Periodista
Si el Ejecutivo, con nuevos rostros, no asume una actitud realmente autocrítica y rectificadora en materia sanitaria, al igual que a nivel social y económico, el impacto positivo del cambio de gabinete podría diluirse en muy pocos días.
El viaje del presidente a Arequipa (¡otra vez Arequipa!, como con Tía María), que quería mostrarnos a un gobernante diligente y preocupado frente a la grave crisis de salud en esa región, terminó siendo un búmeran. Resultó obvio que esa “preocupación” fue bastante tardía; y en lugar de médicos o enfermeras aplaudiendo, hubo masivas y sonadas protestas que reclamaron por la desatención y abandono, por la brecha entre el discurso y la realidad, y por hechos lamentables –denuncian–, como “esconder” pacientes en carpas para que el presidente no los vea. La desesperada y desgarradora persecución de una angustiada esposa al presidente para que vaya a esas carpas ocultas y salve la vida a su esposo (quien lamentablemente falleció ayer), será el sello indeleble de esa visita, y el reclamo de muchos peruanos que van a un hospital.
Esa brecha entre la posición oficial y la situación en los hospitales es la misma que hoy, tanto el premier como la ministra de Salud, reconocen que existe entre las cifras oficiales de contagiados y fallecidos, y la realidad, y ofrecen sincerarlas. Ojalá y pronto, porque ya nadie cree en la estadística oficial.
Lo cierto es que Arequipa (que hoy es la punta del iceberg) y otras regiones, las escalofriantes cifras de Iquitos, el incremento de contagios, las muertes que no decrecen, la increíble escasez de oxígeno, y las protestas de médicos y personal asistencial, han vuelto a poner el tema sanitario como el problema número 1, y han puesto de manifiesto, nuevamente, las descoordinaciones, contradicciones, y lentas reacciones del Ejecutivo.
Así, mientras el presidente dice que Arequipa es la región con más camas, la ministra de Salud reconoce que las cosas en esa ciudad no están bien. Se toman su tiempo para decidir si “arriman” a Cáceres Llica e intervienen la Ciudad Blanca o no, cuando en esta situación, uno o dos días es la diferencia entre salvar vidas o tener más muertos. Un día, el presidente descarta definitivamente volver a la cuarentena, y al otro día, la ministra de Salud dice que puede ser, y el ministro de Defensa habla de ampliar el toque de queda en regiones con más contagios. El Gobierno dice que ya hay oxígeno, pero las regiones reclaman y los peruanos forman largas colas para pagar altos precios por un balón.
¿Por qué el MEF, que señala que invirtió decenas de miles de millones de dólares en esta pandemia, no puede gastar un millón de dólares en instalar plantas de oxígeno en varias regiones, y tienen que ser las empresas privadas locales y las colectas públicas las que –frente a la desesperación y las muertes– aporten recursos para proveer de oxígeno?
En paralelo, el primer ministro, luego de un inicio bastante más auspicioso de lo previsible (aunque no se puede decir lo mismo de su Gabinete), y de señalar brevemente sus tres prioridades (salud, reactivación económica, elecciones), marcó su espacio (lo político), en donde algunas declaraciones y resultados le han bajado la luminosidad a ese brillo inicial.
Se ha prodigado más en defender al ministro de Trabajo (que por el cargo que tiene bien podría defenderse solo), que en plantear y explicar sus principales líneas de acción. Está dejando que lo etiqueten –a él y a algunos de sus ministros– como de “derecha” o proempresariado (lo que le puede traer serios problemas con sectores de izquierda, sindicatos, grupos antimineros, comunidades, etcétera).
No logró convencer al Congreso para pedir el voto de confianza antes del 28 de julio (su primera derrota política, y un problema porque lo hará después del mensaje del presidente, que seguro hará todos los anuncios). Sus diálogos con las bancadas dejan poco para los titulares; y no se nota todavía la mano del coordinador del Gabinete.
Es verdad que es muy poco tiempo (apenas días), pero el cambio se reclamaba para giros inmediatos de actitud, comunicación, y de sentido de urgencia en los temas de salud, economía, y sociales (educación, delincuencia, violencia contra la mujer, etcétera), que son los que hoy golpean duramente a la población, y que lamentablemente “rebrotan”, repuntan, tienen segunda ola, no reactivan Perú, o no arrancan Perú.
El mediático anuncio de una conocida empresa de transporte terrestre de dejar de operar; el cierre de muchas compañías y el reclamo de otras por apoyo; la cada vez más creciente cifra de personas que perdieron su empleo y las advertencias de importantes calificadoras globales de que si no se toman medidas adecuadas nuestra situación será muy delicada; ponen de manifiesto que las medidas económicas aplicadas no fueron las mejores ni suficientes, y que los entusiasmos iniciales por rápidas recuperaciones en “V” podrían no tener mucho fundamento.
Si la acción eficaz de los nuevos ministros demora -por aprendizaje, inexperiencia, nuevos nombramientos-; si muestran la misma descoordinación del Gabinete anterior; si no son capaces de aterrizar en la realidad; o dan señales poco inteligentes políticamente (dejar que se perciba que se “entregan” a algún sector); la situación puede complicarse y el brillo empezar a apagarse.
El nuevo Gabinete será juzgado a partir de lo que pueda decir y hacer en los próximos días. Pero su prueba de fuego será el 28 de julio (en una semana), cuando el presidente le diga al país qué es lo nuevo que él y su Gabinete van a hacer para enfrentar hoy al coronavirus, a la crisis económica, y el gran problema social que ambas nos dejan.
Ahí veremos si las prioridades del Ejecutivo son las mismas que las de la población; y cuánta química y coordinación puede haber entre el presidente y los suyos, y el premier y los suyos.
Ahí veremos si este Gabinete tiene mecha larga o corta.