta en un bar de playa en una tarde soleada. En 1970, menos de 200 millones de personas vacacionaron en el extranjero; el año pasado, fueron 1,500 millones. Parte de ese aumento se explica por la fuerte alza de ingresos en China. También se han abaratado los pasajes aéreos y se ha hecho más fácil buscar online la piscina perfecta –Expedia tiene registrados más de un millón de hoteles y otros establecimientos–.
En los países ricos, el habitante promedio puede viajar a más de 100 países sin visa, comparado con 50 hace medio siglo, y en los países emergentes, las reglas para obtenerla se han flexibilizado. A medida que el turismo repuntaba, prosperaron las pequeñas empresas y los trabajadores del negocio vacacional. Alrededor de 80 países, entre ellos Tailandia, Tanzania y Turquía, tienen en el turismo receptivo un 10% o más de sus exportaciones.
La dependencia de estos países de divisas foráneas significa que ahora están desesperados por asegurarse que esta temporada sea cancelada. Las cadenas de hoteles están ansiosas por llenar sus habitaciones y los consumidores jóvenes están preparados para tomar riesgos, a juzgar por lo atestadas que estuvieron las playas estadounidenses el lunes de la semana pasada, que fue feriado.
Pero se aconseja cautela. Dado que junta a gente de todo el mundo, el turismo puede ser un propagador letal del virus. Un bar en un resort de esquí en Austria habría causado brotes en toda Europa, mientras que los cruceros se convirtieron en riesgos biológicos flotantes. Eso quiere decir que, necesariamente, el 2020 y el 2021 incluirán restricciones.
Una es filtrar visitantes por nacionalidad. Chipre tiene planeado abrir sus fronteras a la mayoría de europeos el 9 de junio, pero no a los de Reino Unido y Rusia, dos focos de contagio del COVID-19. Estados Unidos acaba de prohibir la entrada de visitantes de Brasil. Otra medida es reducir la densidad. El CEO de Airbnb, Brian Chesky, informa de un aumento de reservas para viviendas alejadas de las ciudades. En suma, el número de turistas esta temporada será una fracción de sus niveles normales.
Para el largo plazo, suponiendo que se halle una vacuna, el panorama es alentador. Aunque algunos consumidores continúen nerviosos, el sector se adaptará. Marriott ha designado un Concejo de Limpieza e introducido rociadores electrostáticos de desinfectante y Airbus tiene un proyecto de baños activados sin contacto manual. Además, una mejora en las pruebas de COVID-19 dará confianza a viajeros y gobiernos de que los brotes pueden manejarse.
El gran peligro es que las disputa políticas y el lobby hagan difícil eliminar las barreras temporales. A fines de abril, más de 150 países estaban cerrados al turismo receptivo. Las restricciones incluyen cuarentenas e incompatibles apps de rastreo, y la historia indica que es complaciente asumir que desaparecerán fácilmente.
Fue necesaria una cumbre global en 1920 para fijar reglas sobre pasaportes y viajes luego de la Primera Guerra Mundial y la gripe española –hasta tan recientemente como 1991, algunos europeos occidentales necesitaban visa para viajar a Estados Unidos–. Ya las políticas sobre viajes han causado tensiones en Asia, mientras que los nimby podrían presionar para mantener a los turistas lejos de las ciudades más bellas pero ajetreadas del mundo.
Se debería usar esta temporada para mejorar el funcionamiento del turismo. Por ejemplo, aplicar impuestos y hacer planeamiento más astuto para evitar el exceso de visitantes. Y a medida que los sectores de viajes y de aerolíneas se reestructuren, existe la posibilidad de introducir aviones con menores emisiones de carbono.
No tienen que transcurrir décadas para que el mundo retome los niveles de apertura que tenía en enero. El turismo eleva la riqueza y la felicidad del mundo. Su cierre solo debe ser temporal.