Si el mensaje presidencial de 28 de julio obvió el más intenso esfuerzo diplomático del semestre (la defensa externa de la legitimidad del Gobierno y la recuperación de presencia internacional), apenas dio cuenta resumida del reporte de la canciller Ana Cecilia Gervasi al Congreso en junio pasado.
El resultado fue un conjunto de principios recitados inconsistentes con el “pragmatismo” declarado, la reiteración de un lema (“el Perú está de vuelta”, copiado de los presidentes Biden y Lula) y la referencia a procesos antes que a propuestas de política exterior.
Como si este fuera un asunto interno, toda referencia al contexto relevante fue excluida. A pesar de la fuerte vulnerabilidad de la economía nacional, no se mostró preocupación por el débil crecimiento global (3% por debajo del 2022), la persistencia de la inflación (cuya reducción puede aún revertir) y el escuálido comercio internacional (2% en un escenario de dinámica fragmentación). Ni siquiera el hecho de que América Latina registre la peor performance entre las regiones emergentes y que el lánguido crecimiento local (1%) arriesgue su ya muy reducido potencial (3%) llamó a alerta. ¿Es que el Perú ya se ha independizado del mundo y es autosuficiente?
Y frente al “riesgo geopolítico” (centralizado en la escalada guerra en Ucrania), la jefa de Estado (y la canciller antes) desaprovechó la oportunidad para pronunciarse cuando ya terceros discuten iniciativas de paz. Ello a pesar de que el Perú suscribió la declaración de la ONU que condenó la invasión y demandó el retiro de tropas. ¿Es que el Perú es inmune a las consecuencias de esa guerra o acaso no recibirá a los gobernantes de Estados Unidos, Rusia y China en la cumbre APEC de 2024?
En cambio, es un mérito que la presidenta haya continuado con el largo proceso de incorporación a la OCDE que servirá para mejorar nuestras políticas públicas. Al respecto, era necesario dar mínima cuenta de las normas ya suscritas y no tratar el acceso a la OCDE como si fuera una secreta caja negra antes que un foro que brinda gobernanza y estatus.
Con mayor ligereza, aún se destacó el éxito rocambolesco de formalización de la presidencia pro témpore de la Alianza del Pacífico sin mencionar ningún objetivo a lograr. ¿Es que acaso todo marcha sobre ruedas en la Alianza, su nivel de integración es un éxito y la asociación de Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Singapur ya se concretó? A la espera de la presidencia chilena en un semestre, nada se conoce al respecto.
Y si en junio la canciller anunció otra “reingeniería” de la CAN sin preocupación por el paupérrimo nivel de los intercambios que arriesga la descalificación de esa agrupación como impulsora del desarrollo subregional, la presidenta prefirió guardar silencio.
Y en lo vecinal, quizás debamos felicitarnos por los leves avances en integración fronteriza que no mengua su vulneración mientras se postergan problemas como el pendiente con Chile (el “triángulo terrestre”). Negar su existencia no lleva a su solución.