
Ricardo Romero
Especialista en comercio exterior
Nunca antes en la historia los consumidores habían tenido tanto poder de decisión como en la actualidad. La cuarta revolución industrial, marcada por el desarrollo acelerado de la tecnología y la radical transformación de la economía mundial en el siglo XXI, ha puesto a su alcance un mercado global sin fronteras, al tiempo que ha elevado sus exigencias hacia las empresas en términos de calidad, competitividad y capacidad de adaptación.
Internet, las plataformas digitales y el comercio electrónico han abierto una ventana hacia un catálogo global de productos y servicios que hace pocas décadas resultaba inimaginable. Este fenómeno no solo ha ampliado las opciones de los consumidores, sino que también ha elevado de manera considerable su nivel de exigencia, particularmente en mercados altamente competitivos como el norteamericano y el europeo. Hoy el consumidor promedio busca calidad, rapidez en la entrega, precios competitivos y empresas capaces de adaptarse de manera inmediata a cambios en sus hábitos de consumo.
Esta nueva realidad ha forzado a minoristas, importadores y distribuidores a replantear sus estrategias de abastecimiento y diversificar fuentes de suministro. Ya no se trata únicamente de contar con un producto, sino de garantizar que cumpla estándares internacionales de calidad, sostenibilidad y trazabilidad. En consecuencia, las industrias deben identificar proveedores confiables, con capacidad de respuesta frente a la evolución de las tendencias globales. Un proveedor que no cumpla estas exigencias corre el riesgo de ser desplazado por otro. Así, la competencia ya no se limita a lo local, sino que se desarrolla en un escenario internacional donde eficiencia, innovación y reputación son factores clave para la supervivencia y el éxito.
Si se analiza el crecimiento sostenido de las exportaciones peruanas en los últimos veinte años, se puede afirmar que gran parte de la oferta nacional ha sabido adaptarse a esta transformación global. Sectores como la agroindustria, la minería no metálica, la pesca y el textil han demostrado capacidad para insertarse en mercados internacionales exigentes, consolidando la presencia del
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Perú en diversas cadenas de valor. El boom de productos como arándanos, palta, uva y café de especialidad constituye un ejemplo del potencial nacional cuando se alinean calidad, innovación y estrategias de comercialización. Estos casos muestran que, cuando las empresas comprenden las nuevas dinámicas del consumo mundial, es posible competir de igual a igual con productores de cualquier parte del planeta.
No obstante, todavía existe un sector empresarial que no ha incorporado plenamente estas prácticas. Muchas pequeñas y medianas empresas (pymes) carecen de herramientas para garantizar procesos de calidad, certificaciones internacionales o estrategias de marketing adecuadas. La brecha en capacitación, acceso a financiamiento y conocimiento de los mercados sigue siendo considerable. Ello no significa que las pymes carezcan de potencial, sino que requieren un esfuerzo adicional —propio y del Estado— para consolidarse en un entorno cada vez más competitivo.
La posibilidad de que la oferta exportable peruana continúe fortaleciendo su posicionamiento en los mercados internacionales pasa necesariamente por un ejercicio de autocrítica respecto a nuestras debilidades. Tanto grandes como pequeñas empresas deben corregir prácticas que restan competitividad: deficiencias logísticas, incumplimientos en plazos, falta de certificaciones ambientales o sociales y debilidades en el servicio posventa. Los mercados internacionales valoran no solo el producto en sí, sino todo el ecosistema que lo rodea.
Asimismo, es fundamental entender que la exportación no debe concebirse como una transacción aislada, sino como la construcción de relaciones comerciales de largo plazo. Los socios internacionales buscan estabilidad y confianza, elementos que se consolidan únicamente mediante un desempeño consistente. Por ello, consolidar la imagen del Perú como proveedor de calidad no puede ser tarea de unos pocos sectores; debe ser una meta compartida por todo el ecosistema empresarial y respaldada por políticas públicas coherentes.
En esencia, la cuarta revolución industrial que ha transformado los hábitos de consumo mundial representa tanto un desafío como una oportunidad para el Perú. Nuestro país ha demostrado que puede competir en los mercados más exigentes cuando existe compromiso con la calidad, innovación y responsabilidad empresarial. Sin embargo, los retos pendientes exigen mayor preparación de las pymes, fortalecimiento institucional y una visión estratégica de largo plazo. Solo así podremos garantizar que la oferta exportable peruana amplíe su presencia internacional, consolidando al Perú como actor clave en el comercio global del siglo XXI.








