Perú, el primer país de Latinoamérica en decretar la cuarentena nacional y obligatoria para frenar la expansión del COVID-19, cumplió este martes 100 días de confinamiento, instalado como el sexto país del mundo con más casos confirmados, con más de 257,000 y más de 8,200 fallecidos.
El confinamiento comenzó el 16 de marzo cuando apenas había registrados 71 casos, lo que hizo de Perú uno de los países más precavidos, con una reacción muy anterior a la de otros como Italia, España y el Reino Unido.
Sin embargo, el virus siguió propagándose a una velocidad mayor a las previsiones iniciales, haciendo que tanto peruanos como extranjeros se pregunten el porqué de esta situación.
Si bien la cuarentena ha servido para evitar unas 100,000 muertes y 900,000 contagios, según los cálculos del Centro Nacional de Epidemiología, la efectividad del aislamiento pudo ser mayor de no haber sido por diversas circunstancias que aparentemente restaron poder a esta medida de emergencia.
1.- COVID-19 “de yapa” en los mercados
Los mercados, uno de los pocos sitios a los que estaba permitido salir bajo las estrictas condiciones iniciales del confinamiento, se convirtieron rápidamente en grandes focos de contagio al concentrar enormes aglomeraciones de gente.
Tras mes y medio de operación en los mercados casi sin medidas de seguridad, el Gobierno comenzó a hacer pruebas rápidas en estos centros y saltó la alarma: algunos, como el Mercado de Frutas de Lima, tenían al 80% de sus vendedores infectados.
“Vas a comprar y te llevas el COVID-19 de ‘yapa’ (cortesía)”, advirtió el presidente de Perú, Martín Vizcarra.
Las medidas de aislamiento favorecieron las aglomeraciones en mercados, que vieron limitados sus horarios de apertura por los toques de queda. Tampoco ayudó la polémica norma de segregar la salida a la calle de hombres y mujeres en días alternos, lo que daba a lugar a masivas concentraciones en los días reservados para las mujeres.
2.- Contagio sobre ruedas
También los medios de transporte sufrieron aglomeraciones, especialmente en las horas puntas, a pesar de que en los primeros días, el 90% de los casi 2 millones de automóviles que se mueven diariamente por Lima estaba detenido.
Con 10 millones de habitantes y solo una línea de metro, las pocas líneas formales de autobuses urbanos también se volvieron puntos calientes y móviles de propagación para el virus SARS-CoV-2.
Sin embargo, en estas redes de transporte no se comenzaron a hacer pruebas hasta finales de mayo, cuando se reveló que entre 25% y 43% de los viajeros del Metro de Lima dieron positivo a estos análisis, mientras que en el Metropolitano, una red de autobuses con carril segregado, la tasa de positivos fue de entre 13% y 15% de los usuarios.
El transporte también ayudó a que el virus, inicialmente concentrado en los barrios de clases medias, se propagara en dirección a los sectores más humildes, donde una vez instalado se diseminó con mayor virulencia.
3.- Ayudas con efecto contrario
Consciente de que prácticamente el 70% de la población económicamente activa (PEA) trabaja de manera informal y vive de lo que gana en el día a día, el Gobierno lanzó desde el inicio de la cuarentena un fuerte programa de subvenciones y bonos para los hogares más pobres.
Sin embargo, estas ayudas estatales diseñadas para que los más desfavorecidos permanecieran en sus casas, acabaron por generar más contagios, pues causaron grandes aglomeraciones en las oficinas bancarias para cobrarlas, ya que muchas de estas familias no poseen cuentas bancarias y debían recibir el dinero en efectivo.
También se propagó el coronavirus durante la entrega de canastas de alimentos básicos que estaba a cargo de los alcaldes, lo que afectó a poblaciones vulnerables como comunidades indígenas.
Es el caso de Pucacuro, una comunidad de etnia achuar a donde llegó una comitiva municipal con varios funcionarios infectados, incluido el alcalde, que no respetó ninguna medida de seguridad en su afán por entregar los alimentos.
4.- Migración al campo
A medida que el confinamiento se alargaba de quincena en quincena, muchas familias se quedaron sin recursos ni alojamiento y comenzaron a migrar masivamente desde Lima hacia sus regiones de origen, pese a la prohibición de los transportes interprovinciales.
Eso no amilanó a miles de personas, que ante la posibilidad de morir de hambre en Lima, se lanzaron a las carreteras dispuestas a recorrer cientos de kilómetros a pie para regresar a sus lugares de origen y al respaldo de sus familias.
Pese a que el Ejecutivo nacional y los Gobiernos regionales trataron de controlar a estos grandes grupos con pruebas rápidas y traslados humanitarios organizados en autobús y avión, no evitó que en algunos casos el COVID-19 llegara a zonas remotas donde hasta entonces no estaba presente.
Las autoridades facilitaron establecimientos para que estos viajeros pudieran cumplir una cuarentena obligatoria de 14 días para precisamente evitar eventuales contagios, pero en muchos casos ese aislamiento no se cumplió y puso en riesgo todo el plan de prevención.
5.- Informalidad masiva
A partir de mayo la situación económica se volvió insostenible para la mayoría de peruanos que trabajan en la informalidad, ya que las ayudas sociales solo llegaron a una pequeña parte, que se vieron obligados a salir a las calles para tratar de ganar algo de dinero, rompiendo masivamente la cuarentena.
Tácitamente, el confinamiento quedó levantado en zonas de Lima, cuyas calles se inundaron de vendedores ambulantes, muchos de ellos trabajadores de las cientos de galerías comerciales formales que el Gobierno había ordenado cerrar.
Precisamente, ante esta evidencia del incumplimiento de las restricciones, el Gobierno se ha visto obligado a autorizar la apertura de los negocios formales esta semana para evitar que continuaran en las calles.
Más allá de esto, casi desde el mismo inicio de la cuarentena, la población desacató masivamente, por motivos sociales o culturales, las órdenes de confinamiento en algunas regiones como la norteña Piura y la amazónica Loreto, que luego han sido después de Lima las más golpeadas por la pandemia.