Sin lugar a dudas, el 2022 fue un año terrible para las criptomonedas. En suma, se evaporaron más de US$ 2,000 millones de un valor de mercado en gran medida especulativo.
Los consumidores y empresas perdieron tanto dinero como la confianza fundamental en la promesa de las criptofinanzas, que se suponía iba a ser una corrección de muchas de las fechorías que dieron lugar a la crisis financiera del 2008.
En tanto, los políticos han estado haciendo sonar la alarma sobre los riesgos excesivos de las criptomonedas, al tiempo que no han creado regulaciones sensatas, han sido vindicados no por uno, sino por múltiples fracasos a gran escala.
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En esa línea, para otros usuarios más acérrimos, el 2022 no fue solo otra mala temporada para las criptomonedas, sino más bien la peor.
La pérdida de confianza, valores económicos y un mercado plagado de lápidas de empresas y proyectos fracasados, pueden ser señal de una explosión cámbrica para las finanzas responsables y de Internet.
Aunque la tecnología y el blockchain son generalizables en todas las industrias y actividades de coordinación, la experimentación en el núcleo de los servicios financieros, entre otros sectores, no cesa.
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De esa manera, como prueba del poder de permanencia de los activos digitales y las cadenas de bloques en el núcleo de los servicios financieros, hay que observar lo que hacen los grandes bancos y las empresas maduras de servicios financieros, no lo que dicen.
Podría decirse que, al igual que los consejos de administración y los equipos ejecutivos asumieron a regañadientes sus mandatos de ciberseguridad y transformación digital, la adopción cripto es inevitable.