Economista, socio de Macroconsult
La aparición del COVID-19 conmocionó al mundo en el 2020. Las autoridades políticas de casi todo el planeta respondieron con diversos tipos de cuarentenas y restricciones para retrasar los contagios ante la ausencia de una vacuna. Por su parte, las autoridades económicas respondieron con políticas macroeconómicas convencionales y no convencionales. Es decir, respondieron con todo. El objetivo era evitar los cortes en las cadenas de pago y el colapso de las economías reales.
Así, los bancos centrales soltaron cantidades de liquidez nunca vistas en tan cortos periodos de tiempo. Mientras que los ministerios de hacienda/economía dieron toda clase de bonos directos a las familias, redujeron impuestos y aumentaron los gastos en salud y otros.
Las hojas de balance de los bancos centrales muestran el tamaño de los impulsos monetarios. Mientras que los déficits fiscales y los incrementos de la deuda pública reflejan también los impulsos fiscales.
Por su parte, la oferta de bienes y servicios se vio restringida. Si el PBI mundial no creció en el año de la gran crisis internacional (2009), en el 2020 cayó cerca de 3.1%. Para encontrar cifras de caídas mayores tenemos que volver a la primera mitad del siglo XX. Período de crisis bancarias, financieras y de guerras mundiales.
Mientras que los contagios y las muertes avanzaban por el planeta, se producía una feliz alianza entre la ciencia y la economía de mercado: el diseño y producción masiva de vacunas. Nunca la humanidad pudo combatir tan rápido y eficazmente una pandemia causada por un virus.
A fines del 2020 y durante el 2021, se produjo una vacunación masiva y al mismo tiempo una suerte de inmunidad de rebaño en diversos países.
El año 2021 se fueron levantando la mayoría de las restricciones y las economías rebotaban rápidamente. Ese año, el PBI mundial se expandió 6.1%. En la primera parte del 2022 la inercia del rebote continuaba. China es hasta ahora la notoria excepción, con una vacuna propia y poniendo en cuarentena a ciudades enteras. Ello llevará a su economía a un crecimiento de algo menos de 3% en el año.
Pero la liquidez mundial y los impulsos a la demanda seguían allí. La inflación comenzó a aparecer de diversos países, acicateada por unas malas cosechas de granos y el aumento del precio de los hidrocarburos.
Por ejemplo, el promedio anual del precio del maíz aumentó en casi 60% durante el 2021 y, sobre ello, otro 18% en promedio en lo que va del 2022. En el caso del precio del trigo, las cifras son de 27.6% y 33.2%, respectivamente. En el caso del aceite de soya, 87% y 18%. Es decir, cifras combinadas no vistas en la historia reciente.
En el caso del petróleo y el gas, las cifras son también notables. En el 202l, el petróleo Brent aumentó en promedio anual 65% y, nuevamente, 45% en promedio en lo que va del 2022. El marcador Henry Hub lo hizo en 76% y 81%, respectivamente, en los mismos periodos.
Incluso antes de la invasión rusa a Ucrania la inflación comenzaba a ser un problema por enfrentar en el 2022. Ello se exacerbó con los nuevos incrementos de los granos y los hidrocarburos, en parte por el conflicto bélico como por las malas cosechas.
Así, en el 2022 la tasa de inflación anual en Estados Unidos sobrepasaba el 8% durante varios meses; en la zona euro viene rozando el 10%, al igual que en el Reino Unido. En nuestra región, solo por citar a nuestros vecinos de la Alianza del Pacífico, las tasas llegaron (y aún están allí) a 14%, 11% y 8.5% en Chile, Colombia y Perú, respectivamente
Los bancos centrales comenzaron a reaccionar, pero a distintas velocidades. En los países donde los mercados financieros no son tan profundos las alzas comenzaron antes, en los países desarrollados hubo una suerte de “dominancia financiera”. Se tenía que graduar el mensaje y tocar una sintonía muy fina. Primeros recortes de emisión y luego suaves incrementos de tasas. Pero, al final, los precios de las acciones, bonos y monedas tienen que volver a tomar valores consistentes con los ajustes de las políticas monetarias y fiscales.
Como los ajustes no son coordinados, se producen cambios con cierta volatilidad. Los ajustes no han terminado. El euro y la libra esterlina se han depreciado y casi tienen una paridad con el dólar. Las principales bolsas aún no se han ajustado del todo.
En lo que va del año, la bolsa norteamericana (S&P 500) ha caído cerca de 24%, al igual que la bolsa europea (MSCI Euro) y la bolsa de Hong Kong (HSI).
En el caso de los bonos soberanos de Estados Unidos a 10 años, el rendimiento ha pasado de 1.3% hace un año a cerca de 3.8% en estos días. Mientras que el bono alemán similar, ha pasado de casi 0% a 2.2%, para no hablar del salto en el bono de Reino Unido, luego del mayúsculo error de Truss, que le puede costar el puesto.
En lo que resta del año y el 2023 vienen todavía más ajustes, aunque algo menores a los ya observados. Mayores tasas de interés para todos los plazos, un menor crecimiento mundial y algo menores términos de intercambio.