En un palacete de París al que el visitante debe llamar al timbre para entrar, se esconde un pequeño museo que ha pasado de formar a los agentes de aduanas a mostrar al gran público los secretos de la falsificación, un fenómeno que representa cerca del 5% del comercio mundial.
No todo son bolsos y relojes de lujo: las cremas, electrodomésticos, obras de arte, carritos de bebé o capós de coche reflejan que las copias afectan a gran variedad de productos, muchas veces sin que el usuario pueda percibir las diferencias.
La Unión de Fabricantes para la Lucha contra la Falsificación (Unifab) lo inauguró en 1951 para instruir a futuros expertos en el combate contra esa plaga, y en 1972, coincidiendo con el centenario de esa asociación, abrió sus puertas para todo tipo de público.
Cerca de 10,000 personas cruzan ahora cada año el umbral de un edificio que, paradójicamente, es una copia de la fachada trasera del Palacio presidencial del Elíseo y se erigió en 1899 en lo que era entonces la periferia rural de París.
Un museo único
Ese Museo de la Falsificación presume de ser el único de su género en el mundo: "Tenemos todo tipo de productos que han sido copiados y requisados por la policía, las aduanas o la gendarmería de todos los países del mundo", explica la directora general de Unifab, Delphine Sarfati-Sobreira.
La suerte natural de esos objetos hubiera sido su destrucción, pero su exposición tiene una voluntad didáctica y se nutre tanto de esos decomisos en colaboración con las autoridades públicas como de donaciones de empresas afectadas.
No en vano, detrás de su creación estuvo Gaston Louis Vuitton, nieto del fundador de la casa de lujo Louis Vuitton y entonces presidente de Unifab, integrada hoy por compañías como Balenciaga, L'Oréal o Bulgari.
Los métodos usados por los falsificadores son variados. El marchante de arte Guy Hain, por ejemplo, compró legalmente en los años 1960 un molde original de El Beso, de Rodin, y llegó a vender por 4.5 millones de francos una de las numerosas copias que hizo de esa escultura.
Otras veces las réplicas imitan los logotipos de las marcas o calcan de manera aparentemente fidedigna el producto original haciéndose pasar por este de forma fraudulenta.
Impacto económico y sanitario
"La falsificación tiene repercusiones económicas para los países y sanitarias, porque los consumidores pueden tener accidentes. Por ejemplo, un bolígrafo debe permitirte respirar si te tragas el capuchón, algo que nunca sucede con los falsificados", sostiene Sarfati-Sobreira.
El boli BIC es uno de los cerca de 500 objetos mostrados en sus vitrinas al lado de los originales. Planchas para el pelo, camisetas deportivas, perfumes o piezas para el automóvil son otros de los que permiten constatar la amplitud de ese fenómeno.
Entre ellos, una copia de la Copa del Mundo del 2014. En abril de ese año se interceptaron unas 10,000 en China. Pesaban 4 kilos, dos menos que la original, que acabaría en manos de la selección alemana de fútbol.
Aunque la copia de pequeños electrodomésticos está cada vez más expandida, no queda exenta de riesgos: no respetan la normativa europea, hay peligro de sobrecalentamiento, están hechos con materiales menos resistentes y carecen de servicio posventa.
Un ojo avizor descubre la peor calidad de la copia, diferencias sutiles en los colores, una tipografía distinta en los logotipos o cambios más imperceptibles, como que una crema falsa no tenga los antialérgicos necesarios.
Fenómeno mundial
Internet y la expansión del comercio electrónico han dificultado el trabajo de las autoridades. "Antes tenías que viajar, ir a Asia o a Marruecos, para traer productos falsos. Hoy cualquiera puede comprarlos con su ordenador o teléfono móvil", recalca la directora general de Unifab.
Desde el 2010 se ha constatado un aumento del envío de las piezas falsas por separado para limitar las pérdidas en caso de confiscación.
El impacto de ese fraude es global: en el 2018, según recuerda la agencia policial internacional Interpol, dos operaciones globales y cinco regionales en 115 países condujeron a la incautación de 22,377 toneladas de productos ilícitos, valorados en unos US$ 140 millones, y a detener o multar a 4,129 personas.
Pero la responsabilidad es de todos: “La mejor manera para que cese este delito verdaderamente es no comprando (productos falsificados). Para ello hay que prestar atención a dónde lo hacemos: comprar un producto de lujo en un mercado no es natural”, concluye la representante de Unifab.