Martin Naranjo
Presidente de Asbanc
- Por favor, desvíe su rumbo para evitar una colisión.
- Le recomiendo que sea usted quien desvíe el rumbo para evitar esa colisión.
- Le habla el capitán de una embarcación de la marina de los EE. UU. Le repito: desvíe su rumbo inmediatamente.
- Eso no será posible: lo mejor es que usted desvíe su rumbo.
- Aquí le hablo desde el USS Coral Sea. Somos un portaviones de la marina de guerra de los EE. UU. ¡Desvíe su rumbo inmediatamente!
- Aquí le hablo desde un faro: usted decide.
Este diálogo es una manera concisa de poner en evidencia los peligros de la arrogancia, la importancia de una perspectiva situacional correcta y, especialmente, la necesidad de saber revisar nuestros propios supuestos. Relieva también lo crucial que es saber con quién estamos interactuando.
Este diálogo, además, corresponde a una leyenda urbana que viene circulando de distintas formas desde hace más de 80 años. Algunas versiones recientes afirman que el diálogo está registrado en transcripciones oficiales. En algún momento la marina de los EE.UU. tuvo una página web dedicada exclusivamente a aclarar que esta historia no tiene fundamento, que es imposible confundir un faro con una embarcación. Sin embargo, la leyenda urbana sigue circulando. ¿Por qué?
Bueno, esencialmente porque es una historia corta, simple, concreta, emotiva, sorprendente y, sobre todo, útil y perfectamente creíble de primera impresión. Al igual que otras leyendas urbanas, es una unidad de transmisión cultural, un “meme”, que tiene todos los elementos necesarios para perdurar.
Es, además, un buen ejemplo de la “Ley de Brandolini”, también conocida como el “Principio de Asimetría de la Estupidez”, que establece que: “La cantidad de energía necesaria para refutar estupideces es de un orden de magnitud mayor que la necesaria para producirlas”. Esta observación de Alberto Brandolini en el 2013 describe una dura realidad: contrarrestar relatos falsos es desproporcionadamente difícil.
Crear contenido consistente con la realidad es costoso: cuesta la investigación, cuesta la verificación de fuentes y toma tiempo. La realidad, además, es complicada: puede contener hechos contradictorios, múltiples fuentes y varias interpretaciones. La verdad tampoco tiene que encajar necesariamente con los elementos que hacen virales o perdurables las historias. Por otro lado, crear y distribuir mentiras es fácil y barato. Es muy fácil y barato crear contenidos aprovechando medias verdades, usando datos inventados o información sin verificar. La desinformación prospera porque explota nuestra psicología. La indignación, la novedad, la brevedad y la simplicidad son el combustible que hace viral el contenido. Además, los algoritmos de recomendación de las redes sociales son aceleradores de esa viralidad. Dichos algoritmos son diseñados, precisamente, para optimizar alcance e interacción, pero no para llegar a la verdad.
En un mundo abrumadoramente saturado de información, las mentiras se esparcen con tanta facilidad que corresponde plantearnos una pregunta urgente: ¿cómo podemos contrarrestar la desinformación de manera efectiva?
Una primera manera es escoger fuentes confiables, cuyo valor descanse en su credibilidad y reputación, a las que no les convenga el uso de información falsa o imprecisa, y a las que afectar su propia credibilidad les resulte inaceptablemente costoso. Es decir, se trata de recurrir a fuentes cuyos incentivos estén alineados con la generación de contenidos debidamente investigados y validados.
Es muy distinto, por ejemplo, formar nuestro criterio usando las opiniones técnicas o la información económica que emanan del BCRP que usar las opiniones muy por fuera del campo de especialidad de algún inexperto creador de contenidos para alguna red social. No se trata de recurrir a la falacia de la autoridad, sino de reconocer que la autoridad enfrenta un conjunto de incentivos distinto y más compatible con generar información fidedigna y opiniones basadas en evidencia.
Hay una amplia gama de soluciones tecnológicas que permiten la verificación de datos y hechos de manera efectiva, pero queda claro que el mejor antídoto contra la desinformación está en la educación. Un público educado debe ser capaz de evaluar críticamente las fuentes, identificar bulos y reconocer las figuras más comunes de desinformación. Los retos para las generaciones mayores, como la mía, son especialmente duros, ya que a menudo somos objetivo de falsedades y muchas veces carecemos del conocimiento digital necesario para navegar de manera segura las redes sociales y los ecosistemas informativos complejos.
La solución no pasa por silenciar a nadie, sino por promover la verdad. No olvidemos lo que nos dijo Mark Twain: “Una mentira puede viajar hasta el otro lado del mundo mientras la verdad se pone los zapatos”. Verifique usted, querido lector, si la frase es realmente de Mark Twain o se trata de una atribución falsa.
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