Profesor de la Universidad del Pacífico
El “enfermo de Europa” es un término usado por periodistas e intelectuales europeos para referirse a un país en decadencia o que enfrenta un empobrecimiento crónico debido a problemas estructurales. En Sudamérica, si existe un país así es Argentina.
Argentina, que a inicios del siglo XX tenía uno de los mayores niveles de vida del mundo, y que a mediados de los cincuenta era uno de los principales referentes culturales del continente, es hoy una sombra de lo que fue. Ello, a pesar de los abundantes recursos naturales y humanos con los que cuenta. Son campeones mundiales de fútbol, pero su tasa de inflación es mayor que la de Venezuela, sus niveles de pobreza son mayores que los del Perú, y sus envidiables niveles de vida desaparecieron hace rato.
¿Puede Javier Milei, elegido presidente de Argentina el mes pasado, cambiar la situación de la Argentina? Yo, la verdad, no lo creo. En primer lugar, porque es un radical. En democracia, es imposible implementar cambios radicales sin el apoyo del Congreso, y la mayoría de los argentinos no votó por él. Además, su radicalismo hace que sea difícil alcanzar acuerdos con otras fuerzas políticas.
En segundo lugar, porque sus ideas son malas. Sí, claro, la Argentina requiere inversión, y para ello es necesario cerrar el déficit fiscal y eliminar los excesos regulatorios que ahogan al sector privado, pero una cosa es eso y otra, muy diferente, tirarse a la calle encima eliminando subsidios y programas sociales sin ton ni son. La inversión privada no fluye a economías sobre reguladas, pero tampoco a aquellas que atraviesan una conmoción social.
Asimismo, la idea de eliminar el banco central y dolarizar la economía para acabar con la inflación me parece un sinsentido. ¿Por qué? Porque en la Argentina el problema del banco central no es su existencia sino su falta de independencia con respecto al gobierno. Como en el Perú de los ochenta, esto hace que el banco central le “preste” dinero al gobierno para que cubra el déficit fiscal, y al hacerlo, genere inflación. Es decir, la medida extrema que propone Milei no ataca la causa del problema (el déficit fiscal), sino solo una forma de financiarlo. Y lo hace a un costo exageradamente alto: sacrificando la posibilidad de hacer política monetaria. Eso es tan poco razonable como proponer “curar” a los mentirosos cosiéndoles la boca.
Lo peor es que esta propuesta es un reencauchado del fracasado plan de convertibilidad que implementó Carlos Menem en los noventa, y que fracasó precisamente porque no atacaba la causa de la inflación (el déficit fiscal) sino la forma de financiarlo (la emisión inorgánica). Es decir, para arreglar uno de los desastres del peronismo kirchnerista, Milei propone implementar una versión más radical de la política cuyo fracaso llevó a los Kirchner al poder.
Difícil no llorar por ti, Argentina.