¿Y qué le dirías a alguien que ha perdido un ascenso? Para que una puerta se abra, hay que llamar a muchas. Sí, le diría eso. Para que una puerta se abra, hay que llamar a muchas.
No conseguir un ascenso. No alcanzar una venta. No ingresar a la universidad deseada. No ser admitido en un trabajo. Son muchas las veces en las cuales la vida nos responde con un “no”. Lo pasamos mal. Nos disgusta. Nos deprime.
Lo primero que nos suele venir a la mente es la idea de “por qué siempre me pasa a mí”, matizado con el clásico “no es justo”, que alguna vez se sazona con un “es que yo no valgo”.
Buscamos culpables: el proceso, el método, el producto, la subjetividad. Cualquier cosa que nos tranquilice frente a la adversidad que nos aprieta.
Lo real es que recibir un “no” por respuesta no sólo nos pasa a nosotros. Le ha sucedido y le seguirá sucediendo a toda persona que aspire a algo. Sólo no recibe un “no” quien no busca algo. Y recibir un “no” por respuesta va más allá de la riqueza o la pobreza, va más allá de la raza o de la religión, va más allá de otras circunstancias.
Es verdad que, si hoy en el mundo muchos trabajamos por más inclusión y por mayor respeto a la diversidad, es porque más veces reciben un “no” las mujeres que los hombres, los miembros de la comunidad LGTB, o personas de razas sobre las que cae la xenofobia. Pero tarde o temprano todos recibimos algún “no” en la vida. Si no es en el trabajo será en el amor, si no es en el amor, será en la amistad, si no es en la amistad será en una propuesta de negocio, si no es del jefe, será del cliente, o recibirás un “no” de tu salud. Todos recibimos algún “no”.
La resiliencia, que es nuestra capacidad para aguantar, es lo que nos ayuda a superar cada “no”.
Hay personas que tienen una enorme capacidad de resiliencia, es decir, un aguante alucinante, que hace que nunca se dobleguen, y de la adversidad se hacen más grandes. Yo los envidio. Porque no soy así.
En mi vida he aprendido a reemplazar mi ausencia de resiliencia por mi capacidad de persistencia. Mi falta de aguante, por mi terquedad. Entonces no le doy tregua al “no”. Intento no escucharlo. Y si no se abre una puerta, ya estoy llamando a la siguiente. No paso la página. Cambio el libro y empiezo otra vez.
Soy terco, soy tozudo. Sí. Pero es gota a gota que se hace un hueco en la piedra.
Tengo claro que, para que una puerta se abra, hay que llamar a muchas.