
Escribe: Paola del Carpio Ponce, coordinadora de investigación de REDES
Se acerca la Navidad y, con ella, nuevos propósitos previos a un año clave para el Perú. Para millones de jóvenes, es la primera vez del ejercicio del voto. ¿Cómo sería el escenario si entraran por un momento al cuento de Charles Dickens y vinieran tres fantasmas a hablarles del pasado, el presente y el futuro del país? Hoy, seis de cada 10 jóvenes quisiera salir del país en busca de mejores oportunidades. Y es que, lejos de la esperanza que quizás sintieron cuando crecían, el Perú de hoy parece estarles dando la espalda.

El fantasma del pasado: el Perú heredado
Si la historia económica reciente fuera un fantasma, seguro mostraría imágenes de tiempos de crisis, escasez, dictaduras, hiperinflación y violencia. Expondría también lo costoso que ha sido llegar al punto actual, aunque a veces parezca un equilibrio disfuncional por todo lo que quedó pendiente y las consecuencias que eso ha traído.
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Quienes votan por primera vez han nacido después del 2005, en pleno “boom” que, junto con una serie de políticas acertadas permitió sacar de la pobreza a más de 9 millones de peruanos hasta antes de la pandemia. Ellos no han tenido que vivir esas crisis del pasado. Y no hay reproche alguno: ¡qué bueno que no lo vivieron! Ojalá ningún peruano tenga que hacerlo nunca más.
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Pero la estabilidad económica, el crecimiento y la democracia no cayeron del cielo. Fueron el resultado de decisiones difíciles, consensos y un esfuerzo colectivo con costos reales. El fantasma nos recordaría que nada de esto está garantizado. La estabilidad fiscal ya está erosionada, la democracia está muy debilitada y el crecimiento elevado aún se hace extrañar. Aún con todo lo que quedó pendiente, el Perú económico de ayer demostró que cambiar es posible cuando hay consensos. Creamos cimientos, pero sigue pendiente construir juntos.
El fantasma del presente: un país con dolores muy reales
El segundo fantasma reta la idea de que esta es una generación de cristal y muestra que los problemas que enfrentan los jóvenes hoy son reales y estructurales.
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Muchos arrastran la pobreza de aprendizajes desde la educación básica, un problema que se profundizó con la pandemia. De la minoría que alcanza la educación superior, no todos concluyen y, sobre todo, no todos llegan a una institución de calidad. Gran parte de los programas tienen una oferta formativa que se mantiene desalineada de las demandas del mercado laboral. El resto se enfrenta a este mercado con lo que le haya dado la escuela.
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Eso nos lleva a una paradoja: mientras un gran porcentaje de empresas reporta dificultades para cubrir sus plazas con profesionales con competencias suficientes, la situación del empleo de los jóvenes solo ha venido empeorando. Ellos están más presentes en la informalidad, el subempleo y el desempleo, y son el único grupo de edad que no ha visto mejoras en el trabajo desde la pandemia.
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Salir de este círculo vicioso requiere voluntad política y mucho debate. Necesitamos también un compromiso colectivo por una educación de calidad. Este sector ha visto en los últimos años contrarreformas que no hemos mitigado. Una mejor educación debería ser una demanda urgente de todos, usemos o no los servicios de Estado.
El fantasma del futuro: confianza para andar
El último fantasma no muestra imágenes claras, sino riesgos. Un futuro marcado por la desinformación, la polarización y una peligrosa pérdida de confianza en la democracia y en las instituciones. En ese escenario, la evidencia estorba, los consensos se rompen y la política se llena de relatos que prometen mucho sin explicar cómo.
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Esto nos lleva a la necesidad de compromisos mínimos. Informarse y vigilar, entendiendo que no todas las fuentes valen lo mismo y deteniendo el avance de noticias falsas y desinformación. Elegir con responsabilidad, sabiendo que el voto no es solo una expresión de hartazgo, sino la delegación de decisiones complejas. Y, también, convertirse en “guardianes” de lo andado: no permitir que se normalice desandar lo avanzado ni que se demuelan los cimientos con ligereza.
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El futuro no se construye negando el pasado ni ignorando el presente. Se construye con memoria, criterio y una dosis indispensable de confianza. Y, sobre todo, se construye no poniendo a quien piensa distinto como adversario, sino como parte de un país del que todos formamos parte y en el que todos podemos crecer
¿Qué nos llevamos al despertar?
Tras la visita de los fantasmas, queda un mensaje importante. Se trata de entender que los cimientos importan, que destruir es fácil y que volver a levantar cuesta caro. En un año preelectoral, quizás el mejor regalo para los jóvenes –y para el país– sea ese: menos cuentos y más responsabilidad para seguir construyendo colectivamente.







