A un año del suicidio del expresidente peruano Alan García (1949-2019), la rutilante figura del político, una de las más determinantes y polémicas en la historia de Perú, se diluye en el olvido con un dudoso legado y mínima influencia, más víctima de escarnio que de afecto y sentimiento.
Con el disparo que puso fin a su vida en la mañana del 17 de abril del 2019 se puso en marcha también una disolución absoluta del poder, o de la sensación de poder, que García y sus seguidores del Partido Aprista aparentaban ejercer aún sobre Perú, país que dirigió como presidente en dos períodos (1985-1990 y 2006-2011).
La ausencia de Alan García, quien en vida copaba titulares y noticieros con sus invectivas, críticas y ataques, marcaba la agenda y sostenía una influencia muy por encima su peso político, apenas ha sido relevante salvo para sus allegados y para su partido, cuyo respaldo electoral se ha desplomado y parece encontrarse al borde de la desaparición.
Tres Garcías
“García es junto con Alberto Fujimori la figura política más importante de la segunda mitad del siglo XX. Y hay tres Garcías: el primero es el que gana en 1985, heterodoxo y antiimperialista. Luego, tras la caída de Fujimori, el que lidera uno de los gobiernos más conservadores de América. Y el tercero es el derrotado, sin poder real y acosado por la corrupción”, indicó el politólogo peruano Mauricio Zavala.
En ese sentido, su muerte, que se produjo cuando la fiscalía había ordenado su detención por corrupción, parece haber fijado esa última imagen en el imaginario colectivo, en el que “la asociación de Alan García con la corrupción e impunidad es muy fuerte”.
Esa asociación impulsa el hecho de que al exmandatario “no se le esté echando de menos”, lo que a su vez refuerza la noción de que García “tenía una figura mediática que no guardaba correlación con su presencia política”.
Figura mediática
“García era una figura de las más importantes, pero claro, recibía atención mediática porque era ingenioso, siempre estaba atacando a todos y era muy atractivo en términos mediáticos, pero políticamente era marginal. Cuando él desaparece, y sin movimiento político que lo defienda, ese globo explota y no queda nada”, añadió el analista.
Precisamente, la sensación de ausencia intrascendente de la figura de García responde a “una de las más efectivas estrategias que el exmandatario utilizó en vida, la presencia mediática permanente”.
Así lo consideró la analista Adriana Urrutia, quien apuntó que antes de su muerte “cada tema y asunto público era comentado en los medios por apristas, pese a que su fuerza política en el Congreso apenas llegaba a cinco diputados”.
“Ese era el modus operandi, tomar la palabra en los medios para consolidarse o ser líderes de opinión y generar corrientes, y eso fue efectivo, porque se les consideraba con poder...pero no tenían poder real, político, no tenían bases ni nada”, añadió.
Sin partido
Esta “desaparición” de la figura del expresidente ha sido paralela por tanto a la del Partido Aprista, que se había convertido “en un bloque personalista que giraba exclusivamente en torno a su líder”, indicó Urrutia.
“El aprismo se convirtió en un partido cuyo proyecto no era fortalecerse a sí mismo, sino al líder, y buscaba poner a ese líder en el poder. El aprismo se convirtió en Alan, y Alan ya no está, y eso hace que el partido tenga pésimos resultados”, agregó.
En palabras de Zavala, la situación de la agrupación es responsabilidad del propio García, “quien hizo un esfuerzo por disminuir al partido y convertirlo en armadura para resguardar su libertad, por eso no debería sorprender que no exista, pues de hecho como partido no existe hace mucho”.
En las elecciones parlamentarias extraordinarias que se realizaron en Perú el pasado enero, ya sin García, el Partido Aprista perdió todos sus diputados y, de hecho, hubiera perdido su inscripción oficial si se hubiera aplicado la ley electoral peruana, suspendida en esta ocasión precisamente por haberse tratado de una votación excepcional.
Afecto y escarnio
Otro de los problemas del aprismo está siendo la imposibilidad de capitalizar la pérdida del líder sobre la base del recuerdo, ya que “sin líder, se ha resquebrajado”, sus escasos dirigentes “mantienen pugnas internas” y, encima, “quienes hubiera podido liderar, están implicados en corrupción”, apuntó Urrutia.
En tiempos de confinamiento por el Covid-19, los únicos eventos anunciados en memoria de García son sendas misas que se transmitirán por internet y actos como el impulsado por su hija Carla García, quien pidió inundar las redes con fotos y recordatorios de la vida y obra del político bajo el título “Alanvive”.
De momento, el efecto logrado es el opuesto, ya que son abrumadoramente más las personas que están subiendo sus crudos mensajes recordando la corrupción, las violaciones a los derechos humanos, y su impunidad ante la acción de la Justicia.
“Todos están en su derecho de recordarlo en sus afectos, pero sí creo que es importante para el aprismo, si quiere sobrevivir, que se desligue de García y renueve la imagen construida de la figura. Deberían ser críticos con su memoria, no tanto renegar, pero si evaluarlo en términos realistas, ponderados y críticos. Pero no están teniendo esa actitud”, concluyó Zavala.