Escribe: José Ricardo Stok, Profesor emérito del PAD
Estos días finales del año parecen tener una velocidad propia, acelerada al máximo, donde el tiempo se torna más breve y se nos escurre de las manos como el agua, dejando un sentimiento de impotencia, de incapacidad de dominio.
Este torbellino está alimentado de muchas cosas: por un lado, hay un exceso de pendientes, ya que queremos hacer lo que no hemos logrado durante el año y da la sensación de que todo nos reclama: “¡Ahora, antes de fin de año!”. Por otra parte, el tránsito se vuelve tormentoso, con roturas y reparaciones que se multiplican por quién sabe qué sesudas decisiones de los distritos y los servicios públicos, sin la más mínima coordinación entre telefonía, gas, agua, electricidad, sin mencionar las fiestas vecinales.
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Desde luego, en el panorama político, social y económico algunos abren frentes absurdos, de discusiones propias de cenutrios a los que les sobra tiempo y abundan en necedad, y peor si tienen poder o dinero: ¡mala combinación! Tampoco contribuyen ciertos medios de comunicación ocupados en estas singularidades y empeñados en hacer de altavoces para dar de qué hablar.
No faltan, en algunas familias, sucesos dolorosos en mayor o menor medida: realidades penosas por enfermedad, soledad o aislamiento interior.
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No quiero dejarlos con este sombrío recuento. Felizmente, para quienes creemos en Dios, tenemos un recurso maravilloso que es la oración: esa capacidad de dirigirnos a nuestro Creador y Redentor y hacerlo partícipe de estas angustias y temores, encontrando en Él la paz y el sosiego que tan necesarios son para mantenernos en pie. Viene bien recordar lo que el papa Francisco dijo a los jóvenes: “No dejes que te roben la esperanza y la alegría”.
Es especialmente necesario hacer un alto para no sucumbir o dejarnos arrastrar por ese torbellino. Debemos disponer de algunos momentos de pausa, de silenciosa reflexión para buscar en nuestro interior la médula de intimidad que aglutina lo que amamos, nuestros afanes y sanas ilusiones. El poeta Mario Benedetti nos regaló su tan leída Defensa de la alegría: “Defender la alegría como una trinchera, defenderla del escándalo y la rutina, de la miseria y los miserables … defender la alegría como un principio, defenderla del pasmo y las pesadillas, de los neutrales y de los neutrones, de las dulces infamias y los graves diagnósticos”.
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Sabemos que las dificultades no desaparecerán, pero con una actitud positiva, generosa, paciente, estaremos mejor preparados para afrontarlas.
Estamos muy cerca de la Navidad: en medio de la maravillosa familia de Belén, el Niño está diciéndonos que no nos rindamos, que Él viene a renovar nuestra alegría, a fortalecer la esperanza, a animarnos a actuar solidariamente y a ser mensajeros de su paz.
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