MÁS CONGRESISTAS. La semana pasada el Congreso aprobó una modificación a la Ley Orgánica de Elecciones que aumentó el número de senadores y diputados a partir del 2031. En específico, ahora el número de diputados será uno por cada 160 mil electores, mientras que, el de los senadores, uno por cada 320 mil electores. Considerando el último padrón, esto equivaldría a tener unos 237 congresistas.
No es difícil entender por qué la mencionada modificación podría ser una reforma impopular: actualmente estamos frente al Congreso con mayor desaprobación histórica, al menos desde que existen registros. Y si bien hay motivos razonables para argumentar en favor del aumento del número de congresistas, también es verdad que ante la crisis de legitimidad que hoy vive nuestro Poder Legislativo, esta reforma podría no solo no funcionar, sino que incluso contribuir a las críticas si no viene de la mano con un serio y progresivo aumento en la calidad legislativa.
El principal argumento en favor de que es necesario aumentar el número de congresistas es que, como se sabe, debe existir cierta proporción entre el tamaño del Legislativo y el de la población. Si un país se funda con una población de 1 millón de habitantes y un parlamento de 100 legisladores, pero 100 años después pasa a tener 15 millones de habitantes, va a ser difícil que ese Congreso logre ser igual de representativo que al principio. Lo lógico sería aumentar en un número razonable la cantidad de legisladores, de modo que se facilite que el Parlamento pueda seguir representando adecuadamente a la población.
En el Perú, hace 100 años el Congreso tenía más legisladores que hoy (145). Y para cuando el Legislativo fue disuelto en 1992, había 180 diputados y 62 senadores. A nivel internacional, además, una medida que suele utilizarse es la llamada ‘regla de la raíz cúbica’, según la cual el número óptimo de legisladores es aproximadamente la raíz cúbica de la población. En nuestro caso, esto implicaría tener 292 legisladores.
El proyecto propuesto por este Congreso no ha ido tan lejos, con buen criterio. Pero no puede dejar de considerarse el contexto de crisis de legitimidad en el que se está aprobando esta norma. Por ello, para que esta reforma realmente pueda tener resultados positivos, será indispensable que esta valla de la mano con serios aumentos en la calidad del Parlamento en los próximos años.
Pese a la avalancha de malas noticias a las que nos ha acostumbrado este Congreso, ciertamente también existen algunas luces. La principal es el retorno de la bicameralidad, pero también está la creación de una oficina de calidad legislativa. En todo caso, sin una mejora real de la calidad, es difícil pensar que esta reforma pueda lograr sus objetivos.
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