A lo largo de los últimos dos años, las autoridades monetarias a nivel global han desplegado el esfuerzo coordinado más grande y el más rápido del que se tiene registro para contener el brote inflacionario que siguió a la pandemia y al estallido de la guerra en Ucrania.
Las características de este brote inflacionario no tienen precedentes. El aumento en la tasa de inflación afectó a casi todos los países del mundo. Este aumento de los precios fue muy rápido y afectó tanto a los productos cuyo precio se determina por las condiciones de oferta y demanda globales como a los bienes cuyos precios dependen del mercado interno.
Este aumento de precios se ha sostenido a lo largo de ya casi dos años y podría demorar otros dos años más en diluirse. Finalmente, este aumento de precios se produjo a pesar de que la mayor parte de bancos centrales usaba objetivos explícitos de niveles muy bajos de inflación.
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Los orígenes de este fenómeno inflacionario son conocidos. Por el lado de la demanda, el esfuerzo monetario y fiscal, desplegado para evitar que la suspensión de actividades como resultado de la pandemia precipitase una depresión global, generó presiones inflacionarias.
Por el lado de la oferta, el estallido de la guerra entre dos de los principales proveedores de materias primas restringió la oferta de bienes tan diversos como los hidrocarburos, los fertilizantes, el trigo y los microprocesadores. La combinación de una demanda que se expandía con una oferta que se contraía precipitaron un aumento acelerado de los precios a nivel global sin que pudiera evitarse.
Existe, sin embargo, un factor característico a este proceso que recibe cada vez mayor atención: la pandemia y la guerra alteraron de manera sustancial la estructura del mercado laboral a nivel global.
En primer lugar, la pandemia impulsó a una parte de la fuerza laboral a modificar la forma en la que participaban del mercado de trabajo. Los jóvenes postergaron su ingreso al mercado para seguir estudiando, los mayores adelantaron su edad de retiro, las transferencias efectuadas y el trabajo remoto llevaron a muchos a reducir el número de horas trabajadas, a padres a abandonar el mercado laboral para criar a sus hijos, etc.
En segundo lugar, la guerra y la pandemia destruyeron las cadenas de suministro que unían al mundo en un solo proceso productivo globalizado para reemplazarlas con cadenas locales o regionales. Este cambio alteró la composición de la demanda por trabajo. Para los EE.UU., por ejemplo, las habilidades que antes se proveían desde China o Vietnam, ahora debían ser obtenidas en el mercado local. Si estas habilidades no estaban disponibles, primero debían ser aprendidas por los trabajadores elevando su costo.
Estos cambios en la estructura del mercado laboral trajeron consigo una escasez relativa de las capacidades más diversas. Con esto, se sumó al aumento de las materias primas, de los alimentos y de las tasas de interés, un factor adicional que también presionaba los salarios al alza. Como resultado, las acciones de política monetaria perdieron su efectividad para reducir el desempleo y se aceleró su impacto inflacionario en el corto plazo.
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