COSTOS. La actividad turística de Cusco y Puno está paralizada y, con ella, toda su cadena productiva. Las noticias que llegan de esos departamentos son alarmantes. En la ‘Ciudad Imperial’, los visitantes diarios no superan los 200, cuando en esta época del año suelen ser 3,000, según alerta el presidente de la Cámara de Comercio de Cusco, John González. Y se ha cancelado el 85% de las reservas de paquetes turísticos de enero a marzo. Por su parte, el presidente de la Cámara Hotelera de Puno indicó que los turistas huyeron de la capital altiplánica el miércoles de la semana pasada, y se prevé que los hoteles estarán desiertos en lo que queda de enero, además de febrero e incluso marzo.
La primera conclusión que se saca de estos datos es que la ola de protestas violentas en el sur del país tendrá consecuencias duraderas y que, aunque los desmanes terminen pronto, el turismo en esas zonas estará deprimido por muchos meses. Es que a la parálisis actual y las lúgubres predicciones para este trimestre, hay que agregar que este sector no se recupera de la noche a la mañana, sino que necesita un esfuerzo de promoción para que los visitantes “desertores” vuelvan a animarse a venir en sus próximas vacaciones. Eso, lógicamente, si para entonces ya existe una relativa estabilidad social.
Este problema se magnifica cuando se trata de turistas extranjeros, que además son los que más gastan durante su estadía, que suele ser más prolongada que la de los visitantes nacionales. ¿Quiénes pierden? Como ya señalamos, no son únicamente los hospedajes y restaurantes, sino todos los que les proveen de productos y servicios: desde tour operadores, guías y taxistas (más lancheros del Titicaca), hasta agricultores, procesadores de fibra de alpaca y artesanos. Y habría que considerar que el grueso de estos proveedores son pequeños y microempresarios, cuya capacidad económica y financiera para soportar estas alteraciones es muy frágil. Otro efecto duradero será la postergación –o peor, la cancelación– de planes de inversión, que lamentablemente ya ha comenzado.
Está claro que una vez que cese la violencia callejera –si es que cesa– se tendrá que aplicar un plan de promoción para recuperar el posicionamiento del Perú como destino turístico premium. No hay que olvidar que el sector fue uno de los más golpeados por la pandemia y que el inepto Gobierno de Pedro Castillo no hizo nada para remediarlo. El año pasado, mientras el promedio mundial de arribos alcanzó el 70% del nivel prepandemia, en el Perú apenas fue de 40%. Ni Cusco ni Puno se merecen esto.