Escribe: Joswilb Vega, Chief Investment Officer de Profuturo AFP.
Hace 2,500 años, Esparta era la potencia dominante, pero Atenas crecía con intenciones de destronarla. Según Tucídides, de esta rivalidad nació la guerra del Peloponeso. Esta competencia entre una potencia dominante y una ascendente, se conoce como la “trampa de Tucídides”. Graham Allison en su libro “Destined for War” identifica 16 eventos en los últimos 500 años, 14 terminaron en guerra. Actualmente, EE.UU. y China enfrentan una rivalidad similar sin saber si podrán escapar de la trampa de Tucídides.
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Esta situación se parece a la de Inglaterra y Alemania en el siglo XIX: un sistema de gobierno democrático y de libre mercado (Inglaterra y Estados Unidos) frente a otro autocrático y proteccionista (Alemania y China). En ambos casos, el enfrentamiento se da en cuatro frentes: tecnología, finanzas, aranceles e infraestructura.
Las potencias ascendentes tienen dos fuentes de acceso a nueva tecnología: inversión en ciencias y robo. China subvenciona a expatriados talentosos, abrió centros de investigación en Silicon Valley e incluso utilizó piratería informática. Según Brunnermeier, China representa hasta el 80% del robo de propiedad intelectual en Estados Unidos. Alemania hizo algo parecido liderado por empresarios como Krupp y financiados por el gobierno.
Por el lado financiero, la primacía del dólar y el dominio sobre los pagos interbancarios dan a Estados Unidos un gran poder que ya ha usado contra Irán y Rusia. China sabe que debe desvincularse y para ello viene promocionando varias alternativas como derechos especiales de giro del FMI, la internacionalización del yuan y alternativas al SWIFT.
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La inversión en infraestructura dentro y fuera del país no solo facilita el comercio y la conectividad, sino que proyecta el poder económico y genera dependencia. Alemania trató de construir un ferrocarril de 1,000 millas para unir Berlín y Bagdad para evitar a la armada británica y extender su influencia en Oriente Medio y África.
Los proyectos de la Franja y la Ruta de la Seda anunciados originalmente por Xi Jinping en el 2013 buscan conectar 70 países y tres continentes a través de infraestructura como líneas ferroviarias, oleoductos, carreteras y puertos.
Últimamente, nuestro país ha recibido miles de millones de inversiones chinas en hidroeléctricas, minas, distribuidoras de energía y puertos. En unos meses se inaugurará el Puerto de Chancay, que será el tercer puerto más importante de la costa occidental del Pacífico y hace unos días compraron su segunda distribuidora de energía, las dos más grandes del país. El país está en medio de la trampa de Tucídices. ¿Es una oportunidad o un desafío?
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