Recientemente, el premier Alberto Otárola dio una declaración que hizo pensar que su evaluación del desempeño del Gobierno el año pasado fue más optimista que la de la mayoría de peruanos.
Concretamente, la semana pasada, Otárola afirmó en una conferencia de prensa que “la palabra estabilidad es la adecuada y justa para lo que hemos conseguido como Gobierno [durante el 2023]”. A ello agregó que “lo que sí nosotros decimos con energía al país es que hemos recuperado la democracia, le hemos dado estabilidad y vamos a trabajar juntos para que el próximo año sea de prosperidad”.
¿Pero ello es realmente así? Ciertamente, tras el intento de golpe de Estado de Pedro Castillo, fue un mérito de la hoy presidenta Dina Boluarte de estar a la altura de la situación y conseguir armar un nuevo Gobierno de sucesión constitucional que consiga la confianza del Congreso. Tras ello y desde entonces, sin embargo, son muy pocos los demás logros específicos que uno pueda atribuirle a este Ejecutivo, más allá de sobrevivir.
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De hecho, en lo que va de este Gobierno, el Gabinete ha tenido que cambiar de ministros en 22 oportunidades. Además, no se logró manejar adecuadamente la respuesta a las protestas de inicios de año –el número de fallecidos en estas incluso aumentó respecto al de fines del 2022, sin que nadie asuma las consecuencias políticas–; ni se han conseguido resultados relevantes en las luchas contra la criminalidad o la corrupción, los dos temas que más les preocupan a los peruanos.
La desaprobación ciudadana del Gobierno tras un año de gestión, además, es considerablemente alta. Hoy llega a 76% en el caso de Otárola y a 84% en el de Boluarte, mientras que la aprobación de ambos llega apenas a 9% (Ipsos). Esto podría parecerle inocuo a algunos, pero todo el descontento que se viene acumulando y que este Gobierno no ha sabido desfogar ni administrar con inteligencia, tarde o temprano puede a explotar. Sea en una protesta ciudadana, o un resultado electoral.
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Quienes dicen que estos niveles de desaprobación siempre han sido así, recordando administraciones como la de Toledo, deberían considerar que no es lo mismo un pueblo descontento con su Gobierno en un contexto de crecimiento y estabilidad democrática, que en un contexto de crisis.
“Estabilidad” no es pues una palabra que sirva para describir lo que ha sido el primer año del Gabinete Otárola. Pero si tanto él como Boluarte aspiran a sobrevivir un segundo año, conseguirla esta vez sí tendría que ser el principal foco de su administración durante el 2023. Como ya ha destacado Moody’s, la inestabilidad sigue siendo lo que más preocupa en el mediano plazo. Toca trabajar en serio para reducirla.